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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

Por las noches mi tía nos leía, nos releía, Los romances <strong>de</strong>l Duque <strong>de</strong> Rivas y el Romancero<br />

<strong>de</strong>l Cid, Romances Moriscos y algunas traducciones <strong>de</strong> Shakespeare.<br />

Gracias a esas sanas lecturas las visiones horribles <strong>de</strong> las otras lecturas <strong>de</strong>l día, el seguir<br />

las pistas en las alcantarillas <strong>de</strong> París, navegar los ríos terribles <strong>de</strong>l Africa, combatir en las<br />

aguas cal<strong>de</strong>adas <strong>de</strong> la Costa Firme los filibusteros con los representantes <strong>de</strong>l Rey, se disipaban<br />

y nuestros corazones se preparaban para el <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong>l sueño.<br />

Una noche, con mucha fiebre, oía, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi cama, la conversación que sostenían en la sala<br />

mi abuela, mi tía, mi mamá y algunos primos. Las frases me llegaban rotas, <strong>de</strong>shilvanadas<br />

las palabras. Cuando no entendía a <strong>de</strong>rechas, porque yo seguía la charla, preguntaba. Trataban<br />

<strong>de</strong> explicarme. Y llegaron a “sabueso”. No sabía qué era eso e inquirí, no me quisieron<br />

explicar esta vez y siguieron a<strong>de</strong>lante. Nunca, nunca, he sentido una <strong>de</strong>solación mayor. Una<br />

gran tristeza se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mí y llorando me fui quedando dormido.<br />

El primer amor (1926)<br />

Debía tener la misma edad que yo: trece o catorce años. La perseguía cuando iba para la<br />

escuela y a la hora en que regresaba a la casa. Pretendía que aceptara una carta que le había<br />

escrito y cuyo sobre tuve que cambiar varias veces.<br />

Las trenzas color castaño claro le azotaban los hombros en las enérgicas negativas,<br />

cuando me volvía riendo la espalda.<br />

Todas las horas libres, cuando yo no estaba en la escuela, las pasaba en la esquina <strong>de</strong><br />

su casa, recostado <strong>de</strong> un poste <strong>de</strong>l alumbrado cuyo olor a alquitrán conocí muy bien y que<br />

hubiera podido <strong>de</strong>scribir, fibra a fibra.<br />

Un buen día, un hermoso día, aceptó la carta. No me contuve:<br />

—¿Me quieres?<br />

—No.<br />

—¿Pero, me podrías querer?<br />

—Bueno, tal vez.<br />

No necesité más. Valiéndome <strong>de</strong> mil artimañas, <strong>de</strong> la amistad <strong>de</strong> los muchachos <strong>de</strong>l<br />

vecindario que tenían acceso a la casa, <strong>de</strong> sus primos, logré colarme, sentirme autorizado<br />

a ir noche por noche, nada más que a mirarla, a tocarle los pies con mis pies por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong><br />

la mesa.<br />

Jugábamos, todos, lotería o parché. A veces la noche se iba en cuentos o juegos <strong>de</strong> prendas,<br />

en los que no participaban una hermana y su novio, en un rincón, siempre confiándose unos<br />

secretos interminables. Si alguien se dirigía a ellos, salían como <strong>de</strong> un sueño, y para llegar<br />

a la superficie <strong>de</strong> la realidad en don<strong>de</strong> nosotros nadábamos alegres, tenían que echar mano<br />

<strong>de</strong> una serie <strong>de</strong> preguntas incoherentes y breves. Optamos por <strong>de</strong>jarlos tranquilos, como si<br />

no existieran, supongo que con su beneplácito.<br />

Fueron días inolvidables. Iba, con una primita, a las funciones dominicales y vespertinas<br />

<strong>de</strong> una sala <strong>de</strong> cine cercano. Me <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong>socupado un asiento junto al suyo.<br />

A veces tenía que dar gran<strong>de</strong>s peleas con otros niños que <strong>de</strong>sconocían el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> las<br />

reservaciones.<br />

Cuando se iniciaba la proyección <strong>de</strong> la película, muy asustado, me sentaba a su lado y le<br />

tomaba una mano <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una serie silenciosa <strong>de</strong> negativas. Siempre ocurría lo mismo<br />

y como ya tenía sabida la lección el dulce rechazo constituía otro placer.<br />

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