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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

cuales Heureaux ajusticiaba a sus enemigos en el patíbulo <strong>de</strong>l Aguacatico, en la marjen occi<strong>de</strong>ntal<br />

<strong>de</strong>l río Ozama. Así, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi temprana edad, comencé a odiar a ese tirano. Así también<br />

lo odiaban mis condiscípulos en los planteles en don<strong>de</strong> me instruía. Mis compañeros en las<br />

imprentas en don<strong>de</strong> trabajé tenían razón para abominar a ese monstruo. Nos guardábamos <strong>de</strong><br />

comentar las prisiones i los asesinatos que se sucedían sin cesar. Era una época <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ro<br />

terror para casi todos los dominicanos i también para algunos extranjeros.<br />

Esa antipatía contra Lilís se acrecentó durante la guerra <strong>de</strong> los cubanos contra España<br />

(1895-1898). En ese angustioso período casi todos los adolescentes, yo entre ellos, contribuíamos<br />

con algunos centavos semanales para sostener a los exiliados <strong>de</strong> Cuba que temían<br />

ser reenviados a aquel país. El tirano Heureaux actuaba en doble juego. Todos sabíamos que<br />

su actitud pro-España no era sincera. Temía que si los españoles ganaban aquella guerra tal<br />

vez volverían aquí.<br />

Años <strong>de</strong>spués yo vivía <strong>de</strong>finitivamente junto a mi abuelita, en la casa n. o 1 <strong>de</strong> La Fajina,<br />

hoi calle Emilio Prud’Homme. Juana Ramos, su hija, se amancebó a un anciano, el Notario<br />

Público D. x. A., con quien había concebido un hijo llamado Javiercito, reconocido por su<br />

padre.<br />

Mientras tanto, el Gobernador Pichardo nos expulsó <strong>de</strong> nuestra propiedad <strong>de</strong> la calle Colón.<br />

Así perdimos aquella morada. Ese brusco arrojo <strong>de</strong> nuestra casa causó la muerte repentina <strong>de</strong><br />

Zefí (26 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong> 1896), cuando apenas había fabricado parte <strong>de</strong> su nueva casa.<br />

La historia <strong>de</strong> esa mudanza es bien curiosa, aunque propia <strong>de</strong> la época lilisiana. Como<br />

escribí en otros párrafos <strong>de</strong> estas notas autobiográficas, anteriormente vivíamos en una casa<br />

levantada por mi abuelo en un solar notarialmente alquilado durante años. Su lejítimo dueño<br />

era D. Fabio Caminero, domiciliado en Higüey. Sin previo aviso, José Dolores Pichardo<br />

mandó a un oficial <strong>de</strong>l Ejército para que en un plazo <strong>de</strong> diez días <strong>de</strong>socupáramos dicho<br />

solar porque nuestra vivienda iba a ser <strong>de</strong>struida. Sin más noticias, aquello fue un <strong>de</strong>sastre<br />

para nosotros. Mi abuelo quiso apelar a la escasa amistad que a veces Lilís le ofrecía, pero<br />

alguien <strong>de</strong> nuestros buenos amigos le recomendó que se abstuviera <strong>de</strong> practicar tal dilijencia.<br />

El Gobernador y el Presi<strong>de</strong>nte formaban una sola persona, tanto en mandato como en la<br />

perpetración <strong>de</strong> las más horribles torturas, robos i asesinatos que todos conocemos.<br />

La Policía no <strong>de</strong>jó transcurrir el plazo fijado (quince días) para que se hiciera dicha<br />

mudanza. Las carretas <strong>de</strong>l Gobernador, manejadas por oficiales i soldados, nos forzaron a<br />

mudarnos cuatro días antes <strong>de</strong>l término ya indicado. En ese momento estábamos <strong>de</strong>sayunando.<br />

Para no per<strong>de</strong>r nada <strong>de</strong> nuestro mobiliario, apresuradamente recojimos todo lo que<br />

pudimos salvar. Dos carreteros particulares tuvieron noticia <strong>de</strong> lo que nos acontecía i llegaron<br />

a tiempo para ayudarnos, sin paga, en ese trance que no fue especial para nosotros. La<br />

mayor parte <strong>de</strong> los habitantes <strong>de</strong> ese bloque <strong>de</strong> antiguas i casi <strong>de</strong>struidas viviendas sufrieron<br />

la misma <strong>de</strong>sgracia que tan salvajemente <strong>de</strong>struía nuestras resi<strong>de</strong>ncias.<br />

Soldados, policías i otra jente compasiva nos ayudaron, para evitar que nada se perdiera<br />

durante ese traslado. En esa tar<strong>de</strong> terminamos aquella tarea. La primera i otras inolvidables<br />

noches <strong>de</strong> penosas experiencias las pasamos en la gallera <strong>de</strong> San Carlos, en las celdas <strong>de</strong>stinadas<br />

a los gallos <strong>de</strong> pelea i en algunos refujios caritativamente brindados por vecinos que<br />

nunca habíamos conocido i entre quienes, los más cercanos a nuestra <strong>de</strong>sgracia, figuraba el<br />

hogar <strong>de</strong> la familia Santos propietario <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los trenes <strong>de</strong> carretas que, graciosamente,<br />

bajo el peligro <strong>de</strong> socorrernos, corrieron a ayudarnos. Esa familia, mal apellidada “Los Bellaquitos”,<br />

entraron a formar parte <strong>de</strong> nuestros mejores amigos. Aún hoi, sus <strong>de</strong>scendientes<br />

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