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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

II<br />

Después <strong>de</strong> una gran excitación mental que me <strong>de</strong>jara el cerebro excesivamente fatigado, y<br />

todo el cuerpo sin fuerzas, caí en un estado <strong>de</strong> sopor profundo. Y soñé que yo estaba ro<strong>de</strong>ada<br />

<strong>de</strong> tinieblas, pero que, en un punto cercano, aparecía una luz sobrenatural iluminando un<br />

abismo espantoso, en el cual, por manos invisibles, fui precipitada repentinamente, sin que<br />

yo me diera cuenta <strong>de</strong> ello; y que los esfuerzos que hiciera por no hundirme en el terrible<br />

precipicio, no servían sino para <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r más a su fondo.<br />

Un sudor frío me inundó, y el terror me hizo <strong>de</strong>spertar. Miré a mi alre<strong>de</strong>dor y comprendí<br />

que había soñado. Entonces reflexioné sobre mi sueño y esa reflexión me hizo reconocer que<br />

mis i<strong>de</strong>as eran sanas; que ya el <strong>de</strong>svarío había <strong>de</strong>saparecido y que lo que yo soñara era una<br />

revelación. Dios se había apiadado <strong>de</strong> mí, a pesar <strong>de</strong> haberlo yo casi olvidado; en medio <strong>de</strong> mis<br />

locos pensamientos me había inspirado el sueño para que pudiera yo salvarme. ¿No era, acaso,<br />

la luz que yo veía durmiendo, la <strong>de</strong> mi razón recuperada? ¿Y el abismo que tanto temor me<br />

había causado, aquel <strong>de</strong> la locura en que estaba a punto <strong>de</strong> precipitarme ciegamente? ¡Era<br />

preciso, era urgente que yo tratara <strong>de</strong> reaccionar contra mi peligroso estado mental! Así me<br />

lo propuse, y en mi alarmado espíritu principié a buscar los medios <strong>de</strong> lograr el resultado<br />

que ya apetecía. ¿Qué podía yo hacer? Los medios materiales habían sido ineficaces, era<br />

necesario recurrir a un remedio moral, puesto que moral era en su origen el mal que venía<br />

consumiéndome. Y pensé en la religión. ¡Deseé confesarme, presentarme humil<strong>de</strong>mente ante<br />

un ministro <strong>de</strong> Dios! Pero ¿quién sería ese ministro? ¡A ninguno conocía yo, por digno que<br />

fuera, <strong>de</strong> llenar la <strong>de</strong>licada misión que quería encomendarle! ¿A cuál escoger?<br />

¡Aquí me <strong>de</strong>tuve incierta, cuando un nuevo rayo <strong>de</strong> luz inspiradora brilló en mi mente!<br />

¿Cómo no había pensado antes en lo que se me ocurría en aquel instante? ¡Mi confesor estaba<br />

hallado! ¡Su nombre y su figura se <strong>de</strong>stacaban en mi cerebro y los ponía Dios ante mi vista,<br />

como si <strong>de</strong> lo alto los hiciese surgir! ¡Ese nombre y esa figura no pertenecían a otro que a su<br />

señoría ilustrísima, el gran arzobispo <strong>de</strong> Santo Domingo, el noble, el admirado, monseñor<br />

Fernando Arturo <strong>de</strong> Meriño!<br />

III<br />

¡Sí! ¡Monseñor <strong>de</strong> Meriño! ¡Yo no podía vacilar! ¡Era él el único capaz <strong>de</strong> realizar lo que<br />

yo misma juzgaba un milagro; que no otra cosa me parecía el hecho <strong>de</strong> restablecer el equilibrio<br />

<strong>de</strong> mis faculta<strong>de</strong>s, <strong>de</strong> <strong>de</strong>volverme mis pasadas energías, <strong>de</strong> restaurar mi antigua fe, <strong>de</strong><br />

reconciliarme en todo, en una palabra, con la vida normal!<br />

Y no vacilé. Con una <strong>de</strong>cisión, que hubiérase creído imposible en quien algunas horas antes<br />

no tenía voluntad ni para querer, es <strong>de</strong>cir, ni para <strong>de</strong>sear nada en el mundo, <strong>de</strong>terminé llamar al<br />

día siguiente al que había resuelto que fuera mi confesor, el i<strong>de</strong>al confesor que yo necesitaba.<br />

Sin que en mi casa lo supiera nadie, hice venir a mí a un <strong>de</strong>udo <strong>de</strong>l noble prelado, que<br />

era, al mismo tiempo, uno <strong>de</strong> mis amigos más sinceros; uno <strong>de</strong> los que más confianza y mejor<br />

estimación me merecían. Este amigo también se hallaba apenado por el estado en que me<br />

viera; así fue que no bien le hube comunicado mi pensamiento y mi súbita resolución, la<br />

aplaudió complacido y prometióme satisfacerla sin tardar, manifestando a su ilustre <strong>de</strong>udo<br />

mi formal <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> confesarme a él. Y haciéndole conocer mi especial condición <strong>de</strong> enferma<br />

y <strong>de</strong> penitente, cumplió mi buen amigo su palabra, tan fielmente que, al siguiente día, recibía<br />

yo las dos esquelas que voy a transcribir, firmadas, la primera por el mismo monseñor <strong>de</strong><br />

Meriño; la segunda por mi afectuoso comisionado.<br />

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