23.04.2013 Views

Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

Mis predicciones muchas veces precisas, firmadas con mi viejo pseudónimo <strong>de</strong> Sully-<br />

Berger, eran mui solicitadas.<br />

En aquella época el po<strong>de</strong>río norteamericano había invadido a nuestro país. Esos militares<br />

no me hicieron daño personal hasta un día en que solicitaron mis servicios médicos<br />

para practicar la craniectomía en un sujeto moribundo que ganaba su pan i su <strong>de</strong>shonra<br />

espiando i matando a compatriotas que luchaban por nuestra liberación. Enseguida fui a<br />

ver a aquel acci<strong>de</strong>ntado. Tenía hendidos parte <strong>de</strong>l frontal i <strong>de</strong> un parietal. Consi<strong>de</strong>ré que<br />

si yo intervenía en ese caso, no obtendría ningún buen resultado. Así manifesté al médico<br />

i al comandante <strong>de</strong> la tropa americana <strong>de</strong>stacada en la provincia. Ambos militares me<br />

amenazaron con prisión si no operaba a ese espía. Entonces les manifesté que yo no poseía<br />

el instrumental necesario para esa intervención inútil. No quedaron satisfechos con lo que<br />

les dije. En ese mismo momento el Gobernador Lara les informó el <strong>de</strong>ceso <strong>de</strong> aquel herido.<br />

Respiré hondo i me felicité <strong>de</strong> no haber hecho sino un rutinario examen en aquel espía. Pero<br />

el capitán americano no quedó satisfecho. Se quejó al Estado Mayor asentado en la Capital.<br />

De allá or<strong>de</strong>naron al Gobernador Marix, un sueco nacionalizado yankee, que hiciera una<br />

investigación <strong>de</strong> lo sucedido con mi negativa <strong>de</strong> no haber hecho nada por salvar la vida<br />

a uno <strong>de</strong> sus mejores sabuesos. El coronel llegó a Macorís acompañado <strong>de</strong> su esposa. Me<br />

interrogaron a fondo, i <strong>de</strong>spués que el alto oficial oyó mi relación, se levantó y me felicitó<br />

diciéndome: “Bien hecho” i me dio un fuerte apretón <strong>de</strong> manos. Aquella escena no fue <strong>de</strong>l<br />

agrado <strong>de</strong> quienes <strong>de</strong>seaban que me impusieran castigo carcelario o algo peor.<br />

Algunos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tal suceso fui solicitado para asistir a un joven barbero que había<br />

recibido una pedrada en la rejión parietal izquierda <strong>de</strong>l cráneo. Una enfermera yankee me<br />

ayudó en esa intervención, la cual fue un nuevo éxito para mí. Ese lauro no fue <strong>de</strong>l agrado<br />

<strong>de</strong> los mencionados jefes americanos que gobernaban en la provincia macorisana.<br />

Nuevos <strong>de</strong>sastres <strong>de</strong> salud apenaron a esa ubérrima rejión cibaeña. El primero <strong>de</strong> ellos<br />

fue la disentería bacilar, el 2do., extensión <strong>de</strong> la fiebre tifoi<strong>de</strong>a i el último, al final <strong>de</strong>l año<br />

1918, la grave epi<strong>de</strong>mia <strong>de</strong> influenza, esparcida en todo el mundo. Cuando llegó a mis oídos<br />

que la “gripe española” se acercaba a Macorís, solicité que se celebraran una o varias<br />

reuniones en la se<strong>de</strong> <strong>de</strong>l Ayuntamiento comunal. Aceptaron mi proposición i me autorizaron<br />

a redactar i publicar una advertencia acerca <strong>de</strong> las precauciones que se <strong>de</strong>bían tomar para<br />

que aquella infección no causara la hecatombe que enlutecía a varias rejiones <strong>de</strong> nuestro<br />

país. En concisa propaganda preventiva aconsejé medidas para que la epi<strong>de</strong>mia no causara<br />

graves daños. Prescribí el uso permanente <strong>de</strong> la careta bucal i nasal, similar a la que usan los<br />

cirujanos. Dividí la ciudad en cuatro sectores para que en ellos no faltase comida ni otra clase<br />

<strong>de</strong> asistencia médica i social. Cuando a orillas <strong>de</strong>l pueblo sucedió el primer caso <strong>de</strong> gripe<br />

maligna, algunos jóvenes recalcitrantes contra mis ór<strong>de</strong>nes (a la sazón yo era el médico oficial<br />

<strong>de</strong>l Ayuntamiento) se negaban a usar la mascarilla. En vista <strong>de</strong> ello, fui personalmente a la<br />

oficina <strong>de</strong>l comandante americano y le propuse que me nombrara preboste sanitario en esa<br />

población, con po<strong>de</strong>res para hacer ejecutar las medidas que ayudaran a disminuir el peligro<br />

que nos amenazaba. Aceptó gustoso i me dio un documento para validar mis actuaciones<br />

en esa tarea. Ese mismo día impuse multa <strong>de</strong> cinco pesos i prisión a quienes se negaban a<br />

cumplir mis ór<strong>de</strong>nes. Días <strong>de</strong>spués, nadie más se atrevió a salir a la calle sin cumplir las<br />

estrictas precauciones que hice publicar.<br />

A pesar <strong>de</strong> esa profilaxia, la “gripe española” se extendió allí. Yo mismo salía a llevar<br />

medicinas i alimentos a los enfermos. Dos <strong>de</strong> mis colegas, ya ancianos, fueron <strong>de</strong> los<br />

82

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!