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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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AMELIA FRANCASCI | MONSEÑOR DE MERIÑO ÍNTIMO<br />

aparentando la más mo<strong>de</strong>sta condición. Pidió una audiencia al prelado y cuando la obtuvo<br />

le contó una historia triste, en tono lacrimoso y muy doliente. Monseñor no necesitaba más<br />

para conmoverse. La señora solicitó <strong>de</strong> él cien pesos, diciendo que los necesitaba con urgencia<br />

para salvar a su marido <strong>de</strong> una gran vergüenza. Le fueron acordados, tal vez <strong>de</strong>jando<br />

exhausto el bolsillo <strong>de</strong>l gran arzobispo.<br />

Tres días <strong>de</strong>spués fue a verle la amiga que me relató el episodio y le dijo:<br />

Monseñor: ¿sabe usted quiénes estaban muy elegantes en el baile <strong>de</strong> anoche, acompañadas<br />

por el papá y por la mamá, también lujosamente ataviadas? Las niñas <strong>de</strong> doña C., la<br />

que vino a llorar para conseguir <strong>de</strong> usted una suma. Esa misma noche, al salir <strong>de</strong> aquí, se<br />

fue a tiendas para hacer las compras <strong>de</strong> trajes para la fiesta.<br />

Monseñor quedó algo mohíno, al oír lo que le referían; pero fue un instante. Luego<br />

alzando la cabeza y con uno <strong>de</strong> sus nobles gestos exclamó:<br />

Está bueno, sí. ¡Esa señora se burló <strong>de</strong> mí, pero eso me duele menos que si, necesitando ella<br />

realmente <strong>de</strong>l socorro que me pedía, yo se lo hubiera negado, humillándola y afligiéndola!<br />

Ese rasgo pinta a Monseñor <strong>de</strong> Meriño. Por su extremada generosidad, por su caridad<br />

tan noble, el gran arzobispo, al presentarse ante la justicia divina, ha <strong>de</strong>bido rescatar su más<br />

grave culpa; alcanzar la eterna re<strong>de</strong>nción.<br />

xI<br />

Había yo recibido <strong>de</strong> París un par <strong>de</strong> jarroncillos japoneses, auténticos; monería muy <strong>de</strong><br />

moda entonces en la gran villa –en don<strong>de</strong> Pierre Lotí había introducido por medio <strong>de</strong> sus<br />

narraciones sobre el Japón–. Hice obsequio <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los jarroncillos con un ramo <strong>de</strong> flores<br />

primoroso a mi ilustre amigo, para su oratorio.<br />

Agra<strong>de</strong>ciómelo él en una esquela que se ha perdido; no sé cómo.<br />

Semanas más tar<strong>de</strong>, le envié otro regalo, al que correspondió con una carta que era una pequeña<br />

joya literaria, la cual no he encontrado tampoco y cuyo texto no recuerdo exactamente.<br />

El segundo obsequio fue motivado por la siguiente circunstancia: conversando en casa con<br />

nosotros, y usando <strong>de</strong> la confianza que ya le inspirábamos, nos preguntó dón<strong>de</strong> podría conseguir<br />

ciertos objetos <strong>de</strong> tocador que le eran necesarios. Contestósele que nos informaríamos<br />

para darle aviso. Pero al siguiente día los encontré tan <strong>de</strong> mi gusto, que enlazándolos entre<br />

flores, se los envié en un bonito cesto; para hacérselos aceptar mejor. Él los halló lindísimos<br />

y por eso escribió su bella carta. En resumen me <strong>de</strong>cía que yo poseía un don admirable para<br />

enlazar con flores los corazones <strong>de</strong> aquellos que, como él, eran honrados con mi afecto; que<br />

el suyo era mi esclavo voluntario.<br />

Tuvo él que hacer una visita pastoral a las provincias <strong>de</strong>l Cibao. Su ausencia <strong>de</strong>bía durar<br />

algo más <strong>de</strong> un mes. Fue a anunciárnoslo y a <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> nosotros.<br />

La noticia <strong>de</strong> ese viaje me entristeció tanto que hube <strong>de</strong> manifestárselo. Él se conmovió<br />

y me dijo:<br />

Mire, Amelia, hija mía, (<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que yo había mejorado me llamaba así) yo he pensado<br />

mucho en usted <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que resolví esa visita inaplazable que ya <strong>de</strong>bía yo haber hecho. Sí; he<br />

pensado y crea que con toda el alma siento ausentarme por usted. Temo que recaiga usted<br />

en sus tristezas, porque sé que no está usted curada <strong>de</strong> ellas. Su espíritu enérgico ha reaccionado<br />

entre su extremada melancolía; parece usted serena, pero no dudo que ella reaparezca<br />

a la menor contrariedad. Y pensando en ello, he buscado y creo haber encontrado un medio<br />

<strong>de</strong> distraerla. Escuche usted bien. Pues bueno: abra para mí solo, una especie <strong>de</strong> Diario que<br />

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