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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

Hay dos viajes a América seguros y un retorno que no puedo establecer.<br />

En Bogotá se le encomendó una misión periodística en San Juan <strong>de</strong> Puerto Rico. Como era<br />

cerca luego tuvo a su cargo un reportaje sobre las elecciones que se efectuaron en el país cuando la<br />

lucha entre las candidaturas <strong>de</strong> Peynado y Vásquez. Ya se quedó. Casó luego con Elvira Fiuret.<br />

La intelectualidad dominicana lo recibió con los brazos abiertos. Entró a ser parte <strong>de</strong>l<br />

grupo <strong>de</strong> La Opinión, cuando la dirigía Abelardo R. Nanita y era revista. Recuerdo, porque<br />

lo he leído en viejos números que rodaban por casa, una entrevista que le hizo al doctor<br />

Arísti<strong>de</strong>s Fiallo Cabral, que tituló En la gruta <strong>de</strong>l diablo azul.<br />

La Opinión era una publicación magnífica, llena <strong>de</strong> inquietud, que reflejó la vida y la<br />

literatura <strong>de</strong> un momento muy interesante. Después, no se cómo, pasó a manos <strong>de</strong> don René<br />

<strong>de</strong> Lepervanche y se convirtió en diario. El proceso <strong>de</strong> la metamorfosis lo <strong>de</strong>sconozco.<br />

Llovet nos enseñó mucho, pero era un maestro áspero a quien, tragando mucha saliva,<br />

al fin nos acostumbramos. Nos guió, nos aconsejó. A su sombra protectora escribí todos los<br />

poemas que luego reuní en Poemas <strong>de</strong> una sola angustia que publiqué en 1940.<br />

Nos reuníamos por la tar<strong>de</strong> en la peña <strong>de</strong> La Cafetera, íbamos a La Cueva. Tomaba mucho<br />

café y fumaba incansablemente.<br />

Perdió peso, los ojos brillantes, las manos calientes. Se le aguzó el ingenio, y se tornó<br />

mordaz. A él le gustaba discutir y poner al adversario entre la espada y la pared. Cuando el<br />

otro estaba a punto <strong>de</strong> rendirse, lo vi hacerlo muchas veces, le proponía cambiar <strong>de</strong> posición,<br />

es <strong>de</strong>cir: él tomaba la <strong>de</strong>l vencido y el vencido la <strong>de</strong>l vencedor, para <strong>de</strong>mostrar que es posible<br />

ganar, cuando se tiene cultura y armas dialécticas, en cualquier postura que uno se coloque.<br />

Una tar<strong>de</strong>, como <strong>de</strong> costumbre, salimos juntos, a eso <strong>de</strong> las cinco y media. Le pedí que tomáramos<br />

por la Arzobispo Nouel en vez <strong>de</strong>l ordinario camino <strong>de</strong> El Con<strong>de</strong>. Accedió <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> preguntarme la razón. Tenía, le dije, una molestia en un brazo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía días, y quería<br />

que el doctor Alejandro Capellán me viera. Posiblemente una urticaria, quizás sarna.<br />

—Ponte lejos, hazme el favor, que eso es muy contagioso.<br />

Capellán nos recibió. El consultorio a esas horas, cosa rara, estaba sin un alma. Pasamos<br />

<strong>de</strong>ntro. Capellán me examinó el brazo con <strong>de</strong>tenimiento. No era nada. Con una simple pomada<br />

<strong>de</strong> azufre estaba resuelto el problema, que no existía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego.<br />

—¿Y usted cómo se siente?<br />

—Pues, muy bien.<br />

—Sin embargo tiene las manos calientes. Acuéstese ahí y <strong>de</strong>je examinarlo.<br />

Llovet protestó. Yo había venido porque necesitaba al médico y lo examinaban a él que<br />

era sencillamente un acompañante.<br />

Capellán lo auscultó minuciosamente, le hizo un sin fin <strong>de</strong> preguntas.<br />

Nos fuimos. Bebimos nuestro café, discutimos en La Cueva y cada quien para su casa.<br />

Al otro día me llamó el doctor por teléfono. Era un caso grave, se había perdido mucho<br />

tiempo, pero algo se podía intentar. Era menester reposo absoluto, sobrealimentación y<br />

medicamentos. Al principio lo aceptó todo menos el reposo absoluto.<br />

—No me quiero ir consumiendo como una vela. Tengo hijos, tengo <strong>de</strong>beres que cumplir.<br />

Yo no tengo <strong>de</strong>recho a recostarme <strong>de</strong> la familia, a convertirme en un molesto parásito.<br />

Necesito trabajar.<br />

Hablé con su esposa, le rogué a Arturito y algo conseguí: Llovet se quedaría en su casa<br />

y yo haría el trabajo <strong>de</strong> los dos, el que me correspondía más el editorial y la corrección <strong>de</strong><br />

cuanto se compusiera, mañana y tar<strong>de</strong>, en los linotipos. Lo último era lo más engorroso.<br />

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