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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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Yo sólo puedo creer y sólo creo, por tanto, en los hombres; en los hombres, individualmente.<br />

Jamás en los hacinamientos que forman los partidos políticos.<br />

Bien puedo creer o no creer en Juan Bosch como hombre <strong>de</strong> nobles intenciones y alto<br />

pensamiento político; bien puedo creer o no creer en Viriato Alberto Fiallo; bien puedo creer<br />

o no creer en Tavárez Justo; bien puedo creer o no en Horacio Julio Ornes; bien puedo creer<br />

o no creer en Moreno Martínez o en Read Vittini; y finalmente, bien puedo creer o no creer<br />

en los <strong>de</strong>más conciudadanos que ostentan la comprometida investidura <strong>de</strong> jefes <strong>de</strong> partido.<br />

Pero no creo, no puedo creer en las agrupaciones políticas que respaldan o afectan respaldar<br />

a esos ilustres compatriotas; porque es sobre la reputación <strong>de</strong> esos núcleos sectarios que a<br />

mi juicio está recayendo –a sabiendas <strong>de</strong> los mismos o ignorándolo tal vez– la tremenda<br />

responsabilidad histórica que entrañaría el imperdonable fracaso a que parecen hallarse<br />

expuestas las recién conquistadas liberta<strong>de</strong>s cívicas, o, cuando menos, la práctica eficiente<br />

y eficaz <strong>de</strong> las instituciones <strong>de</strong>mocráticas en nuestro país.<br />

La fatídica conclusión –mi condusión fatídica– cae, como fruta madura, por su propio<br />

peso: mientras existan los partidos políticos no habrá moralidad política.<br />

No obstante los ligeros matices diferenciales <strong>de</strong> la apariencia externa que exhiben a la<br />

simple vista los refinamientos <strong>de</strong> la cultura y <strong>de</strong> la civilización, no la habrá. Ni aquí, ni en<br />

ninguna otra parte, como no la hubo, tampoco en el pasado, según lo enseñan las indicaciones<br />

<strong>de</strong> la historia política <strong>de</strong> la humanidad.<br />

La semejanza <strong>de</strong> vicios y <strong>de</strong>fectos alegada <strong>de</strong> tal modo se comprueba, <strong>de</strong> manera<br />

elocuentísima, evocando episodios acaecidos en un país tan avanzado como la hermana<br />

mayor a quien habitualmente hemos tomado <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>lo en muchos aspectos <strong>de</strong> nuestra<br />

organización estatal.<br />

A raíz <strong>de</strong> su exaltación a la magistratura ejecutiva <strong>de</strong>l Estado, en 1889, Benjamín Harrison<br />

se lamentó en presencia <strong>de</strong> Theodore Roosevelt <strong>de</strong> haber encontrado, al tomar posesión<br />

<strong>de</strong> sus funciones, que los manipuladores <strong>de</strong>l partido republicano, su partido, “se lo habían<br />

cogido todo para ellos”. Él no pudo –<strong>de</strong>claró– ni siquiera “<strong>de</strong>signar su propio gabinete”;<br />

porque esos políticos profesionales que a su talante manejaban y controlaban la maquinaria<br />

<strong>de</strong> la mencionada agrupación política, “habían vendido todos los puestos para pagar los<br />

gastos <strong>de</strong> las elecciones” 1 .<br />

Las incoherentes relaciones <strong>de</strong>l Presi<strong>de</strong>nte Harrison con las subterráneas realida<strong>de</strong>s políticas<br />

han sido expuestas, en una impresionante anécdota, por un reputado ensayista americano.<br />

“La Provi<strong>de</strong>ncia” –exclamó Harrison <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l triunfo– “nos ha dado la victoria”.<br />

Exasperado ante la candorosa ingenuidad <strong>de</strong>l Presi<strong>de</strong>nte, Mart Quay (mágico manipulador<br />

<strong>de</strong> la contienda electoral) explotó:<br />

“¡Qué hombre! ¡Él <strong>de</strong>biera saber” –agregó– “cuán cerca <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong> la penitenciaría”<br />

se vieron algunos hombres “para hacerlo Presi<strong>de</strong>nte!“ 2 .<br />

Han pasado tres cuartos <strong>de</strong> siglo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces. Mas en todos los partidos y en todas<br />

las épocas se cuecen habas. Eran tiempos <strong>de</strong> paz los <strong>de</strong>l Presi<strong>de</strong>nte Harrison. Pero, a la inversa,<br />

eran tiempos <strong>de</strong> guerra –<strong>de</strong> la primera guerra mundial– cuando el partido rival <strong>de</strong><br />

su partido –el Partido Demócrata– <strong>de</strong>jó ver cuán abismática es la hondura a que es capaz<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r la cuestionada moralidad <strong>de</strong> los partidos políticos.<br />

1 Richard Hofstadter, The American Political Tradition (Vantage Press), 172.<br />

2 Ibid.<br />

ENRIQUE APOLINAR HENRÍQUEZ | REMINISCENCIAS Y EVOCACIONES<br />

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