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La leyenda de oro 4.pdf

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no á mí, y llevarlo he (an mal, que á ií y á él<br />

quitaré la vida.<br />

2 Aquí replicó la santa virgen: No se pue<strong>de</strong><br />

ver una luz resplan<strong>de</strong>ciente con ojos ciegos,<br />

ni tú ver al ángel con el alma inficionada y sucia:<br />

menester será, si lo quieres ver, que creas<br />

en Jesucristo y recibas el bautismo primero, para<br />

que así seas limpio <strong>de</strong> tus manchas y pecados.<br />

V como Valeriano por el vehemente <strong>de</strong>seo que<br />

tenia <strong>de</strong> ver al ángel, mostrase gana <strong>de</strong> hacerlo,<br />

y la preguntase quién habia <strong>de</strong> ser el que le había<br />

<strong>de</strong> enseñar y bautizar; ella le envió á san<br />

Urbano , papa , que estaba escondido tres millas<br />

<strong>de</strong> Roma, y le dio las señas para hallarle, y<br />

un recado para el santo pontífice. Hallóle Valeriano,<br />

y relinóle lo quo había pasado con Cecilia; y<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlo oido, el santo viejo se postró<br />

en el suelo, y alzando las manos al cielo , y <strong>de</strong>rramando<br />

muchas lágrimas <strong>de</strong> alegría , hizo oración<br />

al Señor , y dijo : Gloriosísimo Señor , Dios<br />

mío , sembrador <strong>de</strong> consejos castos , recoged ahora<br />

el fruto <strong>de</strong> aquella semilla que sembrasteis en<br />

Cecilia , vuestra esposa , porque hé aquí á Valeriano,<br />

su esposo, que antes era como un bravo<br />

león , ahora os lo envía como un manso cor<strong>de</strong>ro;<br />

y no viniera él á mí con tan gran<strong>de</strong> afecto<br />

, si no fuera para abrazar vuestra santa ley.<br />

Por tanto, Señor, alumbrad su corazón , y <strong>de</strong>scubrios<br />

á él, para que conociéndoos mas claramente<br />

, parla mano <strong>de</strong> la vanidad y <strong>de</strong>sventura <strong>de</strong><br />

esta miserable vida. En diciendo estas palabras<br />

san Urbano, apareció luego allí un viejo <strong>de</strong> venerable<br />

rostro, vestido <strong>de</strong> ropas blancas, que traía<br />

un libro en la mano , escrito con letras <strong>de</strong> <strong>oro</strong>.<br />

En viéndole Valeriano, <strong>de</strong>spavorido y asombrado,<br />

cayó como muerto en tierra: levantóle y animólo<br />

san Urbano, y mandóle que léveselo que<br />

en aquel libro estaba escrito, que eran estas palabras:<br />

«Uno es el Dios verda<strong>de</strong>ro , una la verda<strong>de</strong>ra<br />

le y uno el verda<strong>de</strong>ro bautismo.» Y habiendo<br />

Valeriano dicho , que lodo lo que allí estaba<br />

escrito, lo creía; <strong>de</strong>sapareció aquel ángel,<br />

que con íigura <strong>de</strong> viejo se le había mostrado: y él<br />

fué enseñado y bautizado <strong>de</strong> san Urbano . y con<br />

in<strong>de</strong>cible contento y gozo volvió á santa Cecilia.<br />

Hallóla en su retraimiento, recogida en oración,<br />

y á su lado, en forma <strong>de</strong> un mozo hermosísimo,<br />

al ángel <strong>de</strong>l Señor vestido <strong>de</strong> claridad, y que <strong>de</strong><br />

su rostro <strong>de</strong>spedía un resplandor maravilloso.<br />

Quedó atónito Valeriano, y mirando al ángel<br />

y remirándole, notó que tenia en la mano dos<br />

guirnaldas <strong>de</strong> extremada belleza <strong>de</strong> rosas y azucenas,<br />

traídas <strong>de</strong>l cielo. El ángel las ofreció, la<br />

una á él, y la otra á Cecilia, y les dijo: Estas<br />

guirnaldas que os he dado están tejidas <strong>de</strong> las<br />

llores que en los prados amenos y ol<strong>oro</strong>sos <strong>de</strong>l<br />

cielo se cogen , las cuales os envía Jesucristo,<br />

para que do aquí a<strong>de</strong>lante os améis con puro y<br />

casto amor. No se marchitarán jamás estas llores,<br />

ni per<strong>de</strong>rán la suavidad do su agradable olor; mas<br />

no podrán verlas sino aquellos que amaren la<br />

castidad do la manera que vosotros la amáis : y<br />

porque tú, Valeriano, has creído á las palabras <strong>de</strong><br />

tu esnosa . Dios m e ha enviado á tí, para quo<br />

LA LEYENDA DE ORO. KOVIEMÜRE, 22<br />

sepas que te ama tiernamente, y está aparejado<br />

para conce<strong>de</strong>rlo cualquiera cosa que le pidieres.<br />

Oyendo el nuevo soldado do Cristo aquella<br />

larga v benigna oferta que el ángel en nombro<br />

<strong>de</strong>l Señor le hacia, con una humildad profunda<br />

, <strong>de</strong>rribado en el suelo, hizo gracias á Dios<br />

por tanta merced y regalo, y <strong>de</strong>spués dijo al<br />

ángel : Ninguna cosa en esta vida mas <strong>de</strong>seo que<br />

ver á un hermano que tengo, llamado Tibnrcio,<br />

convertido á la santa í'é <strong>de</strong>, nuestro Señor Jesucristo<br />

, porque le quiero como á mi propia vida,<br />

y querría verle particionero <strong>de</strong> la gracia que vo<br />

¡ie recibido. Y como el ángel le dijese , que<br />

Dios le habia otorgado lo que <strong>de</strong>seaba , y quo<br />

Tibnrcio , su hermano, vendría al conocimiento<br />

<strong>de</strong> la verda<strong>de</strong>ra luz, y que ambos presto<br />

serian c<strong>oro</strong>nados <strong>de</strong> martirio : <strong>de</strong>jándole muy<br />

consolado en compañía <strong>de</strong> santa Cecilia, <strong>de</strong>sapareció<br />

do sus ojos. Luego vino Tibnrcio: entró en<br />

el aposento don<strong>de</strong> su hermano y su cuñada estaban,<br />

y sintió una fragancia suavísima <strong>de</strong> aquellas<br />

guirnaldas <strong>de</strong> rosas y llores que el ángel les habia<br />

traído <strong>de</strong>l cielo, aunque no las veía. Admirado do<br />

tan grave novedad (porque no era tiempo <strong>de</strong> rosas<br />

ni azucenas), preguntó la causa <strong>de</strong> aquel olor<br />

suavísimo , y mas <strong>de</strong>l cielo que <strong>de</strong> la tierra , que<br />

allí habia. De aquí tomaron ocasión mis dos santos<br />

esposos, para <strong>de</strong>clarar á Tiburcio la merced<br />

tan señalada quo <strong>de</strong> Dios habian recibido, y la vanidad<br />

do los dioses que la ciega gentilidad adoraba,<br />

y la verdad <strong>de</strong> la religión cristiana, y á persuadirlo<br />

que la abrazase y so hiciese cristiano : lo<br />

cual todo le dijeron con tanta gracia y eficacia, y<br />

espíritu <strong>de</strong>l cielo, que Tibnrcio quedó convencido<br />

y rendido, y se echó á los pies <strong>de</strong> santa Cecilia,<br />

ofreciéndose obe<strong>de</strong>cerla en lodo; y por su consejo<br />

se fué con Valeriano, su hermano, al sanio pon!í—<br />

fice Urbano, <strong>de</strong>l cual recibió el agua <strong>de</strong>l sanio bautismo,<br />

y muy gran<strong>de</strong>s gracias <strong>de</strong>l Señor , y fué<br />

martirizado con su hermano Valeriano y Máximo,<br />

como lo dijimos en su vida, á los l't <strong>de</strong> abril, y<br />

no lo repetimos aquí por tratar <strong>de</strong> lo que es propio<br />

<strong>de</strong> sania Cecilia; aunque el martirio <strong>de</strong> estos<br />

hermanos ó ilustres caballeros <strong>de</strong> Cristo, fué fruto<br />

<strong>de</strong>sús oraciones, y como un panal <strong>de</strong> miel (pie<br />

ella á guisa <strong>de</strong> abeja solícita y artificiosa fabricó<br />

para presentarle á la mesa <strong>de</strong>l celestial Padre.<br />

3 Después que los dos santos hermanos Valeriano<br />

y Tiburcio fueron c<strong>oro</strong>nados <strong>de</strong>l martirio,<br />

como eran personas <strong>de</strong> tanta calidad y tan ricas,<br />

el prefecto Ahnaqmo «pie habia dado la sentencia<br />

<strong>de</strong> muerte contra ellos, codicioso <strong>de</strong> su mucha hacienda,<br />

mandó pren<strong>de</strong>rá la gloriosa \írgen santa<br />

Cecilia , que entendía haber sido la que había engañado<br />

(como él pensaba) á su esposo y cuñado, y<br />

la que sabría dón<strong>de</strong> estallan sus gran<strong>de</strong>s tes<strong>oro</strong>s y<br />

riquezas, 'fruida <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sí, la preguntó dón<strong>de</strong><br />

estaban las riquezas <strong>de</strong> Valeriano y Tiburcio? Y<br />

como la sania le respondiese que seguras esl a han<br />

v sin peligro, porque todas habían sido repartidas<br />

á los pobres; el prefecto en gran manera se turbó,<br />

y con gran rabia la dijo : Si no quieres , ó Cecilia,<br />

que toquilo aquí luego la vida , sacrifica á nuestros<br />

dioses; mas la virgen no hizo caso <strong>de</strong> las pa—

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