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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

¿Qué iba a hacer ella, pobre como era con Ruth a cuestas? Ruth no oyó razones. La afligida<br />

suegra rogó, invocó a sus muertos, usó sus mejores palabras para convencer a la nuera <strong>de</strong><br />

que <strong>de</strong>bía quedarse en Moab. Pero la joven insistió. Amaba a Noemí y no la abandonaría.<br />

“Don<strong>de</strong> vayas tú, iré yo; don<strong>de</strong> mores tú, moraré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios<br />

será mi Dios; don<strong>de</strong> mueras tú, allí moriré y seré sepultada yo. Que Yavé me castigue con<br />

dureza si algo, fuera <strong>de</strong> la muerte, me separa <strong>de</strong> ti”, dijo Ruth (Ruth, 1: 16.17). “Así se volvió<br />

Noemí con Ruth, la moabita, y vino <strong>de</strong> la tierra <strong>de</strong> Moab, llegando <strong>de</strong> los campos <strong>de</strong> Moab<br />

a Belén cuando comenzaba la siega <strong>de</strong> las cebadas” (Ruth, 1:22).<br />

Al salir <strong>de</strong> Belén, Elimelec había <strong>de</strong>jado una pequeña tierra que Noemí heredaba. Mientras<br />

la pequeña tierra estuviera en sus manos, el nombre <strong>de</strong>l marido muerto perduraría en<br />

la puerta <strong>de</strong> la ciudad. De acuerdo con el grado <strong>de</strong> parentesco, los parientes <strong>de</strong> Elimelec<br />

<strong>de</strong>bían adquirir esa tierra y ejercer el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> levirato sobre las mujeres <strong>de</strong> la familia, en<br />

este caso, sobre Noemí y Ruth. Según la ley <strong>de</strong>l levirato los parientes varones <strong>de</strong> un marido<br />

muerto podían dar a la viuda hijos que llevaran sangre <strong>de</strong>l <strong>de</strong>saparecido; ese <strong>de</strong>recho se<br />

ejercía comenzando por los que tuvieran mayor grado <strong>de</strong> parentesco con el que fue marido.<br />

Pero como se trataba <strong>de</strong> un <strong>de</strong>recho, en el que iba implícito el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> adquirir los bienes<br />

<strong>de</strong>jados por el difunto, los parientes varones podían renunciar a practicarlo, lo cual sumía<br />

en vergüenza a la mujer repudiada.<br />

Según su propio <strong>de</strong>cir, Noemí había salido <strong>de</strong> Belén <strong>de</strong> Judá hacia el Moab con las manos<br />

llenas, esto es, con su hombre y sus dos hijos, y Yavé la había hecho retornar con las manos<br />

vacías. Probablemente ella era ya estéril. Sólo a través <strong>de</strong> su nuera Ruth podría salvarse la<br />

sangre <strong>de</strong> Elimelec y <strong>de</strong> sus hijos, perpetuándose más allá <strong>de</strong> la muerte. Ahora bien, ¿cuál<br />

<strong>de</strong> los parientes <strong>de</strong> Elimelec llevaría a su lecho a Ruth, una extranjera pobre?; ¿cuál sacaría<br />

a las dos mujeres <strong>de</strong> su soledad, alumbrando esas vidas con la sonrisa <strong>de</strong> un niño?<br />

Seguramente el campo que <strong>de</strong>jó Elimelec era muy pequeño para ser trabajado, y <strong>de</strong> todas<br />

maneras, las dos mujeres que habían retornado <strong>de</strong>l Moab “con las manos vacías” no podían<br />

esperar para sembrarlo. Habían vuelto “cuando comenzaba la siega <strong>de</strong> las cebadas”, que no<br />

era época <strong>de</strong> siembras, y <strong>de</strong>bían arreglárselas para hallar comida. Ruth <strong>de</strong>cidió irse a una<br />

era ajena para recoger las espigas que los segadores fueran <strong>de</strong>jando tras sí, y halló un campo<br />

que <strong>de</strong>bía ser <strong>de</strong> dueño acomodado. Espigó allí. Llegó el dueño <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su casa <strong>de</strong> Belén, vio<br />

a la joven espigando, preguntó quién era ella y le explicaron que la nuera <strong>de</strong> Noemí, la que<br />

había llegado <strong>de</strong>l Moab. Dijo él a la moabita; “Hija mía, no vayas a otros campos a espigar<br />

ni te apartes <strong>de</strong> aquí. Únete a mis criadas y vete con ellas al campo don<strong>de</strong> se siegue. Yo diré<br />

a mis criadas que nadie te toque; y si tienes sed, te vas al hato y bebes <strong>de</strong> lo que beban mis<br />

criados”. Palabras que conmovieron a Ruth, quien, <strong>de</strong> rodillas, “rostro en tierra”, expresó<br />

su gratitud <strong>de</strong> esta manera: “¿De dón<strong>de</strong> haber hallado gracia a tus ojos y serte conocida yo,<br />

una mujer extraña?” (Ruth, 2:2 al 10).<br />

Po<strong>de</strong>mos ver la escena, iluminada por el sol <strong>de</strong>l medio día. El hombre, entrado en años,<br />

bondadoso y sereno, <strong>de</strong> pie mientras escucha; la joven mujer <strong>de</strong> Moab, doblada ante él y<br />

temblando <strong>de</strong> gratitud al tiempo que habla. Los labradores siegan la cebada y acaso vuelvan<br />

los ojos para ver a su amo y a la extranjera, mientras sobre la tierra se van secando las espigas<br />

amontonadas y la brisa mueve las que todavía no han sido tronchadas por la hoz. Este<br />

primer encuentro <strong>de</strong> la joven viuda moabita y el maduro y acomodado propietario belemita<br />

es una estampa tranquila, naturalmente dulce, y el inicio <strong>de</strong> una unión que con el andar <strong>de</strong><br />

los años tendrá su mejor fruto en David ben Isaí, el futuro rey <strong>de</strong> Israel.<br />

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