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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS<br />

<strong>de</strong>dicar al autor <strong>de</strong> ella, por lo bajo, una frase cáustica. Este don Fermín, frente a la asamblea,<br />

había quedado callado, y únicamente quienes cerca <strong>de</strong> él estaban sabían que no había tomado<br />

partido por ninguna <strong>de</strong> las opiniones que se habían manifestado hasta aquel momento. Lo<br />

que él pensaba <strong>de</strong> modo positivo no lo sabía nadie.<br />

No había duda <strong>de</strong> que la reunión iba a terminar sin haberse llegado a ningún acuerdo.<br />

El cura, creyendo haber encontrado la fórmula salvadora exclamó:<br />

—¡Señores! Aquí tenemos la solución: que medio pueblo vele mientras el otro medio<br />

duerme.<br />

Don Fermín se incorporó. Por fin iban a saber los presentes lo que él pensaba <strong>de</strong> todo<br />

aquello.<br />

—¿Y para qué eso, padre? –preguntó con tono más <strong>de</strong> reproche que <strong>de</strong> quien <strong>de</strong>sea<br />

saber lo cierto.<br />

—Pues para que no falte nunca vigilancia. Así, unos estarán cuidando el pueblo hasta<br />

las doce <strong>de</strong> la noche, y <strong>de</strong> ahí, a las seis <strong>de</strong> la mañana lo estarían quienes habían dormido<br />

hasta las doce.<br />

—¿Y eso duraría mucho tiempo? –insistió don Fermín.<br />

—Mientras fuere necesario.<br />

—¿Y no creen uste<strong>de</strong>s, señores –agregó don Fermín, dirigiéndose a todos los circunstantes<br />

y comunicando a sus palabras cierto aire <strong>de</strong> arenga– que todo cuanto hagamos para<br />

evitar los fuegos será inútil, tratándose <strong>de</strong> un pueblo en que abundan los techos <strong>de</strong> cana, si<br />

basta coger una paloma, amarrarle en una patica un cabo <strong>de</strong> “túbano” encendido y echarla<br />

a volar? ¿Qué techo <strong>de</strong> cana no ar<strong>de</strong> así, como un infierno, a los pocos momentos <strong>de</strong> que la<br />

paloma se pose?<br />

Las palabras <strong>de</strong> don Fermín causaron estupor. De haber sido pronunciadas en esta época<br />

se las habría llamado “sensacionales”.<br />

El corregidor hizo un movimiento para ponerse en pie, con ánimo <strong>de</strong> replicarle al<br />

impru<strong>de</strong>nte pulpero. Al notar que el cura había hecho un movimiento igual, simultáneo con<br />

el suyo, y sin duda con el mismo intento, se <strong>de</strong>tuvo. Después, en seguida, <strong>de</strong>tuvo a ambos<br />

una voz imperativa, que salió <strong>de</strong> los labios <strong>de</strong> Valentín Ramírez Báez, quien haciendo un<br />

a<strong>de</strong>mán en dirección <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> enfrente exclamó:<br />

—¡Comisario!<br />

El interpelado se acercó.<br />

—A sus ór<strong>de</strong>nes, gobernador. ¿Qué Manda? preguntó casi en el mismo momento en<br />

que Valentín Ramírez profería:<br />

—¡Métame este hombre en la cárcel! –agregando tras corta pausa, mientras ponía fieros<br />

ojos sobre don Fermín–: Que esas cosas no se dicen en público.<br />

El caso <strong>de</strong> Perdomo y el oficial español<br />

Transcurría la noche <strong>de</strong>l 16 <strong>de</strong> abril <strong>de</strong> 1863. Un manto <strong>de</strong> dolor envolvía la ciudad <strong>de</strong><br />

Santiago <strong>de</strong> los Caballeros. Los rostros, las palabras, toda manifestación <strong>de</strong> vida humana<br />

parecía impregnada <strong>de</strong> una tristeza muy honda. Como saliendo <strong>de</strong> un antro <strong>de</strong> muerte<br />

escuchábanse a modo <strong>de</strong> lúgubre sonido las voces <strong>de</strong> los centinelas españoles apostados en<br />

el fuerte <strong>de</strong> San Luis.<br />

—”¡Alerta centinela!”. —”¡Centinela alerta!”. —”¡Alerta está!”.<br />

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