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La leyenda de oro 4.pdf

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DICIEMBRE, 7<br />

digno <strong>de</strong> ofrecer sacrificio por tí, ni á quién tú encomiendas<br />

tus <strong>de</strong>seos y oraciones. ¿Pues tú no oi­<br />

rás , al que <strong>de</strong>seas que sea por tí oído ? ¿Nó oirás<br />

al que aliora trata <strong>de</strong> su causa , habiéndole oído<br />

cuando trataba las ajenas? ¿Nó temes tu mismo<br />

juicio , y lo que <strong>de</strong> él se sigue; que teniéndome<br />

por indigno <strong>de</strong> ser oido <strong>de</strong> tí, <strong>de</strong>claras que soy indigno<br />

<strong>de</strong> ser oido por tí ? Tanto mas que no conviene<br />

al emperador negar la libertad <strong>de</strong> hablar,<br />

ni al sacerdote no <strong>de</strong>cir lo que siente. » Esto es <strong>de</strong><br />

san Ambrosio. Y aunque no ablandó con esta epístola<br />

á Teodosio , <strong>de</strong>spués hablándole en la iglesia,<br />

le persuadió todo lo que quiso , y libró al obispo y<br />

á los monjes <strong>de</strong> la pena y castigo que tenían , y<br />

<strong>de</strong> la congoja en que estaban.<br />

11 Pero mucho mas dificultoso yglorioso para<br />

san Ambrosio y para Teodosio fué , lo que le sucedió<br />

cuando el emperador quiso entrar en la iglesia;<br />

y el santo obispo le cerró la puerta : que aunque es<br />

cosa sabida y tan predicada y alabada <strong>de</strong> tantos y<br />

tan graves escritores ; por ser memorable y digna<br />

<strong>de</strong> ser imitada <strong>de</strong> todos los príncipes cristianos, en<br />

suma la referiré yo aquí. Habían los <strong>de</strong> la ciudad<br />

<strong>de</strong> Tesalónica muerto tumultuosamente á un<br />

maestre <strong>de</strong> campo y ministro <strong>de</strong>l emperador.<br />

Smtióio mucho y quísolos castigar; pero <strong>de</strong>spués<br />

por las buenas razones que san Ambrosio le dijo,<br />

se mitigó. Mas como hay tantos lisonjeros en los<br />

palacios <strong>de</strong> los principes, y tantos que los atizan,<br />

y echan leña en el fuego , no faltaron en el <strong>de</strong><br />

Teodosio criados y privados suyos que le incitaron<br />

á castigar severamente aquella injuria y á<br />

volver por su reputación ; y en fin le persuadieron<br />

á hacer un cruel mandato , por el cual en espacio<br />

<strong>de</strong> tres horas fueron muertas en Tesalónica siete<br />

mil personas <strong>de</strong>l pueblo , sin tener cuenta <strong>de</strong><br />

quién era culpado , y quién inocente. Afligióse<br />

sobre manera san Ambrosio por la sangre que<br />

se habia <strong>de</strong>rramado , y por el amor que tenia<br />

al que la habia mandado <strong>de</strong>rramar : y para que<br />

se reconociese , é hiciese penitencia <strong>de</strong> tan grave<br />

culpa , un dia que el emperador iba á la iglesia,<br />

el constantísimo prelado le salió ó la puerta, y<br />

con palabras gravísimas y <strong>de</strong> gran<strong>de</strong> majestad,<br />

le mandó que no entrase hasta que reconociese<br />

su pecado, ó hiciese pública penitencia <strong>de</strong> él. El<br />

emperador le obe<strong>de</strong>ció y se volvió á su casa, y<br />

estuvo ocho meses llorando y gimiendo con lan<br />

gran<strong>de</strong> sentimiento y dolor, que solo el leerlo pone<br />

gran<strong>de</strong> admiración y <strong>de</strong>voción : porque estando<br />

un día Teodosio <strong>de</strong>shaciéndose en lágrimas , so<br />

llegó á él un gran privado suyo, que se llamaba<br />

Rufino , y le preguntó qué era la causa <strong>de</strong> su dolor<br />

; y él soltando aun mas las riendas á las lágrimas<br />

, le respondió estas palabras : Tú no sientes<br />

mis males , ni mis daños; mas yo gimo y ll<strong>oro</strong><br />

mi <strong>de</strong>sventura , porque consi<strong>de</strong>ro con cuánta facilidad<br />

pue<strong>de</strong>n enlrar en el templo <strong>de</strong> Dios los pobres<br />

y los criados y rogar al Señor en él : y que<br />

para mí está cerrada la puerta , no solamente <strong>de</strong>l<br />

templo , sino también <strong>de</strong>l cielo ; pues Cristo nueslro<br />

Señor dijo á los sacerdotes: Todo lo que ataréeles<br />

en la tierra , será atado en el cielo. Y<br />

como Rufino le dijese , que él acabaría con Am-<br />

LA LEYENDA DE ORO. 43o<br />

brosio que le absolviese, le respondió Teodosio:<br />

No lo hará; porque jo conozco que es tan justa<br />

y tan puesta en razón la semencia <strong>de</strong> Ambrosio,<br />

que no querrá quebrantar la ley <strong>de</strong> Dios por respeto<br />

<strong>de</strong> la poleslad imperial. Finalmente, habiendo<br />

pasado ocho meses en llanto, llegándose<br />

la solemnidad <strong>de</strong> la pascua <strong>de</strong> Navidad , vino el<br />

emperador á la puena <strong>de</strong> la iglesia, nó para entrar<br />

por fuerza en ella , sino para pedir perdón<br />

y misericordia ó san Ambrosio: el cual, no sabiendo<br />

con qué ánimo venia , le respondió como<br />

á tirano y quebrantador <strong>de</strong> las leyes eclesiásticas;<br />

y el emperador con maravillosa humildad , le<br />

respondió: Yo no quiero quebrantar las leyes<br />

que tiene establecidas la Iglesia, ni entrar por<br />

fuerza en ella; pero ruégole, que me <strong>de</strong>sales, y<br />

me absuelvas <strong>de</strong> sus censuras, y que te acuer<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> la clemencia <strong>de</strong>l Señor, y no me cierres la<br />

puerta que él abrió ó lodos los que se arrepienten<br />

<strong>de</strong> todos sus pecados. Aquí dijo san Ambrosio:<br />

¿Pues qué penitencia mostráis vos <strong>de</strong> un <strong>de</strong>lito<br />

tan atroz? ¿Qué medicina habéis aplicado á<br />

una llaga lan gran<strong>de</strong> y lan dificultosa <strong>de</strong> sanar?<br />

Eslo toca á vos (dijo el emperador), el darme los<br />

remedios; y á mí el aceptarlos. Y habiendo<br />

obe<strong>de</strong>cido á todo lo que le mandó el valeroso obispo,<br />

y siendo absuelto por él entró el fi<strong>de</strong>lísimo y<br />

gloriosísimo emperador en la Iglesia, y postrado<br />

en el suelo , y mesándose los cabellos , é hiriéndose<br />

en el rostro y regando la tierra con ríos <strong>de</strong><br />

lágrimas , comenzó á pedir perdón <strong>de</strong> sus pecados,<br />

y <strong>de</strong>cir aquellas palabras <strong>de</strong>l real profeta David<br />

: « Mi alma está abrazada con la tierra : vivificedme,<br />

Señor, como lo habéis prometido.» Esta<br />

fué la constancia y gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> espíritu , nó humano,<br />

sino divino que tuvo san Ambrosio; y esle<br />

el ejemplo que <strong>de</strong> su <strong>de</strong>voción y mo<strong>de</strong>stia dio<br />

Teodosio : <strong>de</strong>l cual dice san Agustín: « Quiso<br />

Dios, que Teodosio, emperador, hiciese pública<br />

penitencia <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l pueblo , para que todos tomásemos<br />

ejemplo <strong>de</strong> hacerla cuando fuese menester<br />

; y que m el pobre , ni el rico , ni el oficial ni<br />

el caballero y señor , tengan vergüenza , ni se<br />

afrenten <strong>de</strong> hacer lo quo hizo el emperador: » y<br />

el mismo san Ambrosio dice : « No se avergonzó<br />

el emperador <strong>de</strong> lo que se avergüenzan los pobres<br />

: y <strong>de</strong>spués no se le pasó día en que no llorase<br />

aquel pecado.» Mas en este mismo caso sucedió<br />

olra cosa muy digna <strong>de</strong> notar, que habiendo<br />

entrado el emperador <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l c<strong>oro</strong> para<br />

ofrecer, se quedó en él para oir la misa : y san<br />

Ambrosio le envió á <strong>de</strong>cir que aquel no era su<br />

lugar , sino <strong>de</strong> los sacerdotes; porque la púrpura<br />

pue<strong>de</strong> hacer emperadores, mas nó sacerdotes: y<br />

el emperador con extremada mo<strong>de</strong>stia respondió,<br />

que no habia sido atrevimiento el quedarse en<br />

aquel lugar sino hacer lo que habia visto que se<br />

usaba en Constantinopla, y que hacia gracias<br />

al obispo por aquel aviso y corrección : lo cual<br />

se le asentó <strong>de</strong> tal manera en su pecho, que volviendo<br />

á Constantinopla, entrando en la iglesia,<br />

nunca quiso sentarse en el c<strong>oro</strong> <strong>de</strong> los sacerdotes,<br />

por mucho que Nectario, arzobispo <strong>de</strong> Cons­<br />

tantinopla, se lo rogó; antes suspirando, dijo:

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