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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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<strong>de</strong> la opinión, <strong>de</strong>l mismo flojo estilo, <strong>de</strong> idéntica <strong>de</strong>bilidad i<strong>de</strong>ológica. No eran guerras por<br />

fe<strong>de</strong>rarse o no fe<strong>de</strong>rarse. No eran peleas entre liberales y conservadores, entre fanáticos y<br />

comecuras, entre letrados e iletrados, eran bandas a cuya cabeza iba el Caudillo, generalmente<br />

un hombre <strong>de</strong> bien, honrado, probo, <strong>de</strong> pocas luces, contra bandas dirigidas, electrizadas<br />

a veces por el otro Caudillo serio, honesto, buen padre y buen hermano, pero sin mayor<br />

preparación, carente <strong>de</strong> un i<strong>de</strong>al concreto, <strong>de</strong> una aspiración <strong>de</strong> categoría. Era, nos parecía,<br />

un matarse por matarse porque al fin y al cabo Revolución y Gobierno podían cambiar <strong>de</strong><br />

papel y todo seguiría igual.<br />

Baní (1933)<br />

HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL | EL POZO MUERTO<br />

Por lo menos una vez al mes volábamos más bajo. Cuando yo acababa <strong>de</strong> cobrar, si<br />

Fe<strong>de</strong>rico Germán había vendido mucho polvo <strong>de</strong> tocador o Rafael Herrera tenía dinero. De<br />

tar<strong>de</strong> en tar<strong>de</strong> Xavier Amiama recibía unas misteriosas remesas <strong>de</strong> la capital o Tomás Báez<br />

Díaz se hacía parte <strong>de</strong>l grupo.<br />

En vez <strong>de</strong> la trastienda <strong>de</strong> las pulperías nos encaminábamos al barrio alegre: dos o tres<br />

casas <strong>de</strong> cana con mujeres y unos conjuntos musicales las <strong>de</strong> más categoría, las <strong>de</strong> menos,<br />

tenían que conformarse con un fonógrafo.<br />

Las mujeres eran los <strong>de</strong>sechos <strong>de</strong>l Hospedaje <strong>de</strong> la capital con muy raras excepciones.<br />

Estaban en el penúltimo escalón <strong>de</strong> las clasificaciones que podían fijarse así: las <strong>de</strong> primera, las<br />

<strong>de</strong> un paso o una carrerita corta, si eran agraciadas, operaban en la capital y en las principales<br />

ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l país, con casa montada; las <strong>de</strong> la segunda se iban a Puerto Príncipe, a Haití.<br />

No sé por qué ellas siempre <strong>de</strong>cían “el Príncipe”. De allí regresaban, ajadas, pero con las<br />

arrugas rellenables y escondibles, a los barrios apartados <strong>de</strong> la capital, a vivir en enjambres<br />

<strong>de</strong> don<strong>de</strong> caían, en dolorosa transición, en el Hospedaje.<br />

Y <strong>de</strong>l Hospedaje se extraía casi todo el material humano que se nos ofrecía. Pero<br />

todavía era posible hallar una clasificación más baja, visible hasta en el mismo Baní en<br />

don<strong>de</strong>, perseguidas por los años, los estragos <strong>de</strong> las noches sin sueño, el continuo beber<br />

y las enfermeda<strong>de</strong>s se iban para los “ba<strong>de</strong>nes”, prostíbulos silvestres generalmente establecidos<br />

a las orillas <strong>de</strong> los ríos que hay que cruzar para ir a la zona cafetera. Operaban<br />

en época <strong>de</strong> cosecha y las víctimas eran los arrieros que conducían las recuas cargadas y<br />

que retornan con unos pesos en los bolsillos. Cosa <strong>de</strong>sacostumbrada; en los “ba<strong>de</strong>nes” se<br />

podía obtener todo a crédito.<br />

Tomábamos una mesa. No nos hacían mucho caso porque las atenciones eran para<br />

los clientes ricos y asiduos y nosotros, con dolor <strong>de</strong> nuestro corazón, no éramos ni una<br />

cosa ni la otra.<br />

Entonces se bebía cerveza, un lujo sobre otro lujo. Poco a poco, con mirada escudriñadora,<br />

íbamos buscando compañía y le dábamos unas aburridas <strong>de</strong> padre y muy señor mío<br />

porque en medio <strong>de</strong> aquel ambiente volvían a pren<strong>de</strong>rse las controversias filosóficas, las<br />

disputas históricas, el chorro inacabable <strong>de</strong> citas.<br />

Se bailaba. El aire estaba viciado <strong>de</strong> vulgaridad, <strong>de</strong> exaltada animalidad. La alegría era<br />

estúpida, pero llena <strong>de</strong> una vida fuerte y oscura que hace irritables a los hombres. A las<br />

mujeres las hace sentirse importantes, el centro encantador <strong>de</strong>l torbellino.<br />

La atmósfera, cargada <strong>de</strong> humo, <strong>de</strong> perfumes baratos, <strong>de</strong> insolencia, azotaba las caras<br />

como un pesado, espeso, viento torpe.<br />

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