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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

separación llegó sin afectar mi vida. Yo seguí viviendo y seguí creciendo en cuerpo y alma.<br />

También seguí cambiando unos gustos por otros… Eso fue todo.<br />

<br />

Las ocasiones <strong>de</strong> lucir el precioso uniforme se sucedían sin que mi padre, apegado a la<br />

sencillez <strong>de</strong> su vestimenta civil, complaciera con su estreno al Presi<strong>de</strong>nte. Las excusas, circunstancialmente<br />

cambiantes, se sucedían al mismo ritmo <strong>de</strong> tales ocasiones. Hasta que un<br />

día, siempre presionado por las iteradas inquisiciones <strong>de</strong>l Presi<strong>de</strong>nte, el Ministro Henríquez<br />

resolvió <strong>de</strong>finitivamente la incertidumbre <strong>de</strong> esa situación.<br />

—”Cuando yo recibí la luz masónica, Presi<strong>de</strong>nte” –elucidó–, “escuchando la lectura<br />

<strong>de</strong> la liturgia <strong>de</strong> iniciación aprendí una norma <strong>de</strong> conducta <strong>de</strong> cuyo aprendizaje jamás me<br />

apartaré aún cuando hierva en <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> complacer, como es el caso en que me hallo ahora<br />

frente a usted”.<br />

—”Ministro” –indagó el Presi<strong>de</strong>nte–, “¿y cuál es esa norma <strong>de</strong> conducta que usted no<br />

osa transgredir ni aún para producir una satisfacción?”.<br />

—”Que <strong>de</strong> lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso… Y ese paso, Presi<strong>de</strong>nte,<br />

no lo daré yo”.<br />

Al Ministro Henríquez le fue necesario <strong>de</strong>cir su verdad y su verdad fue dicha. Pero<br />

como no siempre esa franqueza contiene el ingrediente esencial a toda gentileza, suavizó a<br />

seguidas, gentilmente, la aspereza involuntaria <strong>de</strong> su explicación.<br />

—”Pero <strong>de</strong> todos modos le aseguro con igual sinceridad, mi querido Presi<strong>de</strong>nte, que<br />

comprendo y aprecio la noble índole y la amable intención <strong>de</strong> su regalo; y asimismo le<br />

aseguro que agra<strong>de</strong>zco y me honra tan atenta distinción más allá <strong>de</strong> mis posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

expresión”.<br />

<br />

Ni los hombres ni las cosas tienen siempre el <strong>de</strong>stino previsto o <strong>de</strong>seado. No lo tuvo el<br />

prealudido uniforme.<br />

Para esa misma época hubo un rumboso baile <strong>de</strong> disfraces en el Teatro La Republicana<br />

(antiguo asiento <strong>de</strong> la Or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los Jesuítas); y la noche <strong>de</strong> ese baile, estrenándolo, salío<br />

danzando airosamente la bella dama que en vida se llamó Quinitica Pimentel.<br />

<br />

Pasaron varios años, y, olvidado en un perchero, seguía vegetando el uniforme que<br />

Quinitica había estrenado.<br />

Pero un día…<br />

Era un 27 <strong>de</strong> febrero y una <strong>de</strong> las diversiones predilectas <strong>de</strong> las masas populares, en<br />

celebración <strong>de</strong>l aniversario <strong>de</strong> la in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia nacional, eran las mascaradas.<br />

Uno <strong>de</strong> los conocidos miembros <strong>de</strong> esas masas, José, hijo mayor <strong>de</strong> Albencí Binnett<br />

(famoso por los trompos <strong>de</strong> caoba que torneaba sin rival) llegose a casa en busca <strong>de</strong> un traje<br />

viejo para disfrazarse.<br />

—”Don Enrique” –le dijo a mi padre–, “mientras más viejo mejor”.<br />

Mi padre se fue al perchero, <strong>de</strong>scolgó el uniforme y se lo entregó al peticionario.<br />

Esa tar<strong>de</strong> vi a José Binnett uniformado. Afeites extravagantes le <strong>de</strong>sfiguraban la faz<br />

que hacían menos conocible aún unos espejuelos, simulados, <strong>de</strong> cáscara <strong>de</strong> naranja. Algo<br />

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