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Biografías y Evocaciones - Banco de Reservas

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HÉCTOR INCHÁUSTEGUI CABRAL | EL POZO MUERTO<br />

hacerme compañía, los paisajes amados tenían el mismo encanto que antes y recordar era<br />

revivir y recordar una vida contribuir al renacimiento <strong>de</strong> un mundo que se colocaba ante<br />

mis ojos exacto, completo.<br />

Reí bajo la noche, frente a la máquina <strong>de</strong> escribir. Lloré en no sé cuántas ocasiones,<br />

pero nunca sentí vacilaciones que hubieran hecho peligrar el trabajo, incertidumbres que<br />

me sirvieran <strong>de</strong> censura. Sin un diccionario, sin uno <strong>de</strong> esos manualitos <strong>de</strong> sinónimos que<br />

es un artefacto muy importante en el instrumental <strong>de</strong> los que escriben para el público, <strong>de</strong><br />

los periodistas por ejemplo, <strong>de</strong>jaba a la lima posterior equivocaciones tremendas, faltas <strong>de</strong><br />

ortografía, dudas en la forma <strong>de</strong> escribir un nombre. Estaba seguro <strong>de</strong> las repeticiones, <strong>de</strong><br />

las anfibologías en que iba cayendo, pero ni esa conciencia me <strong>de</strong>tuvo. Sé que en materia<br />

ortográfica la duda salva, que para algo se han hecho las enciclopedias, que algún uso han <strong>de</strong><br />

tener los días sin inspiración, los momentos <strong>de</strong> frialdad en que nos repugna sólo pensar que<br />

alguien, uno mismo, se ha echado sobre los hombros una tarea superior a sus posibilida<strong>de</strong>s<br />

y siente el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> no quedar mal ante los ojos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, y lo que es peor, muchísimo<br />

más angustioso, ante uno mismo, expuesto a echar un borrón en la cuenta que nos llevan<br />

a cuantos, con unos libros ya publicados, los que por oficio, afición o vocación están en la<br />

obligación <strong>de</strong> establecer el valor <strong>de</strong> una obra, el precio exacto <strong>de</strong> un libro, y no por el papel<br />

en que está impreso ni por las páginas que tiene.<br />

Y <strong>de</strong>scubrí, tar<strong>de</strong>, muy tar<strong>de</strong>, que los muertos no se quedan solos, que su soledad tan<br />

relativa se la beben <strong>de</strong> un solo trago. Los que se quedan solos son los vivos y su soledad<br />

tienen que apurarla todos los días, cada vez que muere un ser querido, cuando a quienes<br />

hemos querido hay que borrarlos <strong>de</strong> la lista <strong>de</strong> los amores. Y un día llega en que por temor<br />

a quedarnos más solos <strong>de</strong> lo que permite la vida, nos agarramos <strong>de</strong>l enemigo y sabiéndolo<br />

todo no lo echamos <strong>de</strong> nuestro lado. La regla ha <strong>de</strong> ser: para no estar solos, aunque se esté<br />

mal acompañado.<br />

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