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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY<br />

<strong>de</strong> tres mil hombres y pasara tan cerca <strong>de</strong> la gente <strong>de</strong> David que ello diera origen a la leyenda<br />

que va a verse luego, expresada en dos formas diferentes, aunque muy parecidas. O, lo que<br />

también pue<strong>de</strong> ser probable, que en dos ocasiones David tuviera en sus manos a enviados <strong>de</strong><br />

Saúl o a personajes notables <strong>de</strong> su séquito y les perdonara la vida; en la voz <strong>de</strong> los seguidores<br />

<strong>de</strong> David esos dos personajes pudieron convertirse, con el tiempo, en el rey Saúl.<br />

La primera versión refiere que David estaba escondido en las cuevas <strong>de</strong> Engadí y que Saúl,<br />

que le perseguía por el roquedal <strong>de</strong> Jealim, se vio en el caso <strong>de</strong> entrar en “una caverna que allí<br />

habría, para hacer una necesidad”. Estaba haciéndola cuando llegó David, sin <strong>de</strong>jarse sentir, y<br />

cortó un pedazo <strong>de</strong>l manto <strong>de</strong> Saúl. Dicen los textos que cuando el rey <strong>de</strong>jaba la caverna David<br />

le llamó, “echó rostro a tierra, prosternándose; y dijo luego a Saúl: ¿Por qué escuchas lo que<br />

te dicen algunos <strong>de</strong> que yo pretendo tu mal? Hoy ven tus ojos como Yavé te ha puesto en mis<br />

manos en la caverna; pero yo te he preservado, diciéndome: “No pondré yo mis manos sobre<br />

mi señor, que es el ungido <strong>de</strong> Yavé. ¡Mira, padre mío, mira! En mi mano tengo la orla <strong>de</strong> tu<br />

manto. Yo lo he cortado con mi mano; y cuando no te he matado, reconoce y compren<strong>de</strong> que<br />

no hay en mí maldad ni rebeldía y que no he pecado contra ti” (I Sam., 24: 9 al 13).<br />

En el episodio <strong>de</strong> Jaquila, Saúl, que también ha salido con tres mil hombres, como en el caso<br />

anterior, acampó para dormir, y estaba durmiendo cuando llegó David con algunos amigos.<br />

Uno <strong>de</strong> ellos quiso aprovechar la oportunidad y dar muerte a Saúl con la lanza <strong>de</strong>l rey, que<br />

estaba clavada a su lado, en tierra, pero David no le <strong>de</strong>jó, diciendo que él jamás pondría las<br />

manos en el ungido <strong>de</strong> Yavé. Se alejaron <strong>de</strong> allí David y sus compañeros, pero se llevaron la<br />

lanza <strong>de</strong>l rey y su jarro –como se había llevado David, en las cavernas <strong>de</strong> Engadí, un pedazo<br />

<strong>de</strong>l manto real–, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cumbre <strong>de</strong> una colina púsose David a gritar llamando a Abner, el<br />

jefe <strong>de</strong> las tropas <strong>de</strong> Saúl, para <strong>de</strong>cirle que no sabía cuidar al rey. Saúl oyó las voces y reconoció<br />

a David, con quien tuvo un cambio <strong>de</strong> palabras similar al <strong>de</strong> las cuevas <strong>de</strong> Engadí. El yerno le<br />

gritó: “Aquí tienes tu lanza, rey. Que venga un mozo a buscarla; Yavé dará a cada uno según<br />

su justicia y su fi<strong>de</strong>lidad. Hoy te ha puesto en mis manos, y yo no he querido alzar mi mano<br />

contra el ungido <strong>de</strong> Yavé”. Así habló David (I Sam., 26: 23), y ese “aquí tienes tu lanza” nos<br />

recuerda mucho el “en mi mano tengo la orla <strong>de</strong> tu manto” <strong>de</strong> la otra versión.<br />

El parecido no está sólo en las palabras <strong>de</strong> David. He aquí cómo contesta Saúl a su yerno<br />

en el episodio <strong>de</strong> Engadí: “¿Eres tú, hijo mío, David?” (I Sam., 24: 17). Y en el <strong>de</strong> Jaquila: “¿Eres<br />

tú, hijo mío, David?” (I Sam., 26: 17). En Engadí Saúl pi<strong>de</strong> la bendición <strong>de</strong> Yavé para David<br />

y le anuncia que reinará en Israel; en Jaquila, le bendice y le asegura que será afortunado<br />

en todas sus empresas. Allí, Saúl se volvió a su casa y David y sus hombres subieron a un<br />

lugar fuerte; aquí, “David prosiguió su camino y Saúl se volvió a su casa”.<br />

Todo esto suena a falso, pero los autores <strong>de</strong> esas falseda<strong>de</strong>s se atenían al carácter <strong>de</strong> David,<br />

pues <strong>de</strong> haber sucedido los hechos como están relatados, David habría podido actuar<br />

como se dice en esas páginas. Un instinto casi infalible le <strong>de</strong>cía cuándo <strong>de</strong>bía huir, cuándo<br />

atacar, cuándo aliarse con los enemigos y cuándo romper esas alianzas. Hasta en sus días<br />

últimos, ya anciano, encara la rebelión <strong>de</strong> su hijo Absalón con ese sentido <strong>de</strong> la oportunidad,<br />

y certeramente huye a tiempo <strong>de</strong> Jerusalén para organizar la resistencia y reconquistar el<br />

trono. Todo indica que si Saúl hubiera estado a su alcance en los días en que capitaneaba su<br />

banda por el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> Judá, David no le habría matado. Pues el hijo <strong>de</strong> Isaí sabía que su<br />

tiempo no había llegado aún. El tenía el arte <strong>de</strong> esperar y esperaba conscientemente.<br />

Ahora bien, no caigamos en apreciaciones erróneas. En este caso, como en muchos otros,<br />

se trataba <strong>de</strong> esperar, no <strong>de</strong> otra cosa. Pues si Saúl caía en las manos <strong>de</strong> David y éste no le<br />

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