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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

—Él, le respondí, va a presentar una moción, la moción que los exiliados han convenido<br />

en retirar y yo le he dicho que me voy a sentar a su lado y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que mencione a Trujillo le<br />

doy una bofetada para que se acabe la sesión.<br />

Marrero me miró un tanto extraño, sonrió y fue a comunicarle a Rodríguez Demorizi<br />

y a Lamarche lo que estaba ocurriendo. Vinieron y yo seguí en mis trece: si había alusión,<br />

mención, habría bofetada, o empujón, en fin, habría lío y la sesión tendría que terminarse.<br />

Él no tiene <strong>de</strong>recho a inmiscuirse en lo nuestro. La sangre se me había subido a la cabeza.<br />

Seguíamos bebiendo, él y yo, solos. Llegó la hora <strong>de</strong> empezar los trabajos y yo no me le<br />

quitaba <strong>de</strong> al lado.<br />

Por fin, con una sonrisa <strong>de</strong> simpatía, comprensivamente me dijo:<br />

—Está bien, no hay moción.<br />

Sonriendo siempre –y en aquel momento aprendí a quererle, a apreciarle como amigo,<br />

porque lo hacía no por temor sino por simpatía– rompió la moción.<br />

Le eché un brazo sobre los hombros y nos fuimos al teatro. Nos sentamos juntos.<br />

Pocos días <strong>de</strong>spués hicimos un viaje a la Estación Experimental <strong>de</strong> Tabaco <strong>de</strong> San Juan<br />

y Martínez. Fuimos y vinimos en tren.<br />

Él había entrado a formar, en cierto modo, parte <strong>de</strong> nuestro grupo. No sé qué mosca<br />

le picó, pero cuando íbamos nos dijo que él estaba obligado, precisado, a volver sobre la<br />

moción.<br />

Había que buscar un nuevo procedimiento para impedírselo y yo me sentía <strong>de</strong>sautorizado<br />

a emplear el que tan útil me había sido en Ceiba <strong>de</strong>l Agua.<br />

Marrero y yo, somos o éramos porque yo he perdido mucho hábito, terribles ante una<br />

botella, <strong>de</strong> lo que fuere. A él le gustaba beber. Nos propusimos, pero sin engaños, en buena<br />

lid, vencerlo, anularlo sencillamente bebiendo, emborrachándolo.<br />

En un vagón íbamos con el Comandante Coyula que se <strong>de</strong>leitaba con los cuentos <strong>de</strong><br />

Marrero y con cuya amistad me honré hasta la hora triste <strong>de</strong> su muerte.<br />

Compramos ron. Bebimos en la comida que se nos ofreció a mediodía, y a pesar <strong>de</strong> las<br />

fuertes libaciones seguía tan campante, pero al pasar por un pueblecito en que se <strong>de</strong>tuvo el<br />

tren compramos guayabita, una bebida dulce, <strong>de</strong> guayaba, y resolvimos beber la mixtura.<br />

No hacíamos trampa ni había necesidad. Trago contra trago.<br />

Coyula nos ponía en guardia. Era una bebida suave, aparentemente inocente, pero<br />

traicionera. “Se van a jalar si siguen”. Con todo respeto seguimos, todo el largo camino,<br />

haciendo más frecuentes las visitas a la botella al paso que nos acercábamos a La Habana.<br />

Casi al llegar se iniciaba la otra plenaria.<br />

Por fin estábamos en la estación. Él, sentado, no daba la impresión <strong>de</strong> estar sufriendo ya<br />

los efectos que nosotros aguardábamos y que temíamos si nos tocaban.<br />

Al levantarse tambaleó, sonreído. Se sujetó un poco <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l vagón y echó a<br />

andar, estereotipada la sonrisa. Iba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> nosotros, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> Coyula quien abría la<br />

marcha en razón <strong>de</strong> su proceridad y <strong>de</strong> sus años.<br />

La escalerilla era alta y él no <strong>de</strong>bió calcular bien. Bajó <strong>de</strong> golpe y cayó sobre el pie doblado<br />

y siguió hacia tierra con un rictus <strong>de</strong> dolor. Lo examinamos, asustados. Fractura o lujación<br />

seria. Hubo que llevarlo a curar yo no sé en dón<strong>de</strong> y no pudo asistir a la reunión. A mí me<br />

olían las manos, el aliento, la piel toda, a guayabita. Me subía <strong>de</strong>l estómago el gusto dulzón<br />

y el perfume acre <strong>de</strong> la fruta.<br />

Habíamos ganado la otra batalla.<br />

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