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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS<br />

y una partida <strong>de</strong> personas <strong>de</strong> buen humor se reunían en ese lugar a darles las cencerradas.<br />

De ahí que la generalidad <strong>de</strong> los viudos prefiriera casarse <strong>de</strong> día, porque así se evitaban las<br />

cencerradas, a las cuales amparaba la obscuridad <strong>de</strong> la noche. Un hombre, sin embargo, <strong>de</strong><br />

éstos que llamamos <strong>de</strong> pelo en pecho y sangre en el ojo, Toño Castillo, (era un hombre muy<br />

valeroso, y era viudo) contrajo matrimonio con una viuda, doña Altagracia Beauregard. Esto<br />

fue en el año 1874. Todos los tocadores <strong>de</strong> cencerradas se dispusieron a hacerles pasar un mal<br />

rato y se situaron en la esquina <strong>de</strong>l Callejón, con sus latas y cacharros. Cuando el matrimonio<br />

salió <strong>de</strong> la Catedral empezaron a tocar. Pero no contaron con la huéspeda. Toño Castillo sacó<br />

su revólver, lo blandió, y los <strong>de</strong> la cencerrada pusieron pies en polvorosa. Con ese motivo el<br />

Ayuntamiento dio un bando prohibiendo las cencerradas. El bando pasó <strong>de</strong>spués al Libro<br />

IV <strong>de</strong>l Código Penal, don<strong>de</strong> hoy figura.<br />

Esa esquina fue también testigo <strong>de</strong> un suceso trágico. Allí vivía el padre Soto, cura <strong>de</strong><br />

la Catedral. Esto ocurrió alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los años 30 al 35. Gobernaban entonces en Santo<br />

Domingo los haitianos. Era jefe <strong>de</strong> este distrito el general Carrié. El padre Soto, un día, en<br />

la iglesia <strong>de</strong> la Altagracia, increpó duramente a una señora que se presentó con sombrero.<br />

Era la primera dama que usaba este aditamento <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l templo. El padre Soto, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

púlpito, dijo que aquella señora estaba profanando la iglesia al llevar sombrero, el cual estaba<br />

<strong>de</strong>stinado únicamente para ser usado en la calle. Ella se acongojó mucho, sobre todo cuando<br />

el padre Soto la invitó a que se retirara o a que se quitara el sombrero y colocara en su lugar<br />

una mantilla o pañuelo. Al llegar a su casa refirió el inci<strong>de</strong>nte a su esposo, haitiano como lo<br />

era ella, y el esposo, Gratereaux <strong>de</strong> apellido, a la madrugada <strong>de</strong>l día siguiente, se puso en<br />

acecho <strong>de</strong>l padre Soto, para agredirlo cuando saliera a celebrar su misa en la Catedral. Pero<br />

impaciente, viendo que eran las cinco <strong>de</strong> la mañana y el padre Soto permanecía en la casa,<br />

fue y tocó la misma campana que el burro aquél. Dio las tres campanadas. El padre Soto,<br />

al oírlas, pensó que un enfermo necesitaba <strong>de</strong> sus auxilios, y salió. Apenas estuvo afuera,<br />

Gratereaux le agredió a palos y puñaladas hasta <strong>de</strong>jarlo muerto. El suceso causó gran consternación.<br />

Se supo <strong>de</strong> una vez que era Gratereaux, porque un caballericero <strong>de</strong>l general Carrié<br />

lo vio cuando huía. Se le formó proceso y fue con<strong>de</strong>nado a treinta años <strong>de</strong> trabajos públicos,<br />

pena, sin embargo que no cumplió, porque haitianos <strong>de</strong> alguna influencia gestionaron con<br />

el Gobierno que lo libertara ilegalmente y así se hizo.<br />

Me contaba en una ocasión don Emiliano Tejera, quien había oído referirlo a su padre,<br />

esto: Don Juan Nepomuceno Tejera, padre <strong>de</strong> don Emiliano, don Carlos Nouel y otros, habían<br />

sido enviados a Haití en comisión para tratar <strong>de</strong> ver cómo se solucionaban las dificulta<strong>de</strong>s<br />

fronterizas. Hicieron el viaje <strong>de</strong> ida y el <strong>de</strong> regreso por tierra. En este último, cerca <strong>de</strong><br />

Mirebalais, un hombre salió <strong>de</strong> entre el bosque y les pidió una limosna. Ellos se aprestaron<br />

a dársela. Hablaron en español. El pordiosero les preguntó en buen español: “¿Uds. son<br />

dominicanos?”, a lo cual don Juan Nepomuceno le contestó: “Sí”. “Tengo un recuerdo muy<br />

triste <strong>de</strong>l país <strong>de</strong> Uds.”, dijo el pordiosero. “¿Cuál?”. “Algo muy triste; una falta muy grave<br />

que yo cometí; pero ¡cómo he sufrido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces! ¡Cómo se amargó mi vida hasta el<br />

presente!”. “¿Y qué fue eso?”. El haitiano contestó: “Algo que me pasó”. Entonces Tejera<br />

insistió: “¿Pero qué fue lo que le pasó?” y respondió el haitiano: “Yo fui el que mató al padre<br />

Soto”. Luego <strong>de</strong> eso <strong>de</strong>sapareció.<br />

Pero en realidad, los señores <strong>de</strong> las esquinas y los que hicieron las esquinas célebres<br />

a partir <strong>de</strong> cierta época fueron los serenos. Estos los heredamos <strong>de</strong> España, sólo que, en<br />

los primeros tiempos, con la costumbre española <strong>de</strong> cerca el sereno llevaba un uniforme<br />

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