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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS<br />

camino. Don Manuel a su vez se empeñó en echarlo atrás. El burro insistió en la suya, y en<br />

esa lucha levantó uno <strong>de</strong> los palos, que se le clavó justamente en el sitio en don<strong>de</strong> tenía el<br />

tumor. Cayó <strong>de</strong>smayado: privado. Lo recogieron <strong>de</strong> allí pensando que había muerto, pues<br />

un golpe en aquel lugar, que tan enfermo tenía, no podía consi<strong>de</strong>rarse sino como el término<br />

<strong>de</strong> sus penas. Sin embargo, al llevarle a la casa y acostarle, empezó a <strong>de</strong>rramar abundante<br />

materia corrompida y en aquello estuvo por espacio <strong>de</strong> unas doce horas. Al día siguiente don<br />

Manuel se hallaba perfectamente sano y <strong>de</strong>cía que “mientras los curan<strong>de</strong>ros y los médicos<br />

le habían cobrado muchísimo dinero sin curarlo, el burro aquel le había <strong>de</strong>vuelto la salud<br />

con un palo y sin que le costara nada”.<br />

Otro caso:<br />

Siendo don Alejandro Woss y Gil presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la República, entre los años <strong>de</strong> 1885 al<br />

1886, llegó un día a su estancia (que llamaban la Estancia <strong>de</strong> Alejandrito) en las cercanías<br />

<strong>de</strong> esta ciudad. Vio que el mayoral golpeaba duramente a un burro. Le dijo: “¿por qué<br />

maltrata Ud. ese animal?”. “Don Alejandro, este animal es intolerable, entra aquí, se come<br />

los sembrados, acaba con todo y yo he resuelto cada vez que venga darle una paliza”. “No<br />

haga Ud. eso; no, <strong>de</strong> ningún modo. ¿A quién pone Ud. a trabajar en la noria?”. “A Fulano”,<br />

y el mayoral señaló a un sirviente. “Pues cuando el burro se presente, repuso don Alejandro,<br />

usted lo coge y lo pone en la noria a trabajar; que cuando él se convenza <strong>de</strong> que no pue<strong>de</strong><br />

venir aquí sino a eso, no volverá más”. El mayoral cumplió al pie <strong>de</strong> la letra las instrucciones<br />

<strong>de</strong> don Alejandro, y el remedio fue santo. El burro no volvió más <strong>de</strong> dos veces.<br />

Otro:<br />

Contaba Arísti<strong>de</strong>s García Mella que en una ocasión venía él por la calle El Con<strong>de</strong>. La<br />

acera en cierto paraje era estrecha, había dos señores comerciantes “<strong>de</strong> cuyos nombres no<br />

quiero acordarme”, empleando la repetida frase <strong>de</strong> Cervantes. Ocupaban todo el ancho <strong>de</strong><br />

la acera. Un burro se hallaba allí completando el cuadro; la cabeza <strong>de</strong> éste venía a quedar<br />

situada justamente sobre el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la acera. Para colmo <strong>de</strong> males había un charco <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong>l burro, que impedía bajar a la calle. A Arísti<strong>de</strong>s García Mella no le quedaba otro recurso<br />

que pasar por don<strong>de</strong> estaban los señores que le obstruían el paso. Se a<strong>de</strong>lantó tímidamente,<br />

pidió permiso para pasar. Los señores aparentaron no oírle. Seguían su conversación, que<br />

para ellos <strong>de</strong>bió ser muy interesante. Avanzó un paso. Ellos permanecieron indiferentes. No<br />

había paso. Entonces el burro dobló la cabeza y Arísti<strong>de</strong>s García Mella pudo seguir. Decía<br />

éste que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel día se convenció <strong>de</strong> que la mentalidad <strong>de</strong> los burros es superior a la<br />

<strong>de</strong> muchos hombres.<br />

Pero el burro más célebre <strong>de</strong> esta capital fue el que la conmovió en una noche que<br />

los vecinos <strong>de</strong> ella estuvieron recordando por espacio <strong>de</strong> muchos años. Como los burros,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, tenían la ciudad por suya, uno <strong>de</strong> ellos fue y se situó en la<br />

esquina <strong>de</strong>l campanario <strong>de</strong> la Catedral. Había allí bastante yerba, como la había en toda la<br />

ciudad. Se puso a comer. A<strong>de</strong>lantó un paso, y se enredó en la cuerda <strong>de</strong> las campanas <strong>de</strong><br />

San Pedro y <strong>de</strong> Ave María. Cuando ocurría esto era ya como la una <strong>de</strong> la madrugada. Quiso<br />

<strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse, y, al mover la soga, tocó la campana <strong>de</strong> San Pedro. Sonaron tres toques.<br />

Era costumbre entonces que, cuando un enfermo requería la extremaunción, un amigo o<br />

un pariente iba y tocaba esa campana, para avisarle al cura que un enfermo necesitaba sus<br />

auxilios. El cura vivía en la Plazoleta. Al oír las campanadas, dijo: “Enfermo grave”. Tomó<br />

la bolsa <strong>de</strong> los óleos y salió. Mas al salir a la plazoleta oyó otras campanadas. El burro se<br />

había enredado más. No quiso seguir a<strong>de</strong>lante. Pensó: “Esto es más grave”. Mientras el burro<br />

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