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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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JUAN BOSCH | DAVID, BIOGRAFÍA DE UN REY<br />

Ahí está el político. Yavé da el reino, pero el pueblo <strong>de</strong>be respaldar esa <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> Yavé.<br />

No hay duda <strong>de</strong> que David apreció el incendio <strong>de</strong> Siceleg como una señal <strong>de</strong> la cólera <strong>de</strong> Yavé<br />

por haber ido a ofrecer su fuerza a los enemigos <strong>de</strong> Israel. Con la rapi<strong>de</strong>z característica en su<br />

manera <strong>de</strong> actuar, David, que ha tenido la buena fortuna <strong>de</strong> hallar un rico botín en el campo<br />

amalecita, dispone que sus obsequios lleguen a Israel antes que la noticia <strong>de</strong> que él había<br />

entrado, aliado a los filisteos, en la tierra escogida por Yavé. El botín <strong>de</strong>bía ser más elocuente<br />

que la lengua <strong>de</strong> sus adversarios. David, pues, reconocía su error, puesto que se a<strong>de</strong>lantaba a<br />

impedir su difusión. Algo casi sobrenatural, ese instinto político que había traído al mundo,<br />

su excepcional don <strong>de</strong> adivinar la oportunidad propicia para actuar, le estaba aconsejando<br />

esa medida. Pues a esa hora Saúl había sido <strong>de</strong>rrotado y muerto en Gélboe, junto con sus<br />

here<strong>de</strong>ros. David no lo sabía, pero su fina sensibilidad captaba algo en el aire.<br />

Saúl había acampado en Gélboe y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí, habiendo visto el po<strong>de</strong>río filisteo, fue a consultar<br />

a la adivina que le profetizó la muerte. De manera que cuando aquella misma noche<br />

retornó a su campamento, llevaba la batalla perdida en el fondo <strong>de</strong> su corazón. Un hombre <strong>de</strong><br />

instintos tan violentos como él sabía que su hora había llegado. Empeñada la acción, combatió<br />

con su acostumbrada valentía, pero fue herido <strong>de</strong> flecha en la ca<strong>de</strong>ra. Saúl pa<strong>de</strong>cía <strong>de</strong>lirio <strong>de</strong><br />

persecución, quizá sufría <strong>de</strong> aura epiléptica; era violento y cruel. Pero en las batallas se comportaba<br />

como todo un rey. Cuando se vio herido, se negó a caer vivo en manos enemigas y pidió a<br />

su escu<strong>de</strong>ro que lo atravesara con su espada. El escu<strong>de</strong>ro no quiso obe<strong>de</strong>cerle. Saúl, entonces,<br />

puso la suya en tierra, la punta hacia el corazón, y se lanzó sobre esa punta. Los incircuncisos<br />

no le afrentarían en vida. Al verle, muerto, su escu<strong>de</strong>ro siguió su ejemplo.<br />

El heroico Jonatán cayó luchando. Cayeron también Abinadab y Malaquías, hijos <strong>de</strong><br />

Saúl. Cayeron muchos. Al verse sin jefes, los hombres <strong>de</strong> Israel se dispersaron, huyendo por<br />

las orillas <strong>de</strong>l Jordán y por los montes <strong>de</strong> Gélboe. Los filisteos dieron con los cadáveres <strong>de</strong><br />

Saúl y <strong>de</strong> sus here<strong>de</strong>ros y se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong> sus armas. Los cadáveres fueron colgados <strong>de</strong><br />

las murallas <strong>de</strong> Betsán, como testimonio <strong>de</strong> la gran <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong> Israel. Pero cuando en Jabes<br />

<strong>de</strong> Galad, que estaba al oriente <strong>de</strong>l Jordán, se supo que los cuerpos <strong>de</strong> Saúl y <strong>de</strong> sus hijos se<br />

hallaban expuestos al sol, a las lluvias y a las aves <strong>de</strong> rapiña recordaron que la primera acción<br />

real <strong>de</strong>l hijo <strong>de</strong> Quis fue matar sus bueyes y enviarlos en pedazos por Israel para mover a<br />

los soldados <strong>de</strong> Yavé hacia Jabes <strong>de</strong> Galad, sitiada por Nahas, jefe ammonita; lo recordaron<br />

a pesar <strong>de</strong> que habían pasado treinta años <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que el flamante rey Saúl había llegado a<br />

los muros <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber hecho retroce<strong>de</strong>r a Nahas. Los hombres <strong>de</strong> Jabes<br />

<strong>de</strong> Galad marcharon hacia Betsán, se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong> los cuerpos colgados en las murallas<br />

y volvieron con ellos a Jabes. Allí los quemaron, sepultaron los huesos calcinados bajo un<br />

terebinto y <strong>de</strong>clararon un ayuno <strong>de</strong> siete días.<br />

Del campo <strong>de</strong> Gélboe huyó un hombre. Era hijo <strong>de</strong> amalecita. Probablemente se trataba<br />

<strong>de</strong> un aprovechado, que acertó a pasar cerca <strong>de</strong> Saúl cuando ya éste había muerto, y quiso<br />

hacerse grato a los ojos <strong>de</strong> David. En esos días era público y notorio que si Saúl moría, y sobre<br />

todo si morían también sus here<strong>de</strong>ros, el título <strong>de</strong> rey caería sobre David. Los adivinos y los<br />

invocadores <strong>de</strong> muertos se habían encargado <strong>de</strong> propagar por todas partes que el espíritu<br />

<strong>de</strong> Samuel anunciaba el reinado <strong>de</strong> David, y el propio David <strong>de</strong>be haber hecho difundir la<br />

noticia <strong>de</strong> que Samuel le había ungido futuro rey antes <strong>de</strong> su muerte.<br />

Es el caso que aquel hijo <strong>de</strong> amalecita <strong>de</strong>bía creer lo que sin duda tantas veces oyó. Todo<br />

el mundo en Israel sabía que David moraba en Siceleg. Hacia Siceleg, pues, se dirigió el<br />

fugitivo <strong>de</strong> Gélboe. Recorrió sin <strong>de</strong>scanso la distancia entre Gélboe y Siceleg, y llegó a este<br />

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