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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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Baní no existía, lo que me envolvía, lo que reunía el aire que yo respiraba, eran los recuerdos.<br />

Las guerras, los pa<strong>de</strong>cimientos, los viajes, las bodas suntuosas, los asedios <strong>de</strong> la<br />

capital, las persecuciones.<br />

“Tu tía Ana María, la esposa <strong>de</strong> Juan Ramón Fiallo, llevaba a sus hijos pequeñitos a<br />

la playa <strong>de</strong> Güibia para hacerlos fuertes, como los griegos a sus caballos. Fabio Fiallo, su<br />

hijo, el poeta, gran caballero galante y un corazón <strong>de</strong> león. Tomó La Vega con una varita<br />

<strong>de</strong> mimbre en la mano, entre las balas, con su gran bigote <strong>de</strong> mosquetero. Fabio y Arísti<strong>de</strong>s<br />

eran hermanos. Arísti<strong>de</strong>s Fiallo Cabral, Chachí. Un gran médico y un gran hombre: fino,<br />

estudioso, buen orador, <strong>de</strong>licado. Nosotros queremos mucho a Chachí porque así pobres<br />

como unas ratas cuando nos enfermamos viene <strong>de</strong> la capital, siempre tan bien vestido,<br />

tan suave”.<br />

“Y no tenemos dinero. El dinero dicen muchos que se hace fácilmente. Ni los Billini<br />

ni los Cabral tienen esa facilidad: el General, vivía por Ciudad Nueva, se levantaba muy<br />

temprano, en una gran bata <strong>de</strong> algodón, a tomar el solecito <strong>de</strong> la mañana, a exponer su piel<br />

a los rayos <strong>de</strong>l sol. Aquel viejo metido en su ropa pobre era saludado por todos con respeto.<br />

Los hombres con el sombrero en la mano. Una gloria <strong>de</strong> la República, sin un centavo, porque<br />

no es fácil hacer dinero cuando se tiene una conducta. Los Billini igual. Tío Gollito murió<br />

casi en la miseria, con una pensioncita. Don<strong>de</strong> veas esos apellidos, que son tan tuyos como<br />

los <strong>de</strong> tu papá, sabrás que no hay dinero, pero habrá gentileza, poesía, tradición. Por cierto<br />

que la tradición se está acabando. Nadie quiere lo viejo ni a los viejos, y la tradición es la<br />

vejez respetada”.<br />

Se le llenaban los ojos <strong>de</strong> lágrimas y la voz se hacía un tanto opaca, empañada. Levantaba<br />

la frente hacia el cielo y se bebía sus lágrimas, más que avergonzada dolida.<br />

Todo lo <strong>de</strong>más no existía. El mundo para mí era irreal, como sus recuerdos. Inasible<br />

como todo lo que ellas evocaban.<br />

El pozo<br />

HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL | EL POZO MUERTO<br />

Cavaron el pozo en don<strong>de</strong> se levantaba la empalizada, en el lugar en que se afincó la<br />

altísima frontera <strong>de</strong> troncos <strong>de</strong>lgados que nos separaba <strong>de</strong> los vecinos, y así habría agua, en<br />

aquel terruño siempre sediento, para las dos casas con un solo gasto.<br />

Casi al lado <strong>de</strong>l pozo una pequeña eminencia <strong>de</strong>l terreno indicaba en don<strong>de</strong> fueron<br />

<strong>de</strong>positando cuanto fue necesario extraer: tierra, arenisca y suelta; tierra <strong>de</strong> pálido amarillo,<br />

casi barro; las piedras gran<strong>de</strong>s y los guijarros, y en la línea en que se agotaba la suave<br />

curva se erguía el esqueleto negro, retorcidos los brazos, <strong>de</strong> una bayahonda que nunca<br />

vi con vida.<br />

A los niños se nos recomendó mucho no acercarnos al pozo. Era peligroso a pesar <strong>de</strong> su<br />

alto brocal blanco que la humedad manchaba a trechos con verdín, pero cuando los mayores<br />

no podían vernos nos acercábamos a él, paso entre paso, mirando hacia atrás, seguros <strong>de</strong><br />

que íbamos a incurrir en pecado, y latiéndonos con violencia el corazón, levantábamos la<br />

tapa <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y gritábamos. El eco, el pozo, nos respondía <strong>de</strong>formando nuestros gritos,<br />

porque los pozos son un poco sordos, casi mudos.<br />

Treinta años <strong>de</strong>spués quise volver junto a él, en pos <strong>de</strong> los viejos encantos y ya no estaba<br />

allí, lo habían cegado. De las aguas que dormían allá abajo, que reflejaron nuestras cabezas<br />

y un pedazo <strong>de</strong> cielos nos separaba mucha tierra opaca.<br />

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