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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

Ojalá no llueva hoy para ir allá y que me vea sin nubes, siempre el mismo, admirador<br />

suyo y muy afectísimo,<br />

P. Meriño.<br />

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No sé qué carta <strong>de</strong> mi buen amigo provocaría la queja que él repite con tanta gracia y<br />

tal cariño.<br />

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Carta vigésima<br />

¡Amiga mía queridísima, respetadísima y todos los ísimas que sean <strong>de</strong> su agrado!<br />

Man<strong>de</strong> a la imprenta esa plana. Así como está quedará bien. La palabra conociera, lo<br />

arregla todo.<br />

¡Y doy a usted mil gracias por sus <strong>de</strong>licadas atenciones! ¡Cuán sinceramente las estimo!<br />

Pero no siembra usted en terreno estéril, ¡pues bien sabe Dios cuánto la quiero, Amelia!<br />

Le <strong>de</strong>volví los libros porque ya los he leído. Del otro leí lo que más me interesaba. Con<br />

el alma le agra<strong>de</strong>zco el bien que me hace proporcionándome agradables ratos <strong>de</strong> distracción<br />

con la lectura <strong>de</strong> esas obras.<br />

Espero tener en esta semana el gusto <strong>de</strong> ir a verla. Trate <strong>de</strong> cuidarse para que yo la encuentre<br />

mejorada y contenta.<br />

Su adicto <strong>de</strong> corazón.<br />

P. M.<br />

xxxI<br />

Recordaré aquí que la novela, aunque principiada a editar hacía tiempo, no estaba<br />

terminada. Faltaban muchos capítulos por escribir, cuando Monseñor volvió a ocuparse<br />

ella.<br />

Conocía él el plan <strong>de</strong> la obra porque yo se lo había revelado; pero, en el curso <strong>de</strong> mi redacción,<br />

cobró tal amor a María, que un día me sorprendió por ello. Voy a relatar el inci<strong>de</strong>nte<br />

conmovedor, como una prueba <strong>de</strong> la emotividad <strong>de</strong>l gran arzobispo.<br />

Habíale enviado yo el cua<strong>de</strong>rno en que la inocente víctima <strong>de</strong> la madre culpable aparece<br />

a punto <strong>de</strong> morir, herida por el corazón por lo que ella cree una traición <strong>de</strong> su adorado<br />

Alberto.<br />

Monseñor llega sin anunciarse como lo acostumbraba. Trae el cua<strong>de</strong>rno y me lo entrega,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> saludarme. Le noto como preocupado. Imagínome que va a señalarme en el<br />

trabajo alguna grave incorrección y me preparo a oírle, cuando exclama:<br />

—Amelia, ¿no sabe usted lo que me trae aquí?<br />

—Creía, Monseñor, que era algo que <strong>de</strong>seaba usted <strong>de</strong>cirme.<br />

—¡Vengo a pedirle una gracia!...<br />

—Diga, Monseñor.<br />

—¡Oiga, Amelia! ¡Lo que voy a suplicarle es que no me mate a María! ¡Aquí le traigo su<br />

cua<strong>de</strong>rno en don<strong>de</strong> usted la hace morir! Pero yo no quiero que ella muera.<br />

Sorprendida, miré a mi ilustre amigo. Creí que bromeaba. Pero me convencí <strong>de</strong> lo contrario<br />

y conmovíme al notar cierta angustia en su semblante y al escucharle que añadía en<br />

tono casi lastimero:<br />

—¡Déjela vivir, Amelia, y que sea feliz!<br />

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