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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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inesperadamente <strong>de</strong> su casa y al ser hallado por su madre que lo ha buscado con ansiedad<br />

durante varios días, entabla con ella este diálogo:<br />

—¿Por qué lo has hecho así con nosotros? Mira que tu padre y yo, angustiados, te<br />

buscábamos.<br />

—¿Por qué me buscabas? ¿No sabías que <strong>de</strong>bo ocuparme en las cosas <strong>de</strong> mi reino?<br />

También Duarte habrá <strong>de</strong> dar contestación un día a la <strong>de</strong> su madre con palabras crueles,<br />

pero que no serán nunca olvidadas.<br />

El sacrificio<br />

JOAQUÍN BALAGUER | EL CRISTO DE LA LIBERTAD<br />

La carta <strong>de</strong> Duarte llegó a principios <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1844 a manos <strong>de</strong> su madre.<br />

Toda la familia se reunió aquel día alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la anciana para <strong>de</strong>vorar el primer mensaje<br />

que tras largos e interminables meses <strong>de</strong> ausencia remitía el <strong>de</strong>sterrado. La sorpresa no<br />

pudo ser más gran<strong>de</strong> cuando aquellos seres tiernos, a quienes el reciente duelo mantenía<br />

con la sensibilidad excitada, recorrieron con ojos empañados por el llanto el documento<br />

memorable. El mensaje, lejos <strong>de</strong> ser un grito <strong>de</strong> angustia y <strong>de</strong> venir lleno <strong>de</strong> lágrimas, no<br />

hablaba más que <strong>de</strong> la patria y <strong>de</strong> la necesidad <strong>de</strong> redimirla aún a costa <strong>de</strong> los sacrificios<br />

más heroicos. Allí no asomaba en ningún renglón el alma <strong>de</strong>l hijo ya huérfano, sino la <strong>de</strong>l<br />

patriota ejemplar y la <strong>de</strong>l óptimo ciudadano. La única alusión al <strong>de</strong>saparecido se concretaba<br />

a mencionar su “crédito ilimitado” y sus “conocimientos en el ramo <strong>de</strong> la marina” para que<br />

el sacrificio exigido no cerrara la puerta a la esperanza y no apareciera a primera vista como<br />

un acto terriblemente oneroso.<br />

Doña Manuela Diez viuda <strong>de</strong> Duarte volvió a leer la carta con emoción mal contenida:<br />

“El único medio que encuentro para reunirme con uste<strong>de</strong>s, es el <strong>de</strong> in<strong>de</strong>pendizar la patria;<br />

y para conseguirlo se necesitan recursos, recursos supremos. Es necesario que uste<strong>de</strong>s, <strong>de</strong><br />

mancomún conmigo, y nuestro hermano Vicente, ofren<strong>de</strong>n en aras <strong>de</strong> la patria lo que a<br />

costa <strong>de</strong>l amor y trabajo <strong>de</strong> nuestro padre hemos heredado. In<strong>de</strong>pendizada la patria, puedo<br />

hacerme cargo <strong>de</strong>l almacén, y, a más, here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>l ilimitado crédito <strong>de</strong> nuestro padre, y <strong>de</strong><br />

sus conocimientos en el ramo <strong>de</strong> marina, nuestros negocios mejorarán y no tendremos por<br />

qué arrepentirnos <strong>de</strong> habernos mostrado dignos hijos <strong>de</strong> la patria”.<br />

La infeliz anciana se estremeció ante la magnitud <strong>de</strong>l sacrificio propuesto por el hijo<br />

soñador cuyas locuras patrióticas habían precipitado la muerte <strong>de</strong>l padre, y sumido el hogar<br />

común en congojas y en tribulaciones. ¿Qué clase <strong>de</strong> alma era la <strong>de</strong> este hijo sublime, pero<br />

incorregiblemente romántico que se mostraba impávido ante la muerte e inexorable ante los<br />

más gran<strong>de</strong>s dolores? La pobre madre, colocada por el <strong>de</strong>stino frente al <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> velar por<br />

la suerte <strong>de</strong> las hijas y por el porvenir <strong>de</strong> la familia, abarcó <strong>de</strong> un golpe con el pensamiento<br />

el cuadro que aquella carta, propio <strong>de</strong> un ser inconcebiblemente abnegado, ponía fríamente<br />

ante sus ojos: la pérdida <strong>de</strong>l techo solariego, la ancianidad sin refugio, el pan escaso, las<br />

hijas <strong>de</strong>samparadas. Y todo ¿para qué? Para que todo aquello fuese <strong>de</strong>vorado por un i<strong>de</strong>al<br />

tal vez irrealizable. La in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia soñada por su hijo sólo era hasta entonces la quimera<br />

<strong>de</strong> unos cuantos ilusos. El invasor disponía <strong>de</strong> recursos po<strong>de</strong>rosos y contaba a<strong>de</strong>más con<br />

el apoyo <strong>de</strong> muchos nativos que por temor o por falta <strong>de</strong> fe secundaban sin escrúpulos sus<br />

planes. La mayoría <strong>de</strong> los dominicanos <strong>de</strong> más autoridad y <strong>de</strong> más prestigio no creían en<br />

la utopía <strong>de</strong> la “pura y simple” y consi<strong>de</strong>raban más favorable al país un entendido con una<br />

potencia extranjera. ¿Para qué entonces aquel sacrificio sin nombre? ¿No era evi<strong>de</strong>ntemente<br />

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