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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL | EL POZO MUERTO<br />

Pancho, sin duda, es el antece<strong>de</strong>nte más remoto que hallo para justificar los muchos<br />

médicos y bastantes curan<strong>de</strong>ros que ha tenido la familia.<br />

Se contaba, entre risas, el miedo que tenía Melitina, hermana menor <strong>de</strong> mi madre, cuando<br />

<strong>de</strong> novia con Francisco Billini éste salía en campaña. Como el prometido sufría las molestias<br />

<strong>de</strong> los campamentos, las durezas <strong>de</strong> la intemperie, ella, dormía encima <strong>de</strong> un baúl haciendo<br />

milagros <strong>de</strong> equilibrio.<br />

Mis tíos Melchor y Aquiles eran poetas. Melchor andaba siempre con unos versos en<br />

los labios, <strong>de</strong> Selgas, su preferido. Aquiles, más terrenal, se <strong>de</strong>dicaba a las décimas políticas.<br />

No todo era paz y concordia. La familia muchas veces estuvo dividida en bandos opuestos,<br />

pero a pesar <strong>de</strong> ello el vínculo familiar la unía indisolublemente.<br />

Éramos pobres, sencillamente pobres. Yo casi nunca dormí en la casa <strong>de</strong> mis padres,<br />

prefería la <strong>de</strong> mi abuela, pese a que casi carecían <strong>de</strong> lo necesario. Sólo tenían, cada una, un<br />

baúl que sus ropas no llenaron nunca. Su único ingreso era una pensión <strong>de</strong>l Estado que<br />

recibían trimestralmente, muy baja y que muchas veces no llegaba.<br />

A mediodía traían comida <strong>de</strong> casa <strong>de</strong> mi tío Fabio Herrera. Allí se almorzaba muy tar<strong>de</strong><br />

para las costumbres <strong>de</strong>l pueblo: a las dos.<br />

Por la casa <strong>de</strong> mis padres pasaron duros vientos. Meses hubo en que sólo se disponía <strong>de</strong><br />

batata y leche. Alguna vez la dieta se interrumpía con un regalo <strong>de</strong> plátanos <strong>de</strong> los vecinos,<br />

porque alguien traía carne salada, porque un amigo que sacrificó un cerdo se acordaba <strong>de</strong><br />

traer unos chicharrones y media botella <strong>de</strong> manteca.<br />

Mi padre tenía una pequeña biblioteca y una imprenta. Editaba un periódico: Ecos <strong>de</strong>l<br />

Valle. Eso hacía posible que llegaran muchos libros <strong>de</strong> autores nacionales, unos por amistad,<br />

otros buscando la consabida gacetilla.<br />

Leí los libros <strong>de</strong> Vigil Díaz. Hicieron en mí un gran efecto, comparable sólo a la emoción<br />

<strong>de</strong> los primeros versos que tuve en mi mano <strong>de</strong> Moreno Jimenes. A mí no me interesaban,<br />

aunque las había leído, las obras <strong>de</strong> Rousseau, Pestalozzi. La Historia <strong>de</strong> Del Monte y Tejada<br />

y la <strong>de</strong> José Gabriel García. Como aprendí con la <strong>de</strong> Pichardo sólo en ella encontraba<br />

claridad y or<strong>de</strong>n.<br />

Saqué <strong>de</strong> los estantes Galeras <strong>de</strong> Pafos <strong>de</strong> Vigil Díaz y los primeros folletos <strong>de</strong> Moreno<br />

Jimenes. Los hice míos. Los leía y releía.<br />

Mi tío Fabio Herrera poseía una biblioteca más gran<strong>de</strong> y más variada. Allí leí los clásicos<br />

<strong>de</strong> la poesía, españoles y no españoles, impresos casi todos por una editorial <strong>de</strong> Barcelona.<br />

Eran unos tomitos pequeños en papel pluma.<br />

Y todo lo divino y lo humano que se me ponía cerca lo leía. Al principio sin or<strong>de</strong>n ni<br />

concierto, más tar<strong>de</strong> ya con cierto criterio, comenzando por Salgan y Julio Verne hasta dar<br />

con Dumas. Día y noche leía.<br />

Empezaron a llegar entonces, precisamente en don<strong>de</strong> mi tío Fabio, cua<strong>de</strong>rnos <strong>de</strong> aventuras:<br />

Buffalo Bill, Nick Carter, Sherlock Holmes, Dick Turpin, Raffles, Sir Fantasma.<br />

Mi primo Fabito puso negocio aparte. Traía <strong>de</strong> España unos folletones truculentos: El<br />

Misterio <strong>de</strong> las Alcobas Reales que a su juicio no eran aptos para menores, pero si nos interesaban<br />

él nos los vendía, a condición <strong>de</strong> pagar un poco más. Entregábamos los centavos y<br />

nos perdíamos en unas narraciones llenas <strong>de</strong> venenos, puñaladas en la sombra asestadas<br />

por manos adornadas con dulces encajes <strong>de</strong> Flan<strong>de</strong>s. Aventuras <strong>de</strong> amor, adulterios, celos,<br />

cabalgatas bajo la luna, <strong>de</strong>capitaciones. Nada entendíamos, pero todo aquello nos parecía<br />

interesantísimo.<br />

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