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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS<br />

albergue y le nombró portero <strong>de</strong>l plantel. Tiempo <strong>de</strong>spués lo elevó a prefecto y le revistió<br />

<strong>de</strong> extensa autoridad sobre todos los colegiales.<br />

Andando los días don Marcelino se convirtió en el factotum <strong>de</strong>l colegio. Lo arbitrario<br />

y rígido <strong>de</strong> su disciplina le ganó pronto, entre los colegiales, el dictado <strong>de</strong> tirano. Por faltas<br />

ligeras los mandaba al calabozo y los mantenía encerrados allí largos días, o los con<strong>de</strong>naba<br />

al castigo <strong>de</strong> pan y agua, cuando no les administraba azotainas muy dolorosas, a veces hasta<br />

contun<strong>de</strong>ntes.<br />

No hay que <strong>de</strong>cir cómo era gran<strong>de</strong> y profundo el odio que por don Marcelino sentían<br />

los internos.<br />

Gracias a la intervención <strong>de</strong>l Padre, las <strong>de</strong>masías <strong>de</strong>l truculento prefecto aminoraron un<br />

tiempo. Luego, sin embargo, se reprodujeron, con mayor cru<strong>de</strong>za si se quiere.<br />

Personas que le habían estado observando con <strong>de</strong>tenimiento aventuraban la especie <strong>de</strong><br />

que don Marcelino pa<strong>de</strong>cía <strong>de</strong> epilepsia. Los colegiales afirmaban, <strong>de</strong> su lado, que todas las<br />

noches sufría <strong>de</strong> intensas pesadillas durante las cuales lanzaba gritos estri<strong>de</strong>ntes. Aseguraban<br />

también haberle oído exclamar en sueños: “¡No me maten! ¡Perdónenme!”.<br />

Finalmente se <strong>de</strong>dicó a la bebida. Hacía frecuentes libaciones en las pulperías cercanas<br />

a Regina Angelorum.<br />

Por sus truculentos métodos y ahora por su afición a Baco, ya don Marcelino se le venía<br />

haciendo cuesta arriba al padre Billini. A<strong>de</strong>más, su autoridad, en el punto que era necesario,<br />

iba menguando día por día. Los colegiales se burlaban <strong>de</strong> él cuando le veían borracho. Los <strong>de</strong><br />

mayor edad lo dominaban alabándolo, sobre todo si le <strong>de</strong>cían que era buen orador. Empezó,<br />

a<strong>de</strong>más, a presentar ciertos signos <strong>de</strong> enajenación mental.<br />

Por fas o por nefas, el Padre le sacó <strong>de</strong> la prefectura <strong>de</strong>l colegio y le mandó al manicomio,<br />

<strong>de</strong> que había sido fundador y era igualmente director. Le <strong>de</strong>stinó a diversos oficios<br />

en la casa <strong>de</strong> orates. En realidad, empero, don Marcelino no fue <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese momento sino<br />

un recluso.<br />

Esto sucedía en el año <strong>de</strong> 1889.<br />

Don Marcelino permaneció en el manicomio unos meses. Transcurrido un tiempo, sin<br />

embargo, su organismo comenzó a <strong>de</strong>caer a ojos vistas. Por último se enfermó <strong>de</strong> hidropesía<br />

y en esas condiciones pidió –ésto le fue concedido– trasladarse a la casa <strong>de</strong> una familia amiga<br />

suya resi<strong>de</strong>nte en el barrio <strong>de</strong> Santa Bárbara.<br />

Día por día el mal fue empeorando. Toda esperanza <strong>de</strong> que recuperara la salud se llegó<br />

a per<strong>de</strong>r por completo. A la hidropesía, se juntaba un estado <strong>de</strong> hipocondría que lo hacía<br />

llorar con frecuencia. A esto se le agregaban en la noche las viejas y constantes pesadillas<br />

que le interrumpían el sueño.<br />

Un día los indicios <strong>de</strong> que su postrer instante se aproximaba a marcha acelerada no<br />

<strong>de</strong>jaron ninguna duda. Don Marcelino mismo, ahora en completo estado <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z, solicitó<br />

los auxilios religiosos.<br />

Llamado el cura <strong>de</strong> Santa Bárbara, don Eduardo Vázquez y Valera, el enfermo se confesó<br />

y recibió el viático. El siguiente día fue el último <strong>de</strong> su paso por el mundo.<br />

Tan pronto como se informó al padre Vázquez <strong>de</strong>l <strong>de</strong>senlace fatal, se personó en la<br />

casa mortuoria, en la cual se hallaba un grupo <strong>de</strong> amigos y curiosos, y mandó en busca <strong>de</strong>l<br />

comisario <strong>de</strong> policía y <strong>de</strong> los hombres notables <strong>de</strong>l barrio.<br />

Con voz temblorosa por la emoción que le embargaba el padre Vázquez, <strong>de</strong> pies <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong>l cadáver, dirigiéndose a los circunstantes, exclamó:<br />

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