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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

—¡Amelia, las pasiones políticas son terribles! Cuando arrebatan a un hombre no se sabe<br />

hasta dón<strong>de</strong> puedan conducirle. ¡Pocos tienen la energía <strong>de</strong> resistirlas!<br />

¡La herida honda, hondísima, que por causa <strong>de</strong> ellas existía en el corazón <strong>de</strong> ese hombre<br />

tan generoso y que nada había podido cicatrizar!<br />

¡Sí! ¡La vi manando sangre!<br />

Y la verdad <strong>de</strong> sus palabras la reconocí <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ese hecho <strong>de</strong> fuerza que se llamó el<br />

23 <strong>de</strong> marzo. ¡Conocí toda la ferocidad <strong>de</strong> esas pasiones que no respetara lazo alguno <strong>de</strong><br />

familia; ni la amistad ni nada! Que empujara al hijo contra el padre y pusiera el puñal patricida<br />

en manos <strong>de</strong> los hermanos. Arrastrado por ella, se calumnia; se <strong>de</strong>nuncia; cométese<br />

todo género <strong>de</strong> bajeza y <strong>de</strong> cruelda<strong>de</strong>s. ¡Des<strong>de</strong> entonces les temo tanto como los odios! ¡He<br />

sufrido, le rechazo, tanto por ellos! Entre dos bandos contrarios he sido crucificada. De cada<br />

lado he tenido seres que he amado y los golpes que se han causado, recíprocamente, hanme<br />

atravesado el corazón.<br />

Un día fue tal mi sufrimiento, por un suceso que <strong>de</strong> esa manera me laceró el alma, que<br />

exclamé con <strong>de</strong>sesperación:<br />

¿Por qué matarían a Lilís? Con él estaban los que yo quería, bajo la misma ban<strong>de</strong>ra, en<br />

tanto que hoy ¡cómo se combaten entre sí! ¡Cómo se odian!<br />

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Era la una <strong>de</strong>l día. Después <strong>de</strong>l almuerzo <strong>de</strong> las doce, dormía mi esposo su siesta obligada,<br />

la que le impusieran los médicos diariamente por dos horas. Yo escribía en mi habitación.<br />

Sonaron tiros a alguna distancia.<br />

Los oí sin alterarme. No eran raros en esos tiempos.<br />

Nuevos tiros.<br />

Veo acudir a mi esposo muy <strong>de</strong>spierto, que me dice:<br />

—¿Has oído? ¡Son tiros y salen <strong>de</strong> la Fortaleza!<br />

—Sí. Debe ser alguna cuartelada. Voy a la puerta <strong>de</strong> la calle para cerciorarme.<br />

Fuese y yo le seguí.<br />

Tiros otra vez y silencio alre<strong>de</strong>dor. Vimos pasar algunas personas corriendo y como consternadas.<br />

Eran <strong>de</strong>sconocidas. Mi esposo quiso preguntar, pero parecieron no oír y siguieron.<br />

En esa hora <strong>de</strong>l mediodía, casi todo el mundo está en su casa en Santo Domingo, por<br />

ser la regular <strong>de</strong> las comidas y <strong>de</strong> la siesta.<br />

Veíanse escasos transeúntes. El tiroteo siguió y por los lados <strong>de</strong> la Fortaleza, a lo lejos,<br />

se distinguía algún movimiento.<br />

Por fin hubo quien dijera:<br />

—¡Un golpe en la Fortaleza! ¡Son los presos políticos que están en armas allí!<br />

Eso había sido. Eran numerosos y habían logrado apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong>l Arsenal. La guardia<br />

era insuficiente y estaba <strong>de</strong>scuidada. No resistió. Un oficial, amigo <strong>de</strong> mi familia, quiso<br />

hacerlo y murió.<br />

Cundió la noticia, que conmovió inmensamente, por ser muy estimado el que pereciera.<br />

Y otros cayeron, pero pocos.<br />

El Gobierno había venido al suelo en la capital, sin lucha.<br />

Los alzados se lanzaron a las calles. Todas las casas se cerraron. Fue el pánico. Nadie<br />

sabía a qué atenerse, ni en qué pararía lo que pasaba.<br />

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