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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL | EL POZO MUERTO<br />

<strong>de</strong>scuida, son <strong>de</strong> una gran ternura. Sus palabras vuelven al principio, al punto lleno <strong>de</strong> vida<br />

en que nacieron. Se entregan plenas como si su lenguaje no fuera el <strong>de</strong> todos los días, pero<br />

sin causar extrañeza, como si el prodigio <strong>de</strong>l arte las hubiera creado ante nuestros ojos con<br />

materiales llenos <strong>de</strong> nobleza cuya presencia no habíamos advertido antes y que estaban al<br />

alcance <strong>de</strong> las manos.<br />

Biel es para mí uno <strong>de</strong> sus más hermosos libros. Parece imposible que un idioma como<br />

el nuestro <strong>de</strong> difícil musicalidad cuando se le escribe en prosa puedan lograrse esas frases<br />

aterciopeladas, y que al mismo tiempo se diga mucho y bien cargada la entrelínea.<br />

Mis visitas eran muy frecuentes. Conocí a doña Mercedita, su mamá, a don Ibo, el padre<br />

en su retiro laborioso, fabricando sellos gomígrafos; a sus hermanas Gladys y Margarita.<br />

Gladys tiene la mejor risa <strong>de</strong>l mundo. Una <strong>de</strong> esas risas que a cuantos son incapaces <strong>de</strong><br />

estar alegres molesta, algo así como un insulto a la tristeza y a la disconformidad.<br />

Margarita era más callada, aunque no mucho. Tenía mayor interés por la literatura. No<br />

sé cómo me enteré un día <strong>de</strong> que recitaba. Nunca pu<strong>de</strong> oírla.<br />

Una noche dictó Pedrito una conferencia en el Ateneo y se anunció que las ilustraciones<br />

las haría Margarita. Hablaría sobre poesía dominicana.<br />

Charlista ameno, fácil, brillante, atrae siempre mucho público que disfruta <strong>de</strong> lo principal<br />

y <strong>de</strong> lo accesorio: alfilerazos para cuantos consi<strong>de</strong>ra intrusos en el Parnaso, palos para los<br />

que se han <strong>de</strong>fendido <strong>de</strong> sus alusiones tirando piedras.<br />

El hombre es un ser egoísta y su memoria, que es parte muy suya, igualmente. No recuerdo<br />

sino esto:<br />

Margarita empezó a recitar mi Canto triste a la patria bien amada. Tenía el pecho apretado<br />

y una sensación <strong>de</strong> vergüenza y temor. Me pareció que estaba mareada. Hacía mucho calor.<br />

El aire espeso, cargado <strong>de</strong> perfumes, agradables y menos agradables.<br />

Llegaban hasta mí las palabras, claras, pero no eran mis palabras, no eran aquéllos mis<br />

versos. ¿Cómo podrían serlo? La gente, la que estaba cerca, principió a levantarse poco a<br />

poco. Me sentía cada vez peor, aquel movimiento lento <strong>de</strong>l público vino a confirmármelo.<br />

La costumbre es oír sentado. No se levantaban. Quizás yo los veía como no estaban.<br />

las aves <strong>de</strong> corral son pluma y canto apenas<br />

La gente seguía levantándose. Se me nublaron los ojos. Ahora su voz llegaba hasta mí<br />

más triste o más dulce, tremendamente expresiva.<br />

Un aplauso me sacó <strong>de</strong> mi dolorosa situación. Todos aplaudían <strong>de</strong> pie, frenéticamente.<br />

¿Por qué? no me lo explicaba. Alguien me llamó por mi nombre, una y otra vez. Una persona<br />

me tomó <strong>de</strong>l brazo y yo le <strong>de</strong>jé hacer. Seguían los aplausos. Caminamos con dificultad por<br />

entre el gentío. Me hicieron subir a la tarima. Arreciaron los aplausos. Me metí las manos<br />

en los bolsillos, me rasqué la cabeza. Se oyeron entre los aplausos risas y risillas. Me pasé la<br />

mano por la cara. Saqué las llaves <strong>de</strong>l bolsillo y quise volver a mi lugar. Algunos me abrazaron.<br />

Si hubiera podido llorar me habría hecho mucho bien.<br />

Aquella noche comprendí que podía comunicarme con los hombres. Hasta entonces<br />

había sabido que era capaz <strong>de</strong> expresarme.<br />

Un músico escribe y sabe lo que ha soñado cuando se oye en la orquesta o en un instrumento.<br />

Un poeta escribe y sólo sabrá lo que vale, o lo que no vale, cuando se oye en la voz ajena.<br />

Margarita había sido mi orquesta, el eco magnificado, engran<strong>de</strong>cido, <strong>de</strong> mi propia palabra.<br />

Yo no tengo con qué pagarle.<br />

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