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nuestros climas durante el invierno y el estío,
sobre los trópicos, donde las lluvias caen en
épocas fijas y el cielo se ostenta siete ú ocho
meses seguidos limpio de toda nube, los de la
mañana son bastante copiosos y suplen la falta
de agua de lluvias. Y esto consiste en que
si los días son calientes , las noches son, por el
contrario, suficientemente frías para condensar
los vapores solicitados á los mares por los
ardorosos rayos del sol.
Los fenómenos de precipitación del rocío
sobre un cuerpo pulimentado, sobre un vidrio,
por ejemplo, se parecen mucho á los que se
observan cuando el vidrio está expuesto á una
corriente de vapor de agua más caliente que
él; una capa ligera y uniforme de humedad
empaña desde luego su superficie, y se forman
muy pronto gotas pequeñas, irregulares
y aplastadas, que se reúnen después de haber
adquirido cierto volumen y se corren en todas
direcciones.
El rocío es fertilizante en las regiones tropicales
y en la inmediación de las costas de
los países meridionales, no solamente por la
cantidad absoluta de humedad que recibe un
punto dado del globo, sino también por la extensión
de las superficies en que se manifiestan
sus efectos sobre la vegetación. Cuando el
aire saturado de vapor á la temperatura de
30° contiene más de 30 gramos de agua por
metro cúbico, se deposita abundantemente por
la noche; el rocío resplandece sobre las hojas,
y se ve algunas veces tan mojada la hierba
por la madrugada, como si lo hubiese sido
por la lluvia.
Las hojas y demás partes verdes, de las
plantas son las que se cubren con más rocío,
y existen dos razones para que así suceda: la
una cousiste en que se enfrían más porque á
la radiación que experimentan, como los demás
cuerpos, hay que agregar la transpiración;
la otra se funda en que la transpiración
de las hojas produce vapor que, uniéndose al
que ya contiene la atmósfera, tiende naturalmente
á saturarla.
En nuestras costas del Mediterráneo es frecuente
y relativamente abundante el rocío,
para neutralizar en parte la escasez de agua
en primavera, estío y otoño. Apenas empieza
á declinar el sol por la tarde, se dejan sentir
sus efectos sobre la ropa, que llega á humedecerse
considerablemente. Pero donde mejor se
nota la accióu del sereno en las tardes tranquilas,
es sobre las tierras salinas, que á los
pocos momentos de ponerse el sol, se ennegrecen
como si acabase de llover.
A pesar de la abundancia aparente de ciertos
rocíos, es muy poco considerable generalmente
la cantidad de agua que suministran, al
menos en nuestros climas europeos especialmente.
M. Plangergues, que la ha medido por
medio de un platillo de hoja de lata pintado al
óleo y aislado á un metro del suelo, ha encontrado
una altura de agua igual á 6,43 milímetros
en 125 rocíos, distribuidos en todo un
año, lo que da 5 céntimos de milímetro de ro­
cío, por término medio. Eaddi y Nacca encontraron
en Florencia 7 céntimos de milímetro
por rocío medio. El resultado obtenido
por el Conde Gasparin en Orange es intermediario
entre los dos precedentes. Es un resultado
bien exiguo y mezquino. No obstante, es
necesario tener en cuenta la superficie de las
hojas que humedece el rocío. Según M. Gasparin
, una mata de trigo puede recibir en los
grandes rocíos del Mediodía hasta 225 miligramos
de agua. Es una imperceptible fracción
de la cantidad de agua que esa misma
mata pierde por evaporación durante el día,
y muy dudoso también, según M. Marie-
Davy, que las hojas aprovechen directamente
el agua que reciben por esta vía; la mayor
parte de este agua se evapora en cuanto obran
sobre ella los primeros rayos del sol. Se exagera
bastante cuando se da mucha importancia
á los rocíos como recurso fertilizador. La
tirantez de las hojas después de una noche
fresca, proviene de que las raíces continúan
chupando agua del suelo, mientras que las hojas
cesan de emitirla durante la obscuridad de
las noches, tanto más largas en estío, cuanto
más se desciende al Mediodía. Hay otro punto,
no obstante, que merece estudiarse, y es
el depósito de humedad de las noches en la
superficie de la tierra, que condensa cantidades
mal conocidas aún, pero directamente accesibles
á las raíces.
RODABALLO (Rhombus maximus) (Piscicultura).—-El
rodaballo, llamado en Cataluña
remol y rombo por su figura, es un pez
del orden de los Malacopterigios sub branquiales,
de la familia de los Pleuronectes. Se
caracteriza, como los demás de la familia, por
tener aplastado el cuerpo, de manera que el
dorso y el vientre aparecen eu las márgenes
laterales, y los costados como cara superior y
cara inferior. De ahí que se haya llamado á
los peces de esa familia peces planos ó platijas
(véase). Los dos ojos aparecen en la cara
superior, es decir, á un lado de la línea media
del cuerpo, y todos los drgauos que
corresponden al lado inferior propenden á
aparecer en la parte superior. Circundan el
cuerpo las aletas natatorias dorsal y anal,
formando las márgenes laterales del pez; no
tiene aletas abdominales; las pectorales faltan
en el lado inferior, ó la correspondiente á
éste se desarrolla en el otro; la caudal está
convertida en horizontal; el lado siniestro de
la cabeza gira sobre el derecho, cuya posición
y articulaciones se conservan en posición normal;
los dientes parecen vello, y formau una
faja continua sobre las mandíbulas, distinguiéndose
entre ellos algunos más salientes.
El cuerpo del rodaballo es oval, y sus ejes
mayor y menor están en la razón de cinco á
siete; la aleta dorsal termina antes de tocar á
la caudal, siendo más salientes los radios de la
parte media. La piel carece de escamas, pero
en la parte superior preseuta tubérculos cónicos;
el color es en ésta obscuro, y blanco
en la inferior y en las aletas. El rodaballo