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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS<br />

Minutos <strong>de</strong>spués resonaron los mismos toques.<br />

Esta vez, con voz entrecortada por la impresión que había producido en su ánimo aquella<br />

intempestiva llamada, inquirió:<br />

—¿Quién va?<br />

—En nombre <strong>de</strong>l rey, abra seguido.<br />

A la intranquilidad <strong>de</strong> los primeros momentos, sucedió el miedo.<br />

—¿Quién… dice?… balbuceó.<br />

—¡La Santa Inquisición!<br />

Estas palabras llegaron a sus oídos con sonido lúgubre. Sus manos, frías por el terror que<br />

se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> él, se alargaron para tomar <strong>de</strong> una mesita próxima la palmatoria. No pudiendo<br />

sostenerla, a causa <strong>de</strong>l temblor que agitaba ya todo su cuerpo, la palmatoria cayó al suelo.<br />

La mujer <strong>de</strong> Santín, que lo había oído todo; pero que no había podido articular palabra,<br />

exclamó entonces:<br />

—¡La Virgen <strong>de</strong> las Merce<strong>de</strong>s nos valga!<br />

Escucháronse <strong>de</strong> nuevo las voces:<br />

—¡Abrid sin tardanza! ¡Paso a la Santa Inquisición!<br />

Un tanto repuesto <strong>de</strong> la primera impresión, don Bernardo Santín, buscando a tientas,<br />

recogió la palmatoria <strong>de</strong>l suelo, hizo luz y fue hacia la puerta. Sosteniendo la palmatoria en<br />

la siniestra, mientras con la diestra levantaba la aldaba, advirtió:<br />

—¡Cuidado con la puerta, que allá va!<br />

Apenas había abierto, penetraron dos hombres: dos alguaciles. Después dos más: un<br />

oidor y un amanuense <strong>de</strong> la Audiencia.<br />

—Tenemos <strong>de</strong>nuncia <strong>de</strong> un sacrilegio –dijo el oidor– y venimos a inquirirlo.<br />

Don Bernardo no contestó. Faltábale aliento. Luego <strong>de</strong> implorar mentalmente el auxilio<br />

<strong>de</strong>l cielo, exclamó:<br />

—¿Sacrilegio? ¿Quién? ¡Imposible!<br />

—Ya lo veremos. ¿Dón<strong>de</strong> se halla el último cargamento que usted recibió?<br />

—En mi almacén.<br />

—¿Está completo?<br />

—Tiene que estarlo.<br />

—Acabe <strong>de</strong> vestirse y traiga sus llaves. Vamos allá.<br />

A poco por las lóbregas calles que conducían a la Atarazana, los agentes <strong>de</strong>l rey, llevando<br />

a Santín <strong>de</strong>lante, se encaminaron al almacén <strong>de</strong> éste.<br />

Ya a<strong>de</strong>ntro, alumbrados por la palmatoria que llevó Santín y por un candil que allí había,<br />

el oidor extrajo <strong>de</strong> sus bolsillos varios papeles. Luego <strong>de</strong> examinarlos <strong>de</strong>túvose en uno<br />

y en seguida examinó igualmente el exterior <strong>de</strong> los bultos que contenían los objetos recién<br />

<strong>de</strong>positados en el almacén.<br />

Con la seguridad <strong>de</strong> quien sabe lo que hace le or<strong>de</strong>nó a uno <strong>de</strong> los alguaciles.<br />

—Abra éste.<br />

El alguacil tomó <strong>de</strong> una bolsa <strong>de</strong> cuero que había llevado consigo dos o tres herramientas<br />

y ejecutó la or<strong>de</strong>n.<br />

—Saque los orinales que están ahí.<br />

—Desenvuélvalos.<br />

Lo que a la escasa luz <strong>de</strong> la palmatoria y el candil apareció ante la mirada atónita <strong>de</strong> los<br />

circunstantes fue algo que los ojos <strong>de</strong> don Bernardo Santín no habrían querido ver jamás:<br />

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