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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n III | BIOGRAFÍAS Y EVOCACIONES<br />

el ejercicio <strong>de</strong> nuestra profesión en pueblos al<strong>de</strong>as i campos, en las aulas <strong>de</strong> la Facultad <strong>de</strong><br />

Medicina <strong>de</strong> París i en don<strong>de</strong> quiera que la buena suerte nos juntó. Fuimos compadres <strong>de</strong><br />

sacramento. Le aconsejé, le supliqué que abandonara la suciedad <strong>de</strong> la política en nuestro<br />

amado país. La noticia <strong>de</strong>l fallecimiento <strong>de</strong> mi compadre Chuchú, en Puerto Rico, me causó<br />

sincera aflicción. En el acto <strong>de</strong> su sepelio cargué el cadáver. En esa época trujillista era peligroso<br />

haberlo hecho. Su memoria luce imperece<strong>de</strong>ra.<br />

Viaje a Juana Núñez<br />

Después <strong>de</strong> disponer lo necesario para viajar a aquella casi <strong>de</strong>sconocida común cibaeña<br />

i proveer <strong>de</strong> algún dinero a mi madre i a mi abuela, me embarqué en uno <strong>de</strong> los vapores<br />

que <strong>de</strong>sembarcaban pasajeros en el norte <strong>de</strong>l país. Cuatro días <strong>de</strong>spués puse los pies en el<br />

muelle <strong>de</strong> un rico villorrio llamado Sánchez, i al otro día viajé en el tren interdiario que hacía<br />

servicio en la línea Sánchez-La Vega, con un ramal que unía esa vía con San Francisco <strong>de</strong><br />

Macorís, en don<strong>de</strong> llegué cansado, casi hambriento, llevando a mano mi única maleta con<br />

ropa <strong>de</strong> trabajo, el traje que usé en la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> mi investidura profesional, i un paquete contentivo<br />

<strong>de</strong> pocos instrumentos quirúrjicos comprados a mi antiguo condiscípulo el <strong>de</strong>ntista<br />

Diójenes Mieses, quien tuvo la confianza <strong>de</strong> vendérmelos no al contado, sino pagándole<br />

como yo pudiera hacerlo.<br />

En San Fco. <strong>de</strong> Macorís llovía a cántaros. Allí encontré a un bien instruido farmacéutico<br />

que conocí en la capital cuando él cursaba sus estudios profesionales i quien <strong>de</strong>spués,<br />

durante años i años hasta que falleció en Santo Domingo, fue buen amigo mío, el Licdo. D.<br />

Carlos Fernando <strong>de</strong> Moya, casado con Doña Hortensia Sánchez, una bien conocida profesora<br />

capitaleña. Competente farmacéutico, Moyita ejercía su profesión en aquella cabecera <strong>de</strong><br />

provincia. Insistió en que yo me estableciera allí, pero como yo tenía arraigada la intención<br />

<strong>de</strong> ir a trabajar a Juana Núñez (hoi Salcedo), alquilé un caballo flaco i poco a poco, solo,<br />

bajo incesante lluvia e ignorante <strong>de</strong> caminos i veredas, llegué a las 4 p.m. al poblado que<br />

Alfonseca me recomendó i al que yo, tozudamente, había escojido para comenzar las tareas<br />

que, a pesar <strong>de</strong> mi edad, (88 años) <strong>de</strong>sempeño con el <strong>de</strong>ber i el entusiasmo que siempre me<br />

ha animado.<br />

Cuando arribé a Juana Núñez, pregunté en dón<strong>de</strong> residía el Jral. Toribio. Me contestaron<br />

que si era para algo urjente fuera a buscarlo en la iglesia, en don<strong>de</strong> él asistía a un entierro.<br />

Até mi caballo a una argolla cerca <strong>de</strong>l templo i esperé que terminara la ceremonia. Acompañé<br />

al cortejo fúnebre. Me señalaron a quien yo buscaba. I en el trayecto <strong>de</strong> la enlodada senda<br />

<strong>de</strong>l cementerio le di la carta que su compadre Chuchú Alfonseca escribió recomendándome<br />

a él. Cuando este la leyó dijo a un muchacho que me llevara a la farmacia <strong>de</strong> un italiano,<br />

Don Juan Rossi. Allá fuimos. Como yo era un extraño entre tanta jente que no conocía, me<br />

avergoncé <strong>de</strong> haber figurado en esa escena. Casi todos los asistentes a ese sepelio, inclusive<br />

el Jral. Toribio, me miraban con alguna curiosidad. El cadáver que conducían al cementerio<br />

era el <strong>de</strong> la esposa <strong>de</strong> D. Juan Abreu. Esta dama había <strong>de</strong>jado huérfana a una numerosa prole<br />

que hasta <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muchos años, fueron mis clientes.<br />

Un jovenzuelo, por su parte, fue a buscar mi montura. Transitamos en el lodo ocasionado<br />

por las lluvias <strong>de</strong> ese día. Así llegamos a don<strong>de</strong> Toribio me había dirijido.<br />

El anciano farmacéutico, que iba a ser mi respetado amigo e introductor en esa al<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

Salcedo, me recibió con extrañeza, pero con buenos modales, al saber que yo era un médico<br />

que pensaba establecerme allí. Después <strong>de</strong> presentarme a su cuñada Polita, –que al correr<br />

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