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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL | EL POZO MUERTO<br />

Quito, Guayaquil, La Habana<br />

Al llegar a Guayaquil un conocido amigo, el aire caliente, salió a recibirme. Estaba<br />

<strong>de</strong> nuevo al nivel <strong>de</strong>l mar, junto al río <strong>de</strong> mansas aguas leonadas, importándome poco la<br />

cantidad <strong>de</strong> langostas que visitaban la ciudad arrojadas <strong>de</strong> sus naturales predios por las<br />

últimas crecientes.<br />

Trabajé con la cabeza clara, dormía como un bendito, tenía un apetito voraz y punto<br />

menos que permanente.<br />

Las reuniones <strong>de</strong> clausura se efectuaron. Entramos a ser parte <strong>de</strong> Comisiones Permanentes,<br />

no se podía pedir más. Al fin se oyó el discurso final.<br />

Tenía reservación para salir hacia La Habana cuatro días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> terminados los trabajos.<br />

Sentí necesidad <strong>de</strong> regresar. Una fuerza oscura impulsó mis pasos, que consi<strong>de</strong>ré inútiles,<br />

a la oficina <strong>de</strong> la Braniff: no habría aviones <strong>de</strong> pasajeros precisamente hasta la fecha <strong>de</strong> mi<br />

reservación, pero si yo quería salir en un avión <strong>de</strong> carga podía hacerlo, eso sí, sin ninguna <strong>de</strong><br />

las comodida<strong>de</strong>s que ofrece la Compañía. La diferencia, porque era más barato el pasaje, se<br />

me entregaría en Cuba y me a<strong>de</strong>lantaron que <strong>de</strong>bía tener paciencia ya que la suma a reintegrar<br />

tendría que <strong>de</strong>terminarse en la oficina principal, en los Estados Unidos. Acepté y salí.<br />

Hasta Panamá todo fue bien, pero entre Panamá y La Habana el avión saltó mucho:<br />

atravesamos una zona ancha <strong>de</strong> fuertes vientos. Los pilotos iban y venían, <strong>de</strong> la cabina al<br />

minúsculo cuartito sanitario: la poliuria <strong>de</strong>l miedo.<br />

Dos o tres niños que iban en el pasaje lloraban incansablemente. El avión, tratando <strong>de</strong><br />

evadir la zona <strong>de</strong> mayor peligro, tomó mucha altura y como no estaba equipado como los<br />

que conducen nada más que viajeros, les dolían, nos dolían a todos, los oídos.<br />

Desesperada una madre bonita quitó el cinturón <strong>de</strong> seguridad y fue a pedirle un poco<br />

<strong>de</strong> agua a uno <strong>de</strong> los miembros <strong>de</strong> la tripulación, para ver si callaba al lloriqueante niño, con<br />

tan mala suerte que el vacío más gran<strong>de</strong> que tropezamos la hizo subir, como en un rápido<br />

acto <strong>de</strong> levitación, hasta tropezar con la cabeza en el techo y bajar <strong>de</strong> allí pesadamente. Se<br />

fracturó un tobillo.<br />

Por fin llegamos a La Habana, amarillos, fatigados por la tensión nerviosa a que nos<br />

tuvo sometidos las condiciones <strong>de</strong> la última etapa <strong>de</strong>l viaje.<br />

Al día siguiente enfermó, gravemente, mi hijo Joaquín. Sin que se perdiera tiempo le<br />

operó el doctor Ricardo Núñez Portuondo, el cirujano mayor <strong>de</strong> Cuba. Fue horrible: peritonitis<br />

generalizada.<br />

Núñez Portuondo, cuando terminó la intervención, me llamó aparte y me habló con los<br />

ojos bajos y bondadosos: las únicas esperanzas que podían tener era menester buscarlas en<br />

la Fe, que el Cielo nos las diera.<br />

Durante dos semanas, la gravedad duró cuatro, velé junto a su cuarto <strong>de</strong> la clínica, <strong>de</strong>scabezando<br />

en la mecedora que me buscaron, sin afeitarme, casi sin comer, sin cambiarme la<br />

ropa. La barba crecida luyó la corbata como si se le hubiera pasado por encima, enérgicamente<br />

muchas veces, un cepillo cuyas cerdas fueran <strong>de</strong> alambre.<br />

Y durante ese lapso <strong>de</strong> angustia, <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación, en que nos <strong>de</strong>batíamos todos los <strong>de</strong><br />

la familia y los amigos, entre esperanzas breves y fugaces e incertidumbres que no había<br />

modo <strong>de</strong> arrancar <strong>de</strong> raíz, tuve <strong>de</strong>sagrados, la certeza <strong>de</strong> que no se respetaba ni siquiera el<br />

estado <strong>de</strong> mi hijo, la aflicción que nos embargaba.<br />

Una mañana, porque iba a la Cancillería, que estaba en la casa, a trabajar, a pesar <strong>de</strong><br />

la resistencia <strong>de</strong>l mayordomo entró un grupo insolente y vociferante que venía a pedirme<br />

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