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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL | EL POZO MUERTO<br />

Poco a poco nos <strong>de</strong>shicimos <strong>de</strong> algunos y la vida cobró su viejo ritmo. Trabajaba todo<br />

el día en la Universidad y por la noche me <strong>de</strong>dicaba, con mamá, mis hermanos y Candita,<br />

a cortar dulce <strong>de</strong> guayaba. Lo hacían durante el día y se colocaba en unos mol<strong>de</strong>s. Por la<br />

noche se había enfriado y podían hacerse cuadritos que íbamos envolviendo en papel. Se<br />

ponían 130 en un paquete y yo salía a ven<strong>de</strong>rlo por los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong>l Hospedaje. Eran viejos<br />

conocidos <strong>de</strong> mi padre, <strong>de</strong> mi tío Santiago, y me ayudaban. El 90 por ciento <strong>de</strong>l pequeño<br />

comercio, estaba en manos <strong>de</strong> banilejos como yo.<br />

Era “el hijo <strong>de</strong> Quin”, el “hijo <strong>de</strong>l maestro Quin”, o el sobrino <strong>de</strong>l señor Incháustegui<br />

–<strong>de</strong>cían Inchústegui, o cosas por el estilo– “el sobrino <strong>de</strong> don Chago”, y me compraban<br />

los dulces.<br />

Escribir se convirtió, para mí, en una dolorosa necesidad. Lo que antes era una especie<br />

<strong>de</strong> placer, la alegría <strong>de</strong> crear, la satisfacción <strong>de</strong> sacar <strong>de</strong> la nada cuadros, caracteres, frases,<br />

imágenes, <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> serlo, <strong>de</strong> pronto, como si una maldición hubiera secado, <strong>de</strong> buenas a<br />

primeras, sin aviso, la fuente en don<strong>de</strong> encontré regocijo, aguas limpias y claras en que<br />

satisfacía mi sed, que me hacían fuerte, que me ayudaban a soportar los dolores, que hasta<br />

me ocultaban las tristezas, se estaba secando, se había tornado amarga.<br />

Des<strong>de</strong> entonces escribir, en verso o en prosa, da lo mismo, es una tarea llena <strong>de</strong> molestias,<br />

físicas y mentales. La inspiración se anuncia con un <strong>de</strong>sagrado sin causa, con una inquietud<br />

inexplicable, con <strong>de</strong>sasosiego profundo, y un horrible malestar. Pierdo el apetito, me torno<br />

irritable, incomprensivo y yo, lo sé, incompresible. Me arrastro hacia el trabajo, hacia la<br />

rutina, hacia la vida, <strong>de</strong>sesperanzado, triste.<br />

Duermo poco y <strong>de</strong>spierto, dos, tres, diez veces, sobresaltado. Enciendo la luz, recojo<br />

unos versos, anoto, y trato <strong>de</strong> dormirme. Vuelvo a <strong>de</strong>spertar, hago luz, febrilmente y como<br />

si la muerte aguardara mi última palabra, escribo, tacho, <strong>de</strong>sespero. Me sigue doliendo la<br />

cabeza. Voy a la cocina, a oscuras, busco un poco, un mucho, café frío y lo bebo. Lo encuentro<br />

malísimo, con sabor a cucarachas. Al poco rato siento las carnes <strong>de</strong> gallina, que el corazón<br />

se apresura hasta llegar a la taquicardia. Oigo pasos, puertas que se abren y que se cierran,<br />

no hago caso y vuelvo a la máquina y escribo, sufro, lloro.<br />

¿Por qué estará uno obligado a escribir? ¿Quién diablos metería a uno en esto? Sería tan<br />

bueno dormir, no pensar, no sentir. Podríamos liberarnos <strong>de</strong> los recuerdos, no hacer caso <strong>de</strong><br />

nuestras propias visiones, <strong>de</strong> nuestras secretas ansias. Un hombre normal, con sus nervios<br />

bien arreglados, vitaminizado, no tiene que pasar estos duros trances. La verdad es que no<br />

hay una obligación, diremos, exterior, que nadie ni nada nos exige escribir, expresarnos,<br />

<strong>de</strong>splacentarnos dolorosamente, y a pesar <strong>de</strong> todo cuando la inspiración toca a la puerta,<br />

cuando empiezan formarse los primeros versos, cuando lo que se ha venido pensando meses<br />

y meses <strong>de</strong>sea nacer, exige nacer, hay que beber cicuta, arrojarse a las llamas <strong>de</strong>l infierno o<br />

en aguas heladas llenas <strong>de</strong> peligros, con olas enormes.<br />

Primero, en frío, el plan, el duro esqueleto <strong>de</strong> los temas, el armazón férreo, y luego la<br />

fiebre, el dolor, la orfandad, la incertidumbre, <strong>de</strong> crear, ponernos frente a un mundo tranquilo,<br />

formal, para sacar <strong>de</strong> él los materiales <strong>de</strong>l arte, con las uñas, <strong>de</strong>solladas las manos, perdida<br />

la cabeza más allá <strong>de</strong> las nubes.<br />

Es como un castigo insoslayable, una penitencia sin fin, un perpetuo purgar alguna<br />

culpa. Escribo y me enfermo, y sólo enfermo puedo seguir escribiendo, tembloroso, sordo<br />

a lo que me dicen los míos, indiferente a sus necesida<strong>de</strong>s más inmediatas. Traspaso<br />

el mando <strong>de</strong> la casa y me entrego a mi exigente Demonio, para que me martirice, para<br />

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