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Crítica y Arte. Filosofía - Banco de Reservas

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pEDRO hENRíqUEz UREñA | ANtOLOgíA<br />

vista hacia el sur, al más ligero susurro <strong>de</strong>l viento que agita las yerbas secas, para hundir sus<br />

miradas en las tinieblas profundas <strong>de</strong> la noche, en busca <strong>de</strong> los bultos siniestros <strong>de</strong> la horda<br />

salvaje (<strong>de</strong> indios) que pue<strong>de</strong> <strong>de</strong> un momento a otro sorpren<strong>de</strong>rla <strong>de</strong>sapercibida; si el oído<br />

no escucha rumor alguno, si la vista no alcanza a calar el velo oscuro que cubre la callada<br />

soledad, vuelve sus miradas, para tranquilizarse <strong>de</strong>l todo, a las orejas <strong>de</strong> algún caballo que<br />

esté inmediato al fogón, para observar si están inmóviles y negligentemente echadas hacia<br />

atrás; entonces continúa la conversación interrumpida…” Cuando escribió estas páginas<br />

excitantes, Sarmiento conocía la pampa sólo <strong>de</strong> oídas.<br />

A veces su pensamiento mismo se encarnaba en imágenes: así, el doctor Francia, el tirano<br />

<strong>de</strong>l paraguay “muerto <strong>de</strong> la quieta fatiga <strong>de</strong> estar inmóvil pisando un pueblo sumiso”;<br />

o el viajero ignorante que nada entien<strong>de</strong> <strong>de</strong> las mo<strong>de</strong>rnas maravillas <strong>de</strong> invención técnica<br />

que se le muestran: “el Anacarsis no viene con su ojo <strong>de</strong> escita a contemplar las maravillas<br />

<strong>de</strong>l arte, sino a riesgo <strong>de</strong> injuriar la estatua con sólo mirarla”; o nuestras tradiciones latinas,<br />

resumidas en una frase: “pertenecemos al Imperio Romano”; o los hábitos <strong>de</strong> los gauchos,<br />

a quienes <strong>de</strong>scribe viviendo en una edad <strong>de</strong> cuero, porque el cuero les servía no sólo para<br />

calzado, sombreros, trajes, camas, sillas, mesas y alfombras, sino también para techar casas<br />

y para construir botes.<br />

tuvo extraña maestría <strong>de</strong> lenguaje. hubo muchas leyendas sobre él mientras vivió, y<br />

una <strong>de</strong> ellas le ha sobrevivido: la <strong>de</strong> su estilo <strong>de</strong>scuidado. Como inició su carrera literaria<br />

cuando era nuevo el romanticismo y las opiniones en literatura estaban gobernadas todavía,<br />

a sabiendas o no, por las doctrinas clasicistas, se le con<strong>de</strong>nó en nombre <strong>de</strong>l siglo xVIII.<br />

transcurridos cien años, sus escritos nos lo revelan como maestro. Es <strong>de</strong>sigual, sin duda.<br />

Como hombre público y como periodista escribió muchas páginas que no esperó vivieran<br />

más <strong>de</strong> un día; pero las hemos recogido todas. Es apresurado, como hombre que escribía<br />

para la publicación inmediata; apresurado, a<strong>de</strong>más, porque las i<strong>de</strong>as se le agolpaban con<br />

impulso tumultuoso y en ocasiones se olvidaba <strong>de</strong> enlazarlas a<strong>de</strong>cuadamente: es a menudo<br />

elíptico. “Un estilo castizo y correcto –<strong>de</strong>cía en 1842– sólo pue<strong>de</strong> ser la flor <strong>de</strong> una civilización<br />

<strong>de</strong>sarrollada y completa”. pero nunca fue <strong>de</strong>scuidado a la manera <strong>de</strong> los mediocres,<br />

y nunca escribió jerga periodística, ni siquiera en sus artículos <strong>de</strong> periódico sin firma. Su<br />

estilo tenía vigor <strong>de</strong> raza y podía alzarse hasta la brillantez sin esfuerzo. Acertaba muchas<br />

veces con la palabra justa, que podía ser un solo adverbio, como cuando habla <strong>de</strong>l “camino<br />

que sólo conduce a la riqueza”. Se le acusó <strong>de</strong> caer en el galicismo, plaga que infestó el<br />

idioma castellano durante los siglos xVIII y xIx; en verdad, sólo hizo uso <strong>de</strong> unas pocas<br />

palabras <strong>de</strong> origen francés, y ésas las empleó, por lo común, <strong>de</strong>liberadamente: creía que el<br />

empobrecido español <strong>de</strong> sus tiempos necesitaba enriquecerse. Al contrario: su lenguaje era<br />

ricamente diomático, cualidad que heredó <strong>de</strong>l habla tradicional <strong>de</strong> su provincia nativa, libre<br />

entonces, como ahora, <strong>de</strong> los vientos internacionales que soplan sobre buenos Aires. “Mi<br />

español –<strong>de</strong>cía– es algo colonial”.<br />

Los libros que escribió <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su regreso a la Argentina en 1855 no igualan, como<br />

literatura, a los que escribió antes: estaba entonces más urgido que nunca por la <strong>de</strong>sconcertante<br />

multiplicidad <strong>de</strong> sus activida<strong>de</strong>s; a<strong>de</strong>más, ahora era constructor, que se exprimía<br />

en “la labor <strong>de</strong>l minuto” para alcanzar “el prodigio <strong>de</strong>l año”, y no ya el combatiente crítico<br />

cuyos ojos tratan <strong>de</strong> escudriñar bajo las apariencias para penetrar hasta el corazón <strong>de</strong> la<br />

realidad social. Pero todavía escribió páginas magníficas, como el discurso sobre la ban<strong>de</strong>ra,<br />

al inaugurarse la estatua <strong>de</strong> belgrano.<br />

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