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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

que me esclavice al papel en blanco que <strong>de</strong>bo llenar <strong>de</strong> versos o <strong>de</strong> apretada prosa, por eso<br />

sólo escribo a gran<strong>de</strong>s tirones. Tengo que espantar, que expulsar, los fantasmas <strong>de</strong> mi alma,<br />

los espectros que me asedian. Sólo se van <strong>de</strong> mí para quedarse en el papel. Y al terminar<br />

tengo que hacer una larga convalecencia, una cura <strong>de</strong> reposo, no pensar más en eso, reintegrarme<br />

a los míos, a mi trabajo, a mis lecturas, a la contemplación, a la tristeza. Duermo<br />

profundamente otra vez, lo entiendo todo, lo comprendo todo y más que nada por qué<br />

Platón le negó la entrada a los poetas en la República. Es verdad que no se pertenecen, que<br />

obran enajenados, poseídos por seres, fuerzas, ajenos a sí mismos, que rompen las ataduras<br />

morales, que hacen olvidar las obligaciones, los pequeños <strong>de</strong>beres y los gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>beres,<br />

locos que el diablo mueve con un cordoncito <strong>de</strong> fuego, a quienes exprimen entre sus <strong>de</strong>dos<br />

horribles las Harpías.<br />

Los trabajos y los días (quinta parte) (1934)<br />

Nos aguardaban más dolores y algunas satisfacciones gran<strong>de</strong>s. Ese mismo año, 1934,<br />

<strong>de</strong>bía nacer mi hijo Sergio. Todavía recuerdo, orgulloso, el telegrama <strong>de</strong> Rafael Herrera:<br />

“Celebramos regocijados el natalicio <strong>de</strong>l Príncipe”.<br />

No tenía un centavo. El doctor Manuel Emilio Perdomo, como Secretario <strong>de</strong> la Universidad,<br />

era mi jefe inmediato. Ginecólogo y partero <strong>de</strong> primerísima clase. Me dijo que le llevara<br />

a Candita periódicamente para seguir el proceso <strong>de</strong>l embarazo.<br />

Se iban acercando los días. Yo no quería pensar en eso y lo conseguía sin muchos esfuerzos,<br />

logrando, casi, la seguridad <strong>de</strong> que no suce<strong>de</strong>ría o que me encontraría –¿en dón<strong>de</strong>,<br />

por qué?– bien lejos.<br />

Una noche ella empezó a sentir los dolores. Me llamó, <strong>de</strong>sperté, la oí, no hice caso y seguí<br />

durmiendo. Volvió a llamarme, quise seguir durmiendo y ella me obligó a <strong>de</strong>spertarme, a<br />

vestirme, a ir por el médico, por el doctor Perdomo.<br />

Serían, me parece, como las dos <strong>de</strong> la mañana. Llamé a la puerta y él vino personalmente,<br />

en ropa <strong>de</strong> dormir. Me hizo preguntas que no supe contestar bien. Pasé a<strong>de</strong>lante y aguardé<br />

<strong>de</strong> pie que retornara ya en traje <strong>de</strong> calle.<br />

Tomamos un auto <strong>de</strong> alquiler <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una espera larga y <strong>de</strong>sesperante. Era un auto<br />

viejo, viejísimo, que renqueaba por la calle, estornudando asmático.<br />

Al llegar a la calle Emilio Prud’Homme, al tomarla frente al viejo fuerte <strong>de</strong> la Concepción,<br />

se negó a seguir, aquella cuesta era <strong>de</strong>masiada cuesta para él. Creo que le pagué y seguimos<br />

a pie las seis o siete cuadras que nos faltaban. Por allí no había más autos.<br />

Toda la familia estaba levantada. Nuestro aposento era tan pequeño que el doctor<br />

Perdomo juzgó que era más pru<strong>de</strong>nte que se acostara en la mesa <strong>de</strong>l comedor. Allí nació<br />

Sergio.<br />

Bebimos café mientras se anunciaba, por Oriente, el día. Algunos pájaros cantaban en el<br />

parque <strong>de</strong> enfrente y pasaban silenciosos los campesinos que iban para el Hospedaje, medio<br />

dormidos encima <strong>de</strong> los caballos, o a pie, tropezando, con sus hijos y sus mujeres con los<br />

cuellos envueltos en toallas.<br />

En la Iglesia <strong>de</strong> enfrente sonaron las campanas y los madrugadores feligreses entraban<br />

al templo persignándose.<br />

El niño lloraba y Candita dormía. Los <strong>de</strong>más nos mirábamos los unos a los otros, un<br />

poco estúpidamente, en silencio, rojos los ojos.<br />

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