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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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—¡Suelta, animal! ¿Quieres cometer un crimen? ¿No oyes que este hombre está vivo?<br />

¿Qué importan tus maravedises? Nadie te los reclamará ¡so bestia!<br />

Libre <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong>l sepulturero, el redivivo, tambaleando, fue a sentarse entonces<br />

sobre una pilastra pequeña que se hallaba próxima, mientras Juanico se retiraba mascullando<br />

frases incoherentes <strong>de</strong> mal reprimida ira, las cuales no se sabía si iban dirigidas contra el<br />

clérigo o contra el infeliz a quien éste había liberado.<br />

No hay duda, parece, <strong>de</strong> que en esta ocurrencia célebre se trató <strong>de</strong> un caso bien caracterizado<br />

<strong>de</strong> catalepsia, y así <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> pensarlo la gente <strong>de</strong> aquellos tiempos sabedora <strong>de</strong> esos<br />

achaques. Mas para el pueblo ignorante, singularmente para quienes habían visto yacer<br />

horas y horas al paciente, éste se había muerto, pero “recordó”; y volvió a la vida.<br />

Ese verbo, en el sentido <strong>de</strong> “<strong>de</strong>spertar”, era usual entonces entre nuestra gente <strong>de</strong>l<br />

pueblo. En esta época sólo se le emplea en algunos campos. En su famoso libro El español<br />

en Santo Domingo, Pedro Henríquez Ureña anota: “Recordar, <strong>de</strong>spertar: todavía se oye en la<br />

Argentina y otros países <strong>de</strong> América”.<br />

La tragicomedia <strong>de</strong>l “muerto que <strong>de</strong>spertó” y la cual dio tema abundante largo tiempo a<br />

las consejas <strong>de</strong> los viejos moradores <strong>de</strong> Santo Domingo, tuvo su epílogo: Juanico el Enterrador<br />

fue separado <strong>de</strong> su fúnebre ocupación por la autoridad eclesiástica, con lo que, por no<br />

haber querido per<strong>de</strong>r veinticinco maravedíes, perdió muchos en el resto <strong>de</strong> su vida. El otro,<br />

el cataléptico, <strong>de</strong>sapareció pocos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l suceso y no se supo <strong>de</strong> él más nunca.<br />

El secreto <strong>de</strong> Catatey<br />

M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS<br />

El caso sucedió en aquellos tiempos que una leyenda áurea llama patriarcales, gobernando<br />

a nuestros abuelos el mariscal <strong>de</strong> campo don Carlos <strong>de</strong> Urrutia y Matos, el vejete que<br />

en el año <strong>de</strong> 1813 plugo a la Junta Central <strong>de</strong> Sevilla, actuando a nombre <strong>de</strong> don Fernando<br />

VII, mandar <strong>de</strong> capitán general a esta “muy noble y muy leal colonia” y a quien los vecinos<br />

<strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> Santo Domingo, ya duchos para entonces en el arte <strong>de</strong> poner motes, le<br />

aplicaron el <strong>de</strong> “Don Carlos Conuco” con que ha pasado a la historia, a causa <strong>de</strong> su turbio<br />

método <strong>de</strong> corregir <strong>de</strong>lincuentes poniéndolos a trabajar pro domo sua en las labranzas que<br />

había establecido en la margen oriental <strong>de</strong>l río Ozama.<br />

Fue un robo. Y ¡qué robo! En la Catedral nada menos y con fractura. Denunciando el<br />

crimen y sus agravantes estaban allí en la Capilla <strong>de</strong> la Altagracia el cable suspendido <strong>de</strong><br />

la bóveda y vidrios esparcidos en el suelo, mientras la ventana <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha, contrastando<br />

con su compañera <strong>de</strong> luz, semejaba una cuenca <strong>de</strong> ojo vacía.<br />

¿Qué manos sacrílegas habían profanado la casa <strong>de</strong>l Señor y hurtado la rica lámpara<br />

<strong>de</strong> plata repujada que durante más <strong>de</strong> un siglo había alumbrado el retablo <strong>de</strong> la Virgen <strong>de</strong><br />

la Altagracia?<br />

El primero en advertir el crimen, a la hora <strong>de</strong>l barrido <strong>de</strong> la mañana, fue el pardo Ambrosio,<br />

uno <strong>de</strong> los esclavos <strong>de</strong> la Catedral, quien corrió a avisarlo a don José Ruiz, el cura.<br />

Minutos <strong>de</strong>spués la gente <strong>de</strong> la curia y la <strong>de</strong> curia estaban en movimiento. Aparte la<br />

circunstancia <strong>de</strong> la violación <strong>de</strong>l templo, que ya era bastante para caracterizar <strong>de</strong> horrendo el<br />

hecho, existía la muy atendible <strong>de</strong> lo valioso <strong>de</strong> la joya hurtada, y esto hizo que si afanosa se<br />

empezó a mostrar la clerecía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer momento para dar con el ladrón o los ladrones<br />

y recuperar la lámpara, no menos esfuerzos se dispusieran a <strong>de</strong>splegar los corchetes para<br />

alcanzar los mismos resultados.<br />

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