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ns — 356 — P1S<br />
bles que el litoral ofrece en diversos puntos,<br />
sobre todo cerca de la desembocadura de los<br />
ríos. La faja de playa que separa á esos lagos<br />
de las aguas del mar debe estar cortada por<br />
una ó más acequias ó golas, para la entrada<br />
y salida de los peces. Esas comuuicacioues<br />
con el mar deben estar dispuestas de manera<br />
que sea posible abrirlas y cerrarlas á voluntad,<br />
según las necesidades de cada <strong>é</strong>poca, es<br />
decir, según que sea necesario facilitar ó impedir<br />
el paso de la pesca.<br />
Para poblar las albuferas basta dejar abiertas<br />
las golas en las temporadas en que los<br />
peces salen del mar para desovar, y guiados<br />
por su instinto, buscan sitios adecuados para<br />
que prosperen las crías. Estas pululan en las<br />
albuferas, y para evitar su destrucción es necesario<br />
dar salida á los padres, ya que regresan<br />
á su vivienda habitual, siempre que les<br />
es posible, en cuanto han desovado. Aprovechando<br />
esa emigración, pueden hacerse fácilmente<br />
pescas lucrativas, si bien los peces,<br />
extenuados por las p<strong>é</strong>rdidas que acaban de<br />
experimentar entonces, no son tan sabrosos<br />
ni delicados como despu<strong>é</strong>s de nutrirse y reponerse<br />
nuevamente en el mar. Precisamente<br />
para ese fin se construyen las encañizadas<br />
que hemos descrito en el artículo correspondiente.<br />
Para las anguilas y otras especies que<br />
crían en el mar es necesario efectuar la operación<br />
de franquear la empalizada, pero en<br />
sentido inverso, es decir, para facilitar la subida<br />
ó trepa de las angulas cuando desde las<br />
aguas saladas se trasladan á las dulces ó salobres<br />
para criarse. Algunos sólo practican esto<br />
último, como dice el Sr. Graells, condenando<br />
al consumo todas las que están ya criadas y<br />
se hallan encerradas en las albuferas; práctica<br />
inconveniente acaso, por ser tan necesario<br />
que entren á criar en esos lagos unas especies,<br />
como que salgan de ellos con igual fin las que<br />
solamente erran en el mar, al menos en suficiente<br />
número para que multipliquen la especie<br />
en el distrito. Cuando sean pequeñas las<br />
albuferas podrán ser destinadas á la multiplicación<br />
de la pesca solamente; mas si fuesen<br />
de extensión considerable, como la de Mallorca,<br />
la de Valencia ó el llamado Mar Menor<br />
en Murcia, deberán utilizarse, como se<br />
ha venido haciendo hasta ahora, para la cría<br />
de lisas, doradas, robalizas, lenguados, salmonetes,<br />
sardinas, corbinas, tencas, anguilas,<br />
lubinas, etc., etc., y hasta para la cría<br />
de varios crustáceos y moluscos. Según Sañez<br />
Eeguart, á mediados del siglo xvín se sacaban<br />
anualmente de la albufera de Valencia 27.000<br />
arrobas de las especies que se acaba de enumerar<br />
, vendi<strong>é</strong>ndose á 3 pesetas arroba. En la<br />
actualidad, partiendo de que cada arroba se<br />
pagaría á 15 pesetas, dada la estimación que<br />
la pesca alcanza, se obtendría un rendimiento<br />
de 405.000 pesetas, aun cuando no fuera explotada<br />
la albufera por gentes peritas, y según<br />
Ordenanzas bien dictadas y observadas religiosamente.<br />
PISCICULTURA MARINA.—Las costumbres de<br />
los animales que pueblan las aguas del mar<br />
son tan variadas como las de los que recorren<br />
la superficie de la tierra. Hay peces sedentarios<br />
y peces que emigran á distancias más ó<br />
menos considerables, á fin de satisfacer necesidades<br />
imperiosas de su naturaleza, como los<br />
atunes, que acuden al Mediterráneo y al Mar<br />
Negro para criar, penetrando por los estrechos<br />
de Gibraltar y de los Dardanelos, y<br />
siguiendo las costas hasta llegar á las aguas<br />
donde desovan y pueden prosperar sus crías..<br />
De las especies sedentarias, unas fijau su residencia<br />
en las playas bajas, arenosas, fangosas<br />
ó pedregosas; muchas eu los arrecifes ó peñascales<br />
submarinos; otras en los bajíos ó bancos<br />
de arena, y no pocas lejos de las costas ó en<br />
sus inmediaciones. Dicho se está que, tanto el<br />
pescador como el piscicultor, han de conocer<br />
esa diversidad de costumbres, para explotar<br />
sus industrias eu buenas condiciones. La amplitud<br />
de los mares no permite encerrar la<br />
pesca, como se hace en los lagos, albuferas,<br />
pantanos y lagunas; mas eso no obsta para<br />
que se siembren las costas de especies bien<br />
escogidas, facilitar la multiplicación y evitar<br />
que desaparezcan y se destruyan; es decir,<br />
que la piscicultura del litoral está al alcance<br />
del hombre, siendo más difícil y menos inte^<br />
resante eu realidad la de alta mar ó del pi<strong>é</strong>lago.<br />
Dictando buenas Ordenanzas de pesca<br />
y reglamentos rigurosos, y aplicándolos sin<br />
contemplación, y eligiendo bien los semilleros<br />
y viveras que abundan siempre en las costas,<br />
se logrará siempre multiplicar la pesca en las<br />
costas. Esas viveras se hallarán en las ensenadas,<br />
calas, estanques, alfaques, albuferas,<br />
esteros, caños y desembocaduras de los ríos,<br />
á donde acuden espontáneamente los peces<br />
para criar, como advierte el escritor antes<br />
citado. Para que los resultados sean más seguros<br />
y eficaces, conviene guardarse d<strong>é</strong> perturbar<br />
la tranquilidad de los peces, sobre<br />
todo en la <strong>é</strong>poca del desove, y facilitar la<br />
acumulación de plantas y cuantas substancias<br />
puedan utilizar como alimento los peces objeto<br />
de predilección. Tampoco debe permitirse<br />
la pesca en tales sitios, de los cuales saldrán<br />
al mar todos los años millares de millones de<br />
peces.<br />
Tambi<strong>é</strong>n se puede adoptar en la piscicultura<br />
marina el sistema de formar piscinas más<br />
ó menos reducidas, las cuales, en realidad, no<br />
son otra cosa que estanques construidos aprovechando<br />
los recodos de las costas peñascosas,<br />
en que las aguas del mar avanzan tierra adentro,<br />
de tal modo que las rocas emergentes<br />
quebrantan su ímpetu. No otra cosa eran las<br />
cetarias de que habla Plinio, los buches, diques<br />
ó lagos artificiales del P. Sarmiento, y aun<br />
los que Sañez Keguart llama corrales, y<br />
abundan cerca de Cádiz, Rota, Sanlúcar y<br />
otros puntos. En las costas del Mediterráneo,<br />
para formar tales cetarias ó corrales, bastará<br />
guarecerlos por medio de rompientes contra<br />
el oleaje de los temporales violentos, cuidando<br />
de que queden salidas y comunicaciones con