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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

significación real <strong>de</strong>l símbolo beethoveniano; y cediendo a esa curiosidad me diré a mí mismo<br />

y a quien <strong>de</strong>see saberlo que encierra un concepto <strong>de</strong> cultura, <strong>de</strong> elegancia y <strong>de</strong> refinamiento<br />

espirituales expresado en forma <strong>de</strong> sugerencia parabólica.<br />

Evocaré en mi auxilio, para ser más comprensible en la exégesis <strong>de</strong> mi pensamiento, el<br />

<strong>de</strong>stello fulgurante <strong>de</strong> un espíritu selecto que ya, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> antes, me había trasmitido la clarivi<strong>de</strong>ncia<br />

<strong>de</strong> su luz. Evocaré el milagro griego. Ese insólito prodigio que Renán singularizó<br />

como “una cosa que sólo ha existido una vez, que jamás antes se había visto y que nunca<br />

más volverá a verse, pero cuyo efecto durará eternamente”.<br />

Ambición o sueño exuberante, lo confieso. Pues ese fue un milagro que nunca más, probablemente,<br />

se repetirá. Su ejemplo, empero, en medida razonable es imitable; y aunque su<br />

excelsitud fuese fatalmente inasequible, la emulación, guiada por el sentimiento <strong>de</strong>l amor<br />

propio que nos lleva a imitar lo mejor, podría servirnos <strong>de</strong> acicate para seguir las luminosas<br />

huellas <strong>de</strong> los atenienses y llegar al menos a copiarlos dignamente.<br />

Sólo hay un medio –el mismo que produjo el milagro griego– <strong>de</strong> seguir esas eximias<br />

huellas. El amor a la belleza nos lo ofrece; y junto a este fervor el ansia <strong>de</strong> la perfección,<br />

fórmula quintaesenciada <strong>de</strong> consolidar el culto <strong>de</strong> lo bello.<br />

Pero ese sublime culto no es producto <strong>de</strong> la improvisación. Ni aún <strong>de</strong> la mejor intencionada.<br />

Sólo se llega a penetrar en sus misterios por los caminos <strong>de</strong> la cultura; y ésta consiste,<br />

según lo ha preceptuado Mathew Arnold “en conocer lo mejor que ha sido pensado y dicho<br />

en este mundo”. La ascensión a la empinada cúspi<strong>de</strong> <strong>de</strong> la cultura exige, a su vez, nueva<br />

prueba. La <strong>de</strong>l tránsito, preparatorio, por otro camino <strong>de</strong> eminencia paritaria. El camino <strong>de</strong> la<br />

educación, que no consiste en la acumulación <strong>de</strong> simples conocimientos sino en la erudición<br />

con alma. Porque cual lo observó John Ruskín, “educación no significa”, a secas, “enseñar<br />

a las personas lo que no saben”.<br />

Encierra otros conocimientos <strong>de</strong> más noble entraña. Significa el arte <strong>de</strong> saber conducirse<br />

en toda circunstancia con elevación <strong>de</strong> pensamiento, pon<strong>de</strong>rada discreción y buenas maneras.<br />

Algo que los dominicanos, <strong>de</strong>sventuradamente, no han aprendido todavía; o, tal vez –para<br />

amoldar mejor esta i<strong>de</strong>a a la verdad–, algo que los dominicanos han <strong>de</strong>saprendido. Infortunio<br />

éste más lamentable todavía.<br />

“La educación tampoco significa” –criterio adocenado en boga– “enseñar a la juventud<br />

las formas <strong>de</strong> las letras y los trucos <strong>de</strong> los números para luego <strong>de</strong>jarles emplear su<br />

aritmética en pillerías y su literatura en sensualida<strong>de</strong>s”, perversión moral que reprobó<br />

el mismo Ruskin y que ha robado a nuestra época la brillante dignidad <strong>de</strong> sus más caras<br />

esencias; <strong>de</strong>scomposición extravagante y chacabana que acaso nos esté presagiando, sin<br />

nosotros advertirlo, otra <strong>de</strong> las estrepitosas caídas que la dislocada humanidad ha sufrido a<br />

través <strong>de</strong> su existencia milenaria y que se expresa en el dolor <strong>de</strong> las sucesivas civilizaciones<br />

<strong>de</strong>saparecidas.<br />

La educación es un trabajo continuo y virtuoso que a sus preceptores les impone el<br />

<strong>de</strong>ber <strong>de</strong> “disciplinar” a los neófitos “en el perfecto ejercicio y continencia <strong>de</strong> sus cuerpos<br />

y sus almas”. Es un trabajo difícil que ha <strong>de</strong> ser hecho o <strong>de</strong>biera ser hecho, doctrinó Ruskin<br />

completando su concepto, “por medio <strong>de</strong> la bondad, <strong>de</strong> la vigilancia, <strong>de</strong> la advertencia, <strong>de</strong>l<br />

precepto y <strong>de</strong>l encomio; pero, sobre todo, por medio <strong>de</strong>l ejemplo” 1 .<br />

2 La doctrinación sin el apoyo <strong>de</strong> la ejemplificación no es virtud que penetra y enraíza presto en el corazón <strong>de</strong>l<br />

hombre. La enseñanza por vía <strong>de</strong> la exposición o <strong>de</strong>l razonamiento teórico se hace lenta; y en cambio breve y rápida<br />

por la vía <strong>de</strong> los ejemplos. Longum iter per praecepta, et efficax pez exempla Séneca.<br />

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