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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

—”No se alarme, Doña” –le dijo sosegante–; “yo no vengo a causarle ningún daño a su<br />

marido”.<br />

Habiendo recuperado en parte la tranquilidad que había perdido, Doña Tallita insistió:<br />

—”En caso <strong>de</strong> que usted no pueda esperar a mi marido, ¿no podré servirle trasmitiendo<br />

su recado?”.<br />

—”Así tendrá que ser, mi Doña. Yo hubiera preferido comunicarme directamente con el doctor,<br />

para cumplir personalmente un encargo <strong>de</strong> mi madre… que ya no es <strong>de</strong> este mundo; pero<br />

como no soy dueño <strong>de</strong> mi tiempo, tengo que partir a darle cumplimiento a otro <strong>de</strong>ber”.<br />

Forzado por la tiranía <strong>de</strong>l tiempo y ocultando su nombre únicamente, el <strong>de</strong>sconocido<br />

se explayó.<br />

—”Yo pertenezco al cuerpo armado que presta servicios <strong>de</strong> protección a la presi<strong>de</strong>ncia<br />

<strong>de</strong> la república (los cívicos, como la gente nos llama); y se acerca el momento en que <strong>de</strong>bo<br />

reportarme”.<br />

El disertante cobró nuevos alientos; y entrando ya en materia prosiguió:<br />

—”Óigame bien, Doña. Tan pronto llegue su marido pídale que vaya sin <strong>de</strong>mora a casa<br />

<strong>de</strong> Don Enrique Henríquez, sea cual fuere la hora, y lo inste a que se asile”…<br />

—”¿Qué se asile? ¿Y por qué, si mi primo no es político ni tiene nada que ver con los<br />

vaivenes <strong>de</strong> la política?”.<br />

—”No importa, Doña, al amanecer lo van a coger preso; y yo soy uno <strong>de</strong> los <strong>de</strong>signados<br />

para cogerlo. Como por mi posición no puedo ser yo quien le dé ese aviso, he venido a buscar<br />

la ayuda <strong>de</strong> su esposo, pues yo sé que él es médico y amigo <strong>de</strong> Don Enrique”.<br />

La <strong>de</strong>sconfianza renacía en el ánimo <strong>de</strong> Doña Tallita, cuando por su mente cruzó la suspicacia<br />

<strong>de</strong> que tal vez se trataba <strong>de</strong> una estratagema, maliciosamente concebida, para inculpar<br />

a su primo, <strong>de</strong> revolucionario, induciéndolo antes a cometer el hecho <strong>de</strong> buscar asilo político.<br />

Tras <strong>de</strong> toda sospecha surgen <strong>de</strong> ordinario nuevas suspicacias. Por su mente cruzó como un<br />

relámpago, al mismo tiempo, otra conjetura. ¿No se trataría <strong>de</strong> una treta para hacer preso a<br />

su marido cuando fuese a darle a su primo Enrique el recado encarecido?<br />

El miedo hace ver visiones. Pero Doña Tallita era mujer <strong>de</strong> aguda inteligencia; y pronto<br />

comprendió que para apresar a su marido holgaba urdir semejante trama, ya que bastaba,<br />

simplemente, con acechar su retorno al hogar. De todos modos, sintiéndose fatalmente<br />

intrigada, interrogó:<br />

—”¿Y cuál es su interés, pues muy gran<strong>de</strong> parece tenerlo usted en salvar a Don Enrique<br />

<strong>de</strong> la celada que según la revelación <strong>de</strong> sus palabras le tienen puesta?”.<br />

—”Oiga con el corazón abierto, Doña, lo que le voy a <strong>de</strong>cir. Óigalo bien; y entonces se<br />

dará cuenta <strong>de</strong> la razón <strong>de</strong> mi diligencia. Entonces podrá, también, per<strong>de</strong>r la <strong>de</strong>sconfianza<br />

que todavía me tiene”.<br />

Con reservada hipocresía convencional Doña Tallita trató <strong>de</strong> sincerarse a los ojos <strong>de</strong>l<br />

extraño visitante.<br />

—”No” –alegó–; “si la verdad es que no le tengo ninguna <strong>de</strong>sconfianza”.<br />

—”Perdone, Doña; aunque usted lo niegue, lo cierto es que me la tiene. Después <strong>de</strong> todo,<br />

eso es lo mejor. En nuestro tiempo es mejor que no crea en mí ni crea en nadie hasta que no<br />

esté segura <strong>de</strong> que no la engañan. Siguiendo esa cautela nunca tendrá que arrepentirse”.<br />

—”Está bien. Le agra<strong>de</strong>zco su consejo. Ahora responda a mi pregunta que ya le escucho”.<br />

—”Siendo niño, yo sufrí una enfermedad que me puso a las puertas <strong>de</strong> la tumba. A<br />

duras penas me salvé, gracias a la misericordia <strong>de</strong> Dios y al espíritu caritativo <strong>de</strong> Doña Lea<br />

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