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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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M. J. TRONCOSO DE LA CONCHA | NARRACIONES DOMINICANAS<br />

—Bueno Juan; pues llevaré el agua; pero repara en que ya dieron las nueve y tengo que<br />

<strong>de</strong>spertar a mamá para que cierre –observó tímidamente Panchita.<br />

—¿El agua? ¿El agua nada más? ¡Y la leña también, que bien tenías que saber que para<br />

cargar la leña <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el monte a la casa no íbamos a tener a nadie!<br />

—¿Juan?…<br />

—Sí, sí. ¡La leña también!<br />

Panchita no replicó. Miró a Juan; vio en su cara la tempestad que rugía en su alma y<br />

sintió miedo. Un pensamiento rápido cruzóla el cerebro: ¿habría perdido Juan el juicio?<br />

Recapacitó, sin embargo. No, no podía ser tanto. Pero si por contrariarlo en tan sencilla cosa<br />

–¡ella que jamás lo había contrariado!– se enfurecía <strong>de</strong> esa suerte ¿qué días la esperaban en<br />

su matrimonio?<br />

Estuvo a punto <strong>de</strong> llorar. No obstante, contúvose.<br />

—¡Bueno! ¡bueno! –tronó el otro. Mañana nos casamos y necesito que me digas ahora si<br />

estás dispuesta a cargar la leña…<br />

La joven no respondió. Pensaba en su apacible vida <strong>de</strong> hija <strong>de</strong> familia, <strong>de</strong> niña mimada<br />

<strong>de</strong> la casa; en las ilusiones que se había forjado cuando entregó su corazón a Juan; pensaba<br />

asimismo en el velo que se acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>scorrer ante sus ojos para ponerle <strong>de</strong>lante, cuan<br />

tosca era, la complexión moral <strong>de</strong> su prometido. Tan ensimismada se hallaba, que olvidó<br />

habían dado las nueve y era probablemente su casa la única <strong>de</strong> la vecindad que había seguido<br />

abierta.<br />

—¿Oíste? agregó él, ya vociferando. ¿Estás dispuesta a cargar la leña?<br />

La madre <strong>de</strong>spertó sobresaltada.<br />

—¿Oíste?<br />

—Sí, Juan; pero…<br />

—No hay pero; mañana cargas el agua y cuando sea necesario la leña ¿qué dices?<br />

Irguióse <strong>de</strong> pronto Panchita, miró fijamente con tranquilos ojos al isleño, y uniendo a<br />

sus palabras un a<strong>de</strong>mán lleno <strong>de</strong> gracia y encanto, exclamó con suave voz:<br />

—Pues lo que yo, Juan, te digo es que ¡así no pelea mi gallo!<br />

...............................................................................................................<br />

¿Qué más? Después <strong>de</strong> eso sólo quedaba a Juan este camino: el <strong>de</strong>l portante.<br />

Un breve rato y su silueta se perdía en las sombras <strong>de</strong> la noche.<br />

Una <strong>de</strong>cepción<br />

(Primer premio en los juegos florales <strong>de</strong> 1909)<br />

¡Qué cosas las <strong>de</strong> Tronquilis!<br />

Era <strong>de</strong> oírle sobre todo cuando en la prima noche, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la cena, tomaba asiento<br />

en su silla rústica, frente al mostrador <strong>de</strong>l ventorrillo, a la luz <strong>de</strong> una vela <strong>de</strong> sebo y<br />

aspirando un oloroso ambiente <strong>de</strong> guineos, guayabas, zapotes, piñas y otras frutas <strong>de</strong><br />

esta zona.<br />

Acompañado siempre <strong>de</strong> la mujer y no pocas veces <strong>de</strong> algunos vecinos <strong>de</strong> su calle, la<br />

<strong>de</strong> El Con<strong>de</strong>, Tronquilis llevaba casi constantemente la palabra. ¿Quién como él “para ver<br />

claro”? Y lo cierto es que en ocasiones empleaba al platicar una lógica asombrosa, contun<strong>de</strong>nte,<br />

digna <strong>de</strong> quien, al revés <strong>de</strong> él, hubiese calentado los bancos <strong>de</strong> la escuela.<br />

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