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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

era <strong>de</strong>l grupo, compuesto casi en su totalidad <strong>de</strong> muchachos <strong>de</strong> las mejores familias <strong>de</strong> las<br />

regiones <strong>de</strong>l Sur. Carlos, por lo contrario, era <strong>de</strong> carácter vivo, jactancioso y medio petulante.<br />

Siempre hablaba <strong>de</strong> su valía en su pueblo natal. Su prestigio allí era tal, según expresaba<br />

continua y orgullosamente, que bastaba verlo para que todo se resolviera con la mayor<br />

facilidad. Esa era su cantinela diaria, en un intermitente revolver <strong>de</strong> tradición y prosapia.<br />

Luis oía y callaba con afectada indiferencia.<br />

Pasaron semanas y meses. Un buen día el Comisionado Especial <strong>de</strong>l Sur es invitado a la<br />

Capital y le envían el Crucero In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia para su traslado. Entre los jóvenes <strong>de</strong>l grupo<br />

que <strong>de</strong>bían acompañarlo incluyó a Luis y Carlos. El itinerario <strong>de</strong>l viaje incluía el pueblo<br />

natal <strong>de</strong> éste, don<strong>de</strong> el Comisionado iba a celebrar algunas conferencias políticas <strong>de</strong> carácter<br />

urgente y <strong>de</strong> importancia máxima para la organización <strong>de</strong>l Partido.<br />

Los más íntimos <strong>de</strong> Carlos, llenos <strong>de</strong> vitalidad juvenil, rebosaron <strong>de</strong> contento con la noticia<br />

y se agarraron <strong>de</strong> su amistad como <strong>de</strong> un áncora <strong>de</strong> salvación, prometiéndose momentos<br />

<strong>de</strong>liciosos en la tierra natal <strong>de</strong>l amigo. La ilusión los inflamó y la edad y los peligros acabaron<br />

<strong>de</strong> formarles conciencia <strong>de</strong> fiesta: bebida, baile, muchachas… Carlos sería para ellos como el<br />

ábrete sésamo <strong>de</strong> los cuentos árabes. Pero para amargo infortunio <strong>de</strong> los amigos <strong>de</strong> Carlos, sus<br />

palabras y promesas, su tradición y su prosapia, no pasaron <strong>de</strong> simple y vana palabrería <strong>de</strong><br />

engreída mocedad. Él fue, como sus acompañantes, uno <strong>de</strong>l montón, <strong>de</strong>sapercibido e ignorado.<br />

Los amigos tragaron la cruel <strong>de</strong>silusión con irónica y estoica indiferencia. Llegados a la<br />

Capital, Carlos se olvidó <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sairado papel que <strong>de</strong>sempeñó en su pueblo y volvió a alar<strong>de</strong>ar<br />

<strong>de</strong> su prestigio y <strong>de</strong> su valer. Luis oía, callaba y una que otra vez lo miraba con malicia. Pero<br />

tanto alborotó y pregonó Carlos su importancia, que una mañana, mientras estaban sentados<br />

a la mesa, Luis se levantó repentinamente y dirigiéndose al jactancioso, le dijo:<br />

—Carlos, no hables tanta basura. Tú en tu pueblo no eres nadie. Si tanto prestigio tienes<br />

allí, ¿en qué lo usaste para beneficio tuyo y <strong>de</strong> tus compañeros cuando estuvimos en tu pueblo?<br />

A<strong>de</strong>más, a una persona que en su pueblo le dicen Ñango tiene que ser un insignificante,<br />

pues ñango es un macuto viejo y un macuto viejo es <strong>de</strong>sperdicio <strong>de</strong> basurero.<br />

Carlos se enfurece, se arma y quiere pelear; pero Luis se sonríe <strong>de</strong>spreciativamente, le<br />

da la espalda y haciendo un movimiento con los hombros, repite:<br />

—Ñango es un macuto viejo y un macuto viejo es <strong>de</strong>sperdicio <strong>de</strong> basurero.<br />

Los amigos ignoraban el mote con que era conocido Carlos en su pueblo. La repentina<br />

salida <strong>de</strong> Luis los hizo reír y bromear, aflojándose <strong>de</strong> esa manera la tensión <strong>de</strong>l momento.<br />

Y como siempre, Carlos continuó ofreciendo a sus íntimos su alar<strong>de</strong>ada importancia,<br />

fantaseando sobre sus pretendidos prestigios en su pueblo natal.<br />

La escalera<br />

En uno <strong>de</strong> los pueblos <strong>de</strong>l Sur, que para el caso <strong>de</strong> mi historia no hace falta nombrar,<br />

vivía un pacífico ciudadano, buen hombre, pero muy aficionado a las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> Baco. En<br />

estado seco era una persona respetable; pero cuando andaba en malas compañías se volvía<br />

jactancioso, <strong>de</strong>rrochador y socarrón. Si al llegar a algún grupo, no muy firme sobre sus bases,<br />

alguien le gastaba una broma, contestaba con arrogancia:<br />

—Cuidadito, cuidadito, que por ahí viene mi hijo Félix. –El hijo era su escudo.<br />

Toda persona que pier<strong>de</strong> el equilibrio moral se <strong>de</strong>speña por el abismo <strong>de</strong> sus propios<br />

<strong>de</strong>saciertos. Tal le pasó a nuestro hombre.<br />

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