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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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A la inolvidable memoria <strong>de</strong> aquellos familiares o extraños, muertos o vivos,<br />

que <strong>de</strong> una manera o <strong>de</strong> otra supieron aquilatar mis sufrimientos,<br />

mis placeres literarios, profesionales i, sobre todo, mis regocijos filantrópicos.<br />

PREFACIO<br />

Una mañana, ya hace mucho tiempo, mi madre me <strong>de</strong>spertó <strong>de</strong>sesperada.<br />

—”Levántate y ve a buscar al doctor. Tu papá está muy malo” –me dijo.<br />

Nunca había visto a mi padre enfermo y esa noticia me consternó. Me vestí rápidamente<br />

y salí corriendo hacia la casa <strong>de</strong>l Doctor.<br />

Esta quedaba a la vuelta <strong>de</strong> la esquina <strong>de</strong> don<strong>de</strong> yo vivía. Entré en la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l doctor<br />

y su hija, Carmelita, tras mi <strong>de</strong>manda, me señaló una puerta sobre la cual estaba escrita la<br />

palabra LABORATORIO. Penetré en la habitación saludando y no recibí respuesta.<br />

Un hombre corpulento, revestido con una bata <strong>de</strong> un blanco impoluto y muy planchada,<br />

se encontraba <strong>de</strong> espaldas a la puerta <strong>de</strong> entrada y frente a una larga mesa cargada <strong>de</strong><br />

instrumentos raros.<br />

Con la mano <strong>de</strong>recha sostenía un largo tubo <strong>de</strong> vidrio que calentaba en un mechero y<br />

luego miraba al trasluz. Cerca <strong>de</strong> él, silencioso, se encontraba otro hombre <strong>de</strong> aspecto muy<br />

humil<strong>de</strong>.<br />

Al cabo <strong>de</strong> unos instantes el médico se dirigió hacia su escritorio. Tomó un frasco, escribió<br />

algo y entregándolo todo al hombre que esperaba, le dijo con una voz seca y dura:<br />

—”Tómese esto y vuelva <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ocho días”.<br />

El paciente preguntó tímidamente:<br />

—¿Cuánto le <strong>de</strong>bo, Doctor?<br />

La voz <strong>de</strong>l médico restalló en el aire:<br />

—¿Con qué me vas a pagar si no tienes ni con qué comer? –Y lo empujó suavemente<br />

hacia la puerta <strong>de</strong> salida.<br />

Entonces se dio cuenta <strong>de</strong> mi presencia en la habitación y con su voz cortante me<br />

interrogó:<br />

—”Y tú, ¿qué quieres?”.<br />

Con el alma en el suelo le grité casi:<br />

—”¡Corra, doctor, que mi papá está malo; yo creo que se muere!”.<br />

Su voz fue entonces <strong>de</strong> mando:<br />

—”Vamos”. –Y salió <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí que casi corría.<br />

Al llegar a mi casa fue directamente al dormitorio <strong>de</strong> mi padre. Yo entré también y me<br />

escurrí hacia un rincón.<br />

Oí que le preguntaba cosas a mi padre, que lo reñía un poco. Lo examinaba apretándolo<br />

por varias partes.<br />

Cuando terminó <strong>de</strong> examinarlo escribió una receta que entregó a mi madre y salió rápidamente<br />

<strong>de</strong> la habitación. Volvió a entrar enseguida y se dirijió hacia mí y puso su gran<br />

mano sobre mi cabeza y me sacó <strong>de</strong> la habitación y entonces vi que aquel hombre duro me<br />

sonreía y su sonrisa fue como un bálsamo refrescante para mí y me dijo suavemente:<br />

—”No es nada. Mañana estará bien”. Y se fue.<br />

Así conocí al Doctor Heriberto Pieter Bennett y comencé a admirarlo y a quererlo.<br />

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