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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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JOAQUÍN BALAGUER | EL CRISTO DE LA LIBERTAD<br />

con los altibajos <strong>de</strong> la vida humana. Hacía apenas cuatro meses que la ciudad <strong>de</strong> Santo Domingo<br />

lo había recibido en triunfo y que en su honor habían <strong>de</strong>sfilado las muchedumbres<br />

por las calles emban<strong>de</strong>radas. Dentro <strong>de</strong> algunas horas, probablemente antes <strong>de</strong> que el sol<br />

<strong>de</strong>sapareciera tras las últimas nubes crepusculares, entraría esta vez custodiado como un<br />

vulgar malhechor en la ciudad nativa.<br />

Pero Duarte no pensó jamás en sí mismo. El ultraje que en su persona se infería<br />

a la patria, a la que había servido con toda la pureza <strong>de</strong> su juventud y a la que había<br />

ofrendado su fortuna, no era lo que en aquel momento cargaba su mente <strong>de</strong> sombras y<br />

preocupaciones. Si algún pesar nublaba su pensamiento era por la suerte que hubiera<br />

podido caber a Mella y a los otros amigos entrañables, a quienes suponía expuestos a la<br />

ira <strong>de</strong> Santana. En medio <strong>de</strong> la ingratitud <strong>de</strong> que era objeto, se hubiera sentido feliz si<br />

todo el peso <strong>de</strong> la venganza <strong>de</strong>l dictador se <strong>de</strong>scargara sobre su cabeza. Su angustia era<br />

todavía más vasta y se extendía a todos sus conciudadanos. Nada se habría obtenido si<br />

una opresión doméstica sustituía a la <strong>de</strong> los antiguos dominadores. Si en vez <strong>de</strong> Charles<br />

Herard o <strong>de</strong> otro <strong>de</strong>scendiente cualquiera <strong>de</strong> la raza maldita <strong>de</strong> Dessalines, el opresor<br />

<strong>de</strong>bía llevar el nombre <strong>de</strong> Santana o <strong>de</strong> otro sátrapa <strong>de</strong> turno, no se habría logrado sino<br />

cambiar un <strong>de</strong>spotismo por otro menos cruel, pero sin duda más odioso. Sumido en esas<br />

reflexiones sombrías, llegó Duarte el 2 <strong>de</strong> septiembre al Puerto <strong>de</strong> Santo Domingo <strong>de</strong> Guzmán.<br />

El gobierno había tomado todas las precauciones necesarias para evitar cualquier<br />

manifestación <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagravio por parte <strong>de</strong>l núcleo que en la ciudad se mantenía adicto<br />

al prisionero. Numerosa tropa apostada en las esquinas <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> “Santa Bárbara”,<br />

impedía el tránsito hacia los muelles <strong>de</strong>l Ozama. La escolta, reforzada con dos filas <strong>de</strong><br />

soldados, pasó silenciosamente con el prócer por la Puerta <strong>de</strong> San Diego, y lo condujo a<br />

lo largo <strong>de</strong> las viejas murallas hasta la Torre <strong>de</strong>l Homenaje. Apenas algunos espectadores<br />

indiferentes, diseminados en la calle <strong>de</strong> Colón, advirtieron el aparato militar que se hizo a<br />

la llegada <strong>de</strong>l bergantín “Separación Dominicana”, y muy pocos i<strong>de</strong>ntificaron al preso. La<br />

noticia se difundió, no obstante, sobre la ciudad consternada. El presbítero José Antonio<br />

Bonilla, visitante asiduo <strong>de</strong>l viejo hogar <strong>de</strong> la calle “Isabel la Católica”, fue el primero en<br />

llevar la infausta nueva a la madre <strong>de</strong> Duarte: “Señora –exclamó al verla el sacerdote–, la<br />

mano <strong>de</strong> Dios está sobre vuestra cabeza: implore su misericordia. Juan Pablo está preso y<br />

<strong>de</strong>sembarcará esta tar<strong>de</strong>. ¡Bienaventurados los que lloran!”.<br />

Una noticia que causó todavía mayor sorpresa que la <strong>de</strong> la prisión <strong>de</strong> Duarte, hecho al fin<br />

y al cabo explicable en un déspota <strong>de</strong> las condiciones morales <strong>de</strong> Santana, fue la <strong>de</strong>l arribo<br />

en la misma nave <strong>de</strong> Juan Isidro Pérez, quien el 22 <strong>de</strong> agosto había salido para el <strong>de</strong>stierro<br />

en el bergantín “Capricornio”. El rasgo <strong>de</strong> este adolescente impetuoso, especie <strong>de</strong> Caballero<br />

Templario en quien el entusiasmo por la libertad empezaba ya a traducirse en <strong>de</strong>stellos <strong>de</strong><br />

locura, conmovió hasta tal punto a la población, que una verda<strong>de</strong>ra fiebre patriótica se apo<strong>de</strong>ró<br />

<strong>de</strong> los ánimos excitados: cuando la nave que lo conducía pasaba frente a las costas <strong>de</strong><br />

Puerto Plata, en don<strong>de</strong> a la sazón se hallaba Duarte prisionero, Juan Isidro Pérez amenazó<br />

con echarse al mar si no le permitían <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r en aquellas riberas para compartir la suerte<br />

<strong>de</strong>l Padre <strong>de</strong> la Patria. El capitán <strong>de</strong>l buque, un noble marino inglés <strong>de</strong> nombre Lewelling,<br />

no queriendo asumir ninguna responsabilidad por el suicidio <strong>de</strong>l intrépido patriota, e<br />

impresionado por la <strong>de</strong>cisión con que el <strong>de</strong>sterrado subrayaba su amenaza, dio or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

cambiar el rumbo con dirección a Puerto Plata, y allí entregó a las autorida<strong>de</strong>s al fiel amigo<br />

<strong>de</strong> Duarte. Cuando ambos perseguidos se reunieron en la cárcel, Juan Isidro Pérez se echó<br />

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