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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL | EL POZO MUERTO<br />

con los coros <strong>de</strong> voces bien timbradas, con el escote con<strong>de</strong>nado <strong>de</strong> las damas elegantes, las<br />

caras apenas adivinables bajo el encaje primoroso <strong>de</strong> las finas mantillas.<br />

En medio <strong>de</strong> las ceremonias, en los momentos más solemnes, cuando suenan las<br />

campanillas y el humo <strong>de</strong>l incienso velaba con un azul cenizoso la magia <strong>de</strong>l Sacrificio, me<br />

asaltaban pensamientos sucios, irreverentes. La carne evocaba la carne, imaginaba escabrosas<br />

situaciones y lo tremendo: sabía que las tentaciones eran también un camino hacia Dios, que<br />

el Dios que buscaba estaba <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l fango <strong>de</strong> las visiones torturadoras, porque yo quería<br />

sacudírmelas y Dios todo bondad en aquellos minutos trágicos, agónicos, me volvía a la<br />

paz y a la pureza, en la voz <strong>de</strong>l sacerdote <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el púlpito, en los humil<strong>de</strong>s relatos <strong>de</strong> los<br />

Apóstoles, en el empeño rector <strong>de</strong> las Epístolas.<br />

Dios tenía que ser creación mía, experiencia mía. Ya que Él no venía hacia mí yo iría hacia<br />

Él y lo haría ocupar el sitio vacío. No podía pasármelas sin Él, era menester que rigiera mi<br />

mundo en don<strong>de</strong> Su ausencia causaba estragos.<br />

San Juan <strong>de</strong> la Cruz, el poeta, y San Juan <strong>de</strong> la Cruz, el místico, me ayudaron mucho.<br />

Lo inefable <strong>de</strong> su pensamiento me ganó, la seguridad <strong>de</strong> su fe me fue llevando a mi propia<br />

seguridad.<br />

Se cree en lo absurdo, en lo que no tiene <strong>de</strong>mostración, en todo aquello que es huerto vedado<br />

a la razón y a la lógica. Y releí, <strong>de</strong>sesperado, a Renán. Al humanizar a Jesús lo acercaba,<br />

lo hacía más mío. Cuando hace <strong>de</strong> los Apóstoles personajes <strong>de</strong> la historia, los pone a mi lado.<br />

Al reducirlos a hombres casi ignorantes, pero armados <strong>de</strong> una fe y <strong>de</strong> un amor ardientes, me<br />

los puso en las manos para que me convencieran y un nuevo tono hallé en los Evangelios.<br />

Venía, al reencontrar a Renán, <strong>de</strong> haberme hundido en Job y en Abraham. De la insubordinación<br />

y <strong>de</strong> la paciencia, <strong>de</strong> la conciencia <strong>de</strong> que Dios ha <strong>de</strong> ser aliado y no enemigo,<br />

a la fe sin vacilaciones, que eso para mí era Job y eso Abraham para mí.<br />

Tenía a Dios, nunca me había abandonado, pero no había sentido sus goces, jamás me<br />

había dado motivo para cantar sus alabanzas <strong>de</strong>sinteresadamente. La sensación <strong>de</strong> su existencia<br />

me venía por los caminos que conducen al abandono, por los que llevan a las tierras<br />

en don<strong>de</strong> el hombre siempre estará solo. Se me acercaba para proclamar Su <strong>de</strong>spego, para<br />

hacer patente el distanciamiento a que me tenía sometido.<br />

Me sentí tentado a ponerme exigente como Job, a reprocharle Su indiferencia, a culparle<br />

<strong>de</strong> sor<strong>de</strong>ra ante mi ruego, <strong>de</strong> echarle en cara lo ciego que era conmigo cuyo abatimiento no<br />

le dolía, un abatimiento que era más doloroso porque jamás a nadie conté lo que pasaba en<br />

mí, en vergonzante lucha. Cuando se muestra el corazón, cuando las intimida<strong>de</strong>s se exhiben,<br />

cuando se comparte una inquietud gran<strong>de</strong>, el pecho se <strong>de</strong>sahoga, porque la confesión purga,<br />

y yo me negaba, sin razonar, a expulsar por medios artificiales lo que presentía era, con sus<br />

molestias, sus sudores, el camino <strong>de</strong> la Verdad y <strong>de</strong> la Vida.<br />

Y Dios poco a poco se fue aposentando en mis días. Venía a Su trono, se sentaba, volvía<br />

a irse. Creí <strong>de</strong>scubrir el medio <strong>de</strong> atraerlo, <strong>de</strong> serle grato, <strong>de</strong> obligarme a no volver a <strong>de</strong>jarme<br />

solo, <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r retornar a los días <strong>de</strong> la infancia en que siempre estuvo conmigo, en las<br />

reconvenciones <strong>de</strong> mi abuela, en los relatos piadosos <strong>de</strong> mi tía.<br />

Escribí Las Ínsulas Extrañas, me liberé <strong>de</strong> mis convulsiones, sané <strong>de</strong> la duda, me purifiqué<br />

no en las aguas <strong>de</strong>l asco, <strong>de</strong> la náusea, <strong>de</strong> la angustia, <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación, sino en la certeza<br />

y en el seno <strong>de</strong> la Iglesia, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> no me pudieron echar ni los <strong>de</strong>monios <strong>de</strong> la tentación<br />

con sus <strong>de</strong>leitosas visiones, ni el Diablo saltador <strong>de</strong> la incertidumbre con su pila <strong>de</strong> libros,<br />

con su programa exacto <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostraciones irrefutables.<br />

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