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Fisica General Burbano

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RELATIVIDAD<br />

CAPÍTULO XXVII<br />

CINEMÁTICA Y DINÁMICA RELATIVISTAS<br />

A) CINEMÁTICA RELATIVISTA<br />

XXVII – 1. El éter como soporte y transmisor de la luz<br />

MUESTRA PARA EXAMEN. PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN. COPYRIGHT EDITORIAL TÉBAR<br />

Se ha visto, a propósito del movimiento relativo, que las leyes de la Mecánica son invariantes<br />

en una transformación de Galileo, entre sistemas inerciales. Sin embargo, no hemos sido capaces<br />

de determinar un primer sistema inercial fijo al que referir en última instancia cualquier movimiento.<br />

Los físicos del siglo XIX creyeron encontrar tal sistema absoluto en lo que se denominó «éter<br />

lumínico» o simplemente «éter». Todos los movimientos ondulatorios estudiados hasta esa época<br />

(olas en el agua, sonido,...) necesitaban de un soporte material para propagarse, así que, cuando<br />

los trabajos de Huygens, Young y Fresnel asentaron el carácter ondulatorio de la luz, no se dudó<br />

en definir el éter como el medio en el que se transmiten las ondas luminosas. Más tarde el papel<br />

del éter se extendió a fenómenos gravitatorios y electromagnéticos; de hecho, la luz visible no es<br />

más que una parte del espectro de las ondas electromagnéticas, que incluyen a las ondas de radio,<br />

las luces infrarroja y ultravioleta o los rayos X y gama.<br />

El ÉTER se definió como una sustancia inmaterial, fija, que se extiende por todo el Universo y<br />

que puede fluir libremente a través de todos los cuerpos materiales que se mueven en su seno.<br />

Al interpretar las ondas luminosas como oscilaciones del éter, se concluyó que su velocidad<br />

con respecto a éste es constante, dependiente únicamente de las propiedades del éter e independiente<br />

de la velocidad de la fuente emisora. Esta independencia, como veremos, es de gran importancia<br />

en todos los trabajos que se realizaron tendentes a encontrar un sistema de referencia<br />

absoluto; por ello, de las muchas justificaciones que se le hicieron a finales del siglo XIX y principios<br />

del XX, comentamos brevemente una significativa.<br />

Supongamos que observamos un sistema de dos estrellas de las que, por simplificar, consideraremos<br />

una de gran masa, fija, y la otra mucho menor girando en torno a la primera, en trayectoria<br />

circular, con velocidad V como se indica en la Fig. XXVII-1. Si la velocidad de la luz se sumase a la<br />

de la fuente, la luz enviada hacia nosotros desde la posición A viajaría con velocidad c – V, y la enviada<br />

posteriormente desde B con c + V. Suponiendo suficiente nuestra distancia a ese sistema<br />

doble, el rayo de luz emitido desde B puede adelantar al emitido desde A, e incluso a los emitidos<br />

desde A en revoluciones anteriores de la estrella pequeña. Según esto, observando un sistema lo<br />

bastante alejado, podríamos ver al mismo tiempo varias posiciones distintas de una misma estrella.<br />

El que nunca se haya observado este fenómeno nos confirma la independencia de la velocidad de<br />

propagación de la luz respecto de la velocidad de la fuente emisora. Dicha velocidad, medida por<br />

distintos procedimientos resulta ser de aproximadamente 300 000 km/s, más concretamente, de<br />

(2,997925 ± 0,000003) × 10 10 cm/s.<br />

La constancia de la velocidad de la luz respecto del éter debería proporcionar un método para<br />

medir movimientos absolutos. En efecto, el éter está en reposo y llena todo el Universo, por otro<br />

lado la luz es una vibración de ese éter, así que la medida de la velocidad de la luz que haga un<br />

observador en movimiento respecto del éter dependerá de su propio movimiento.<br />

En 1875, Maxwell propuso una experiencia para medir el movimiento absoluto de la Tierra.<br />

Puesto que ésta gira en torno al Sol a una velocidad aproximada de 30 km/s, aun en el supuesto<br />

de que el Sol estuviera fijo respecto del éter, la Tierra ha de encontrarse con lo que se dio en llamar<br />

un «viento de éter», de dicha velocidad y en sentido contrario, que hará que un observador<br />

en su superficie obtenga distintos valores para la velocidad de la luz si la mide en distintas direcciones<br />

respecto del viento de éter.<br />

Por supuesto que podría ocurrir que en una medida hecha en un instante dado, fuese precisamente<br />

la Tierra la que estuviera en reposo respecto del éter y no se detectase su viento; pues bien,<br />

la misma medida al cabo de un tiempo, en una posición distinta del planeta, debería ponerlo de<br />

manifiesto.<br />

XXVII – 2. Experiencia de Michelson y Morley<br />

En 1881, Albert Abrahan Michelson, que sería en 1907 el primer físico americano en recibir el<br />

premio Nobel, realizó por primera vez un experimento para detectar el viento de éter fracasando<br />

en el intento. Sin embargo, debido a lo rudimentario de su primer equipo experimental, tenía razones<br />

para pensar que con instrumentación más sensible podría corregir su primer «fracaso». En<br />

1887, en colaboración con Edward Willians Morley, lo intentaron de nuevo.<br />

Fig. XXVII-1.– Sistemas de dos estrellas,<br />

una que suponemos fija de gran<br />

masa M y la otra de masa m = M girando<br />

en torno a la primera.

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