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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

Así ocurrió a fines <strong>de</strong> 1859, con la causa <strong>de</strong> un Lorenzo Diácono, que tal era su nombre,<br />

no por herencia paterna ni materna, sino por la antigua costumbre <strong>de</strong> nuestros campos <strong>de</strong><br />

apellidar a un sujeto con la calidad <strong>de</strong>l santo <strong>de</strong> sus días.<br />

Sobre Lorenzo Diácono pesaba una acusación gravísima: la <strong>de</strong> asesinato. Queriendo<br />

saldar viejas cuentas envió al valle <strong>de</strong> Josafat, al golpe <strong>de</strong> una lanzada, a un su prójimo que<br />

meses antes había requebrado <strong>de</strong> firme a su compañera <strong>de</strong> rancho. El hecho, ocurrido en<br />

Los Ingenios, a corto camino <strong>de</strong> la capital, ponía <strong>de</strong> manifiesto por encima <strong>de</strong> la ofendida<br />

dignidad marital <strong>de</strong> Lorenzo sus instintos feroces, pues a la manera que atrae a su presa<br />

una serpiente, hizo acudir al lugar <strong>de</strong>l crimen a la víctima propiciatoria <strong>de</strong> su honra, para<br />

lo cual fingió <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> labrar en mancomún, y, rápido como mal pensamiento <strong>de</strong> abogado<br />

picapleitos, fuese sobre el otro tan pronto como lo tuvo a tres varas, hundiéndole todo el<br />

hierro <strong>de</strong> la lanza en mitad <strong>de</strong>l mismo costado izquierdo.<br />

La causa <strong>de</strong> Lorenzo Diácono daba ocasión al fiscal y al <strong>de</strong>fensor para lucir sus dotes<br />

oratorias y poner <strong>de</strong> manifiesto el uno la perversidad <strong>de</strong>l reo y el otro las circunstancias <strong>de</strong><br />

atenuación que abonaban su proce<strong>de</strong>r. Ambos, sin embargo, no tenían turno hasta tanto se<br />

agotase la larga lista <strong>de</strong> testigos y cada quien <strong>de</strong>pusiera favorable o adversamente, según<br />

los informes que <strong>de</strong>l suceso y sus antece<strong>de</strong>ntes podía suministrar.<br />

Así fue que ni uno ni otro gallo cantaron hasta ya sonadas las dos en la campana <strong>de</strong><br />

San Pedro, <strong>de</strong> la Catedral, hora en que don Miguel y don Faustino, ultra-cansados y archirendidos,<br />

los cuerpos pura modorra, comenzaron a sentir un cosquilleo allen<strong>de</strong> las pestañas,<br />

primero, y cinco o seis adarmes <strong>de</strong> peso, más luego, hasta dar con la cabeza en el pecho,<br />

abatidos por el sueño, cual “morivivís” tocados por extraña fuerza.<br />

De nada valió que el fiscal alzara la voz para hacerla llegar hasta el quinto cielo adon<strong>de</strong><br />

aquellos dos benditos se habían remontado, con ánimo <strong>de</strong> obligarlos a <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r a las realida<strong>de</strong>s<br />

terrenales; <strong>de</strong> nada que el <strong>de</strong>fensor se diera a igual intento, temeroso <strong>de</strong> que se perdiera en el<br />

vacío su palabra donosa y elocuente. Morfeo tenía fuertemente agarrados a ambos jueces.<br />

Un prolongado campanilleo <strong>de</strong> don José Alfonso, suspendiendo la audiencia, vino a<br />

poner fin a la intempestiva siesta.<br />

Después, lo <strong>de</strong> siempre. El Presi<strong>de</strong>nte dijo en cámara cómo opinaba. Don Miguel repitió<br />

sus signos afirmativos; don Faustino profirió: “De acuerdo; perfectamente…”<br />

Constituido el tribunal <strong>de</strong> nuevo, el secretario dio lectura al fallo. ¡Este con<strong>de</strong>naba a<br />

Lorenzo a ca<strong>de</strong>na perpetua!<br />

Casi en seguida, los que estaban <strong>de</strong> cerca oyeron estas palabras:<br />

—¿Otra vez?<br />

Era el presi<strong>de</strong>nte, quien al mismo tiempo daba sendos toquecitos en el hombro a sus<br />

compañeros <strong>de</strong> magistratura, nuevamente entregados a la dulzura <strong>de</strong>l sueño.<br />

<br />

A las cinco <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> la sala <strong>de</strong> audiencias estaba <strong>de</strong>sierta. Solícitos a reiterados reclamos<br />

<strong>de</strong>l estómago, habían tomado el tole los señores magistrados y curiales. Todos no, sin<br />

embargo. Alguien registraba afanosamente los escondrijos <strong>de</strong> mesas y estantes en la oficina<br />

<strong>de</strong>l secretario, y tras al parecer inútiles esfuerzos intentaba abrir la cómoda <strong>de</strong>stinada a la<br />

guarda <strong>de</strong> expedientes.<br />

—Pues señor, me quedo sin saberlo. Este secretario <strong>de</strong> porra lo ha trancado todo y se ha<br />

llevado la llave. No tengo más remedio que ir a preguntárselo a Faustino.<br />

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