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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS<br />

hacían reflexiones sobre el peligro que su humanidad iba a correr y no era justo exponerla<br />

así tan así, cuando <strong>de</strong> ello no iba a <strong>de</strong>rivar gloria ni provecho.<br />

No obstante, ni asentía ni negaba formalmente.<br />

—Está bien –dijo a los últimos que le aconsejaban. Yo no vuelvo atrás; pero para un si<br />

acaso que me busquen la vara <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r las velas en la capilla <strong>de</strong> Altagracia. Haciendo<br />

la flama en el pabilo y aplicándosela al quinqué con la vara, no creo que a esa distancia me<br />

suceda nada.<br />

¡Magnífico! Todos asintieron.<br />

Ya entrada la noche el quinqué fue puesto por su dueño sobre una mesa en la acera y<br />

Tejera provisto <strong>de</strong> su vara con el correspondiente pabilo y <strong>de</strong> un “peine” <strong>de</strong> pajuelas.<br />

Una abigarrada multitud <strong>de</strong> hombres y mujeres, clases y eda<strong>de</strong>s, se hallaba situada en la<br />

calle <strong>de</strong> los Plateros, entre la <strong>de</strong>l Guarda Mayor (hoy Luperón) y la <strong>de</strong>l Aguacate, que llamamos<br />

en estos tiempos Gabino Puello. En el trayecto <strong>de</strong> las Merce<strong>de</strong>s a San Francisco (ahora<br />

calle Emiliano Tejera) no se le permitía estar a nadie, fuera <strong>de</strong> los oficiales <strong>de</strong> Santana.<br />

Tomó Tejera la vara. Otro oficial el peine <strong>de</strong> los fósforos.<br />

—¿Estamos listos, teniente Manuel?<br />

—Sí.<br />

Lució la llama en el pabilo <strong>de</strong> la vara.<br />

Expectación. Ansiedad.<br />

“Se oía el silencio”.<br />

Extendida por el brazo <strong>de</strong>recho, mientras la mano izquierda le servía <strong>de</strong> soporte, la vara<br />

comenzó a avanzar con lentitud al impulso <strong>de</strong>l teniente.<br />

“Su gesto era el <strong>de</strong> un hombre que se está jugando la vida” –<strong>de</strong>cía con mucha gracia, ya<br />

anciano, don José María Bonetti, relatando el suceso, <strong>de</strong>l cual, muy joven, había sido testigo.<br />

—¡Ya!<br />

Una luz rojo-negruzca apareció brillando en la mecha <strong>de</strong>l quinqué.<br />

—¡Ya! –repitió clamorosamente la muchedumbre.<br />

—¡Viva el teniente Manuel! se oyó gritar.<br />

—¡Viva el general Santana! sonó en seguida.<br />

Mecida por la suave brisa <strong>de</strong> la noche, la llama se encogía y alargaba, aumentando y<br />

disminuyendo su brillo, como si se mostrara ufana <strong>de</strong> complacer la curiosidad <strong>de</strong>l público.<br />

El teniente Manuel, <strong>de</strong> pie, lucía uniformado <strong>de</strong> rayadillo su arrogante porte al lado <strong>de</strong> la<br />

lámpara, cual “pío, felice, triunfador Trajano”.<br />

El peligro había pasado y, por supuesto, fueron muchos entonces los valientes que se<br />

acercaron al quinqué.<br />

Faltaba, no obstante, un <strong>de</strong>talle: el <strong>de</strong> la colocación <strong>de</strong>l tubo. Generalmente se ignoraba<br />

el nombre <strong>de</strong> éste; pero alguien que dijo haberlo escuchado <strong>de</strong> boca <strong>de</strong> don Felipe lo llamó<br />

así. Este, a<strong>de</strong>más, había explicado cómo se le sujetaba a la lámpara, y otro e<strong>de</strong>cán <strong>de</strong>l general<br />

Santana lo tomó <strong>de</strong> manos <strong>de</strong>l González y lo colocó, tras lo cual, visiblemente satisfecho <strong>de</strong><br />

su proeza, exclamó:<br />

—¡Qué bello!<br />

La multitud aplaudió.<br />

Guardado cuidadosamente el quinqué por su amo, la casa <strong>de</strong> González se vio muy<br />

concurrida durante días por muchos que no habían podido presenciar la operación <strong>de</strong> darle<br />

luz; pero que <strong>de</strong>seaban conocer aquella maravilla.<br />

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