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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

dos entrañables amigos: Francisco Martínez Alba y Ricardo Mejía. En la Santo Domingo<br />

Motors, me explicó, necesitaban a un joven. El sueldo era muy bueno, mucho mayor que<br />

el que se me podría pagar en el banco por el mismo trabajo. Había hablado con él Ama<strong>de</strong>o<br />

Barletta y él se a<strong>de</strong>lantó a recomendarme.<br />

Cambié <strong>de</strong> ocupación y gané más dinero. Ahora eran $15.00 semanales, casi tres veces<br />

más <strong>de</strong> lo que venía percibiendo.<br />

Pero con los beneficios vinieron los perjuicios. En el entretanto la situación <strong>de</strong> mi familia<br />

había mejorada mucho. Vivíamos en casa propia, hipotecada, pero en casa propia. Teníamos<br />

un auto, una pequeña tienda, una lechería.<br />

No necesitaban mi dinero y yo me las arreglé muy pronto para gastarlo todo, concienzudamente.<br />

Al principio eran visitas esporádicas, a escondidas, a los barrios infames. Baile, aventurillas<br />

con una mujer cualquiera, pero sucedió lo que tenía que ocurrir: una se fue ligando a<br />

mí, poco a poco, sin que yo y posiblemente sin que ella tampoco lo notara.<br />

Pronto sólo a ella veía. Juntos recorríamos las sucias calles en don<strong>de</strong> se arremolinaban<br />

marineros que hablaban en inglés, en alemán, en sueco. Enormes daneses borrachos, soldados<br />

serios apoyados en sus rifles, caras con las huellas <strong>de</strong> todos los vicios, trasnochadores,<br />

músicos, serenos, insolentes ven<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> perfume, <strong>de</strong> drogas, <strong>de</strong> billetes <strong>de</strong> lotería.<br />

Conocí <strong>de</strong> cerca todo lo feo <strong>de</strong> la disipación, los borrachos que pi<strong>de</strong>n limosnas <strong>de</strong> ron o<br />

<strong>de</strong> cerveza, gorrones <strong>de</strong> profesión, chulos muy limpios, los <strong>de</strong>dos llenos <strong>de</strong> gruesos anillos;<br />

campesinos asustados, turistas <strong>de</strong> tierra a<strong>de</strong>ntro que <strong>de</strong>seaban probar la alegría, aquella<br />

alegría espesa <strong>de</strong> la capital; los ricos que llegaban en auto y el auto se quedaba esperándolos;<br />

galleros triunfadores y galleros vencidos. Se les conocía, a los primeros, por los gruesos<br />

fajos <strong>de</strong> billetes <strong>de</strong> banco.<br />

Comí en restaurantes horribles, en mesas sin mantel, con cuchara, y me limpiaba la boca<br />

con cuadrados pedazos <strong>de</strong> áspero papel que en sus buenos tiempos <strong>de</strong>bió ser blanco. Aquello<br />

era, naturalmente, baratísimo y el gusto, lo recuerdo con nostalgia, sin igual.<br />

Aquella mujer me lucía orgullosa en los salones que llenaban con sus alaridos las<br />

trompetas, bajo un cielo raso pintorreado con los más feos colores, combinados sin el menor<br />

sentido artístico.<br />

Estaba orgullosa <strong>de</strong> mí, que le escribía versos, que no <strong>de</strong>cía palabrotas, que nunca me<br />

vio borracho, que estaba casi siempre cuidado y limpio.<br />

Lo que al principio era como una cualquiera <strong>de</strong> las otras aventuras <strong>de</strong> los lupanares, fue<br />

cambiando, sin que nos diéramos cuenta, en una pasión violenta, absolutamente carnal. Yo<br />

entraba en la adolescencia, ella <strong>de</strong>bía tener 22 ó 23 años.<br />

Las noches sin dormir, los excesos <strong>de</strong> toda especie, y la obligación <strong>de</strong> estar temprano en<br />

el trabajo, a las siete y media <strong>de</strong> la mañana, me hicieron per<strong>de</strong>r muchas libras, mi color se<br />

volvió terroso, me dolía con frecuencia la cabeza y para po<strong>de</strong>r estar bien <strong>de</strong>spierto frente a<br />

mi escritorio tenía que mojarme la cara y la cabeza con agua fría.<br />

Yo llevaba la contabilidad <strong>de</strong>l taller <strong>de</strong> reparaciones. Allí, con los mecánicos: españoles<br />

serios, italianos concienzudos, dominicanos alegres, adquirí ciertos rudimentos <strong>de</strong> su arte,<br />

podía distinguir las fallas <strong>de</strong> un motor, <strong>de</strong>terminar, casi, el costo <strong>de</strong> un arreglo.<br />

Mi familia se alarmó. Mi padre, indignado por las horas en que venía a la casa por las<br />

noches, me tomó <strong>de</strong> una oreja y me obligó a <strong>de</strong>jar el trabajo, a volver a mis estudios.<br />

Sin dinero ya, muy triste, vi como la pasión se iba apagando.<br />

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