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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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AMELIA FRANCASCI | MONSEÑOR DE MERIÑO ÍNTIMO<br />

LxIII<br />

¡Oh! La enfermedad <strong>de</strong> Monseñor <strong>de</strong> Meriño. ¡Qué cruel fue para mí! ¡Esa terrible enfermedad<br />

que lo fue postrando hasta acabarle! Con peso <strong>de</strong> plomo pesó sobre mi cerebro, por<br />

la preocupación y la inquietud en que me mantenía, <strong>de</strong>l mismo modo que la <strong>de</strong> mi esposo,<br />

¡amenazado <strong>de</strong> muerte en todos los instantes! Ya su ausencia <strong>de</strong> mi casa me tenía angustiada.<br />

¡Qué falta me hacía mi confi<strong>de</strong>nte, mi consolador <strong>de</strong> tantos años! Y, como si no bastase eso,<br />

enfermar mi ilustre amigo y temer yo por él. ¿Cómo refugiarme en su corazón magnánimo?<br />

¿Cómo hablarle <strong>de</strong> pena? ¿Cómo atormentarle con mis preocupaciones? ¿No necesitaba él<br />

mismo <strong>de</strong> ser atendido, no le era menester ser consolado? En mis escasas cartas, porque<br />

ya no me atrevía a escribirle, sino cortas esquelas, trataba yo <strong>de</strong> mecerle como a un niño,<br />

cediéndole cosas tiernas, jamás nada atormentador. ¿Para qué? ¿No sufría él bastante?<br />

En esas esquelas lo que vibraba era el más amoroso sentimiento filial.<br />

Decían así:<br />

“¡Monseñor, la que va a saludarle hoy es María! ¡María, la que usted tanto quiere!¿La ve<br />

usted llegar? Ella va a visitarle. ¡Entra y se sienta a sus pies, le besa las manos! Le contempla.<br />

¿Cómo se siente usted? ¿Se encuentra mejor? ¡No la olvi<strong>de</strong> nunca, Monseñor! ¡Piense en ella<br />

y cuí<strong>de</strong>se! ¡Cuí<strong>de</strong>se como ella se ha cuidado por usted! ¡Déjese aten<strong>de</strong>r por los que le quieren<br />

y tienen la dicha <strong>de</strong> asistirle! ¡María no pue<strong>de</strong> venir sino así, en un papel, pero usted sabe<br />

el afecto que le tiene y sabe también que sufrirá si usted no se cuida! Es preciso que usted<br />

mejore. Le necesito. Debe usted colaborar conmigo como siempre.<br />

¿No le he dicho que voy a mandar a la imprenta mi novela Impenetrable y que cuento con<br />

usted para la corrección <strong>de</strong> pruebas? ¡Recuer<strong>de</strong> que me ofreció ayudarme en ello!<br />

¡Vamos! ¡Repóngase, Monseñor mío! y levántese pronto”.<br />

Esto y otras cosas por el estilo escribíale yo en distintas esquelas. ¡Siempre era María la<br />

que iba don<strong>de</strong> él! ¡Quería parecerle animada, en tanto que <strong>de</strong> mi corazón brotaba sangre,<br />

en forma <strong>de</strong> lágrimas! ¡Porque <strong>de</strong>seaban engañarme los que me veían tan agobiada, ocultándome<br />

una parte <strong>de</strong> la verdad, no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r yo que ese amigo, a quien había<br />

llegado a adorar, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que temía per<strong>de</strong>rle para siempre, a pasos lentos, ¡se iba encaminando<br />

hacia la tumba!<br />

Un día un familiar <strong>de</strong>l seminario estuvo a visitarme, e ignorando que yo estuviera tan<br />

profundamente impresionada por la enfermedad <strong>de</strong> Monseñor, díjome impru<strong>de</strong>ntemente,<br />

como muy joven que era:<br />

—El pobre Monseñor está muy mal. Hoy, el padre (no recuerdo que nombre pronunció)<br />

nos invitó a oficiar una misa que iba a celebrarse por él, porque cree que pocos son sus días.<br />

En el asiento en que me encontraba quedé <strong>de</strong>svanecida y sin aliento.<br />

El joven quedó confundido, sobre todo porque era exagerada la noticia que me dio. Mi<br />

estado era ese.<br />

Él se moría, mientras que yo atada, como por férreas ca<strong>de</strong>nas, esclava miserable <strong>de</strong> <strong>de</strong>beres<br />

superiores a los <strong>de</strong> la más noble amistad, lejos <strong>de</strong> él vivía, sin verle, sin po<strong>de</strong>rle servir<br />

sino a distancia, pendiente siempre <strong>de</strong> las nuevas que <strong>de</strong> él me dieran, ¡en cruel <strong>de</strong>bate con<br />

la <strong>de</strong>sesperación!<br />

LxIV<br />

Carta quincuagésimo quinta<br />

¡Gracias <strong>de</strong>l alma, mi queridísima amiga! Hoy lo que siento es profunda <strong>de</strong>bilidad; pero<br />

ya he comenzado a calentar la máquina, es <strong>de</strong>cir: a comer algo y mejoraré.<br />

305

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