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Teoria y diseño organizacional

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Capítulo 2: Estrategia, diseño organizacional y efectividad 83

molestó mucho cuando el viejo y culto director del departamento

de historia del arte fue atropellado por estudiantes de

cuarto año que lo rociaron con sus pistolas de agua cuando

intentaba abrirse paso del pasillo principal a su oficina.

Aunado a ello, el nuevo director no diseñó sus propias

exposiciones, sino que cada vez traía más exhibiciones itinerantes

de los principales museos, importando su catálogo en

vez de que su propia facultad lo produjera.

Después de los primeros seis a ocho meses, tiempo en

el cual el nuevo director había sido considerado un héroe

del campus, la falta de entusiasmo de los estudiantes era evidente.

La asistencia a clases y seminarios en el museo de arte

cayeron drásticamente, así como la asistencia a las conferencias

vespertinas. Cuando el editor del periódico del campus

entrevistó a los estudiantes para un artículo acerca del museo,

escuchó una y otra vez que el museo se había vuelto demasiado

ruidoso y “sensacionalista” como para que los estudiantes

disfrutaran las clases y tuvieran la oportunidad de

aprender.

La gota que derramó el vaso fue una exhibición de arte

islámico a finales de 1983. Como el museo no tenía mucho

arte islámico, nadie criticó que se expusiera una exhibición

itinerante, ofrecida en términos muy ventajosos con la generosa

asistencia financiera de algunos gobiernos árabes. Pero,

en lugar de invitar a uno de los miembros de la facultad de

la universidad para que impartiera la plática acostumbrada

durante la apertura de la exhibición, el director invitó al agregado

cultural de una de las embajadas árabes en Washington.

Se dice que el orador aprovechó la ocasión para atacar con

violencia a Israel así como la política estadounidense de apoyar

a Israel contra los árabes. A la semana, el senado de la

universidad había decidido asignar un comité asesor, constituido

principalmente por miembros de la facultad de historia

del arte que, en el futuro, tendrían que aprobar los planes

de exhibiciones y conferencias. Al respecto, el director atacó

acremente a la facultad durante una entrevista para el periódico

del campus acusándola de “elitista” y “esnobista” y de

creer que “el arte pertenece a los ricos”. Seis meses después,

en junio de 1984, se anunciaba su renuncia.

Bajo los estatutos de la universidad, el consejo académico

designó un comité investigador. Normalmente, esto es mera

formalidad. El presidente del departamento correspondiente

envía los nombres de los nominados del departamento al

comité, quien aprueba y designa, normalmente sin debate.

Pero cuando a principios del siguiente semestre se le pidió

al consejo académico que designara el comité de búsqueda,

las cosas estaban lejos de ser “normales”. El decano a cargo,

percibiendo el estado de ánimo en la sala, trató de calmar

la situación y dijo: “Es obvio que la última vez elegimos a la

persona equivocada. En esta ocasión haremos lo posible por

encontrar a la correcta”.

De inmediato, lo interrumpió un economista, conocido

por su populismo, quien dijo: “Acepto que el último director

probablemente no tenía la personalidad adecuada. Pero estoy

convencido de que la raíz del problema no era su personalidad.

Intentó hacer lo necesario, lo cual le causó problemas

con la facultad. Intentó que nuestro museo fuera un recurso

para la comunidad, traer a la comunidad y poner el arte al

alcance de las grandes masas, a personas de color y puertorriqueños,

a los niños de escuelas de ghettos y al público. Eso

fue lo que resentimos. Tal vez sus métodos no eran los más

adecuados, acepto que habría sobrevivido sin las entrevistas

que dio. Pero lo que intentó fue lo correcto. Lo mejor es que

nos dediquemos a la política que quería, de lo contrario, nos

merecemos que nos llamara `elitistas’ y `esnobistas’”.

“Eso es una sinrazón”, interrumpió el miembro del consejo

normalmente callado y amable de la facultad de historia

del arte. “Simplemente no tiene sentido que nuestro museo se

convierta en el tipo de recurso para la comunidad que nuestro

antiguo director y distinguido colega quería. Primero, no es

necesario. La ciudad tiene uno de los museos más grandes y

mejores del mundo que hace exactamente eso y lo hace bien.

Segundo, no tenemos los recursos artísticos ni los económicos

para servir a la comunidad a ese nivel. Podemos hacer

algo diferente aunque igual de importante y, de hecho, único.

Nuestro museo es el único en el país, si no es que en el mundo,

con una comunidad académica totalmente integrada y una verdadera

institución de enseñanza. Lo usamos, o al menos lo

hicimos hasta hace algunos desafortunados años, como un

recurso educativo importante para todos nuestros estudiantes.

Ningún otro museo en el país, y que yo sepa en el mundo,

lleva a estudiantes sin grado a conocer el arte como nosotros.

Todos nosotros, además de nuestro trabajo especializado y de

licenciatura, impartimos cursos a personas que no van a hacer

carrera en arte ni serán historiadores de arte. Trabajamos con

estudiantes de ingeniería y les mostramos qué hacemos en

nuestro trabajo de conservación y restauración. En el caso de

los estudiantes de arquitectura, les enseñamos el desarrollo

de la arquitectura a través de los años. Sobre todo, trabajamos

con estudiantes de artes liberales, que con frecuencia no

han estado expuestos al arte antes de llegar con nosotros y que

disfrutan de nuestros cursos porque son especializados y no

simplemente `apreciación del arte´. Todo esto es único y es lo

que nuestro museo puede y debe hacer.”

“Dudo que esto sea lo que debamos hacer”, comentó el

director del departamento de matemáticas. “Hasta donde sé,

el museo es parte de la facultad de licenciatura. Nos debemos

concentrar en capacitar a los historiadores de arte en

su programa de doctorado, en su trabajo especializado y

en su investigación. Yo recomendaría ampliamente que se

considere al museo como un anexo a la educación de licenciatura

y, en especial de doctorado, limitarse a este trabajo

y evitar el intento de ser `popular´ en el campus y fuera del

mismo. La gloria del museo son los catálogos especializados

de nuestra facultad y nuestros graduados de doctorado, a

quienes buscan las facultades de historia del arte del país.

Ésa es la misión del museo, que sólo se verá afectada por

los intentos de ser `popular´, ya sea entre los estudiantes o

ante el público.”

“Son comentarios muy interesantes e importantes”,

comentó el decano, que intentaba aún calmar la situación. “Pero

considero que todo esto puede esperar hasta que sepamos

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