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Crítica y Arte. Filosofía - Banco de Reservas

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EUgENIO MARíA DE hOStOS | pÁgINAS DOMINICANAS<br />

No fue por complacer mi patriotismo, no fue por lisonjear mi orgullo <strong>de</strong> hijo, por lo<br />

que el sol <strong>de</strong> las Antillas apareció tan radiante, por lo que aquella tierra <strong>de</strong> las Antillas se<br />

presentó tan encantadora ante el sediento <strong>de</strong> su luz primera y <strong>de</strong> la primera memoria <strong>de</strong> su<br />

infancia. El sol y la tierra tienen en las Antillas la santa costumbre <strong>de</strong> ser continuamente lo<br />

que siempre han sido. Es lo único que no cambia en aquellas latitu<strong>de</strong>s, por ser lo único que<br />

no ha sido educado por España.<br />

Inmutables, el uno en su esplendor, la otra en su belleza, se presentaron como son y<br />

como fueron. Ni el espectáculo <strong>de</strong>l mal ha empañado la luminosa sonrisa <strong>de</strong>l que todo lo<br />

ha presenciado, ni la experiencia <strong>de</strong>l dolor ha marchitado la belleza <strong>de</strong> la que todo lo ha<br />

sufrido. íntegro en su majestad radiosa el sol <strong>de</strong> las Antillas, intacta la tierra <strong>de</strong> las Antillas<br />

en su tenaz virginidad, los cuatro siglos <strong>de</strong> injusticia contemplados por el uno, sufridos por<br />

la otra, no han logrado alterar lo inalterable; y como aparecieron ante Colón maravillado,<br />

así reaparecieron ante mi alma conmovida.<br />

Dulcemente conmovida: que también el alma es tenaz en su capacidad <strong>de</strong> bien, y nunca<br />

tanto como <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un largo espectáculo <strong>de</strong>l mal. Era un bien para mí la presencia real<br />

<strong>de</strong>l pedazo <strong>de</strong> mundo que más experiencias <strong>de</strong> males me ha costado: era benéfico y dulce y<br />

placentero el efecto que sentía. pero si el sol que contemplaba era el mismo <strong>de</strong> mis primeros<br />

días, no era aquella la tierra <strong>de</strong> mi infancia. Un horizonte <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> otro horizonte la ocultaba<br />

a mi vista y a mi anhelo: <strong>de</strong>lante, el horizonte que se ve; <strong>de</strong>trás el horizonte que se busca;<br />

allá, la oscuridad <strong>de</strong> la distancia; más allá, la oscuridad <strong>de</strong>l porvenir.<br />

Suspiro al recordar, no suspiré al pensar. Sombras y tinieblas envolvían el sol y la Isla<br />

que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> antes <strong>de</strong> alborear, me había puesto a pedir al horizonte oscuro; y <strong>de</strong> las sombras<br />

<strong>de</strong> la noche había salido el sol, y <strong>de</strong> las tinieblas <strong>de</strong>l espacio había salido la Isla. “Así saldrá<br />

<strong>de</strong> las sombras <strong>de</strong> hoy”, pensaba entonces, “así saldrá <strong>de</strong> las tinieblas <strong>de</strong>l presente, la i<strong>de</strong>a<br />

siempre oculta <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los horizontes <strong>de</strong>l espacio y <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los horizontes <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo”.<br />

Des<strong>de</strong> aquel día, un año más: uno más en el tiempo, uno más en el esfuerzo, uno más<br />

en el duro son<strong>de</strong>o <strong>de</strong>l alma humana, uno más <strong>de</strong> sonrisas <strong>de</strong> <strong>de</strong>sdén, uno más <strong>de</strong> sarcasmos<br />

<strong>de</strong> dolor y aún sigue escondida <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> sus tinieblas invencibles, la i<strong>de</strong>a perseverante y<br />

encarnizadamente perseguida. Razón hay para el suspiro.<br />

pero cualquier merca<strong>de</strong>r pue<strong>de</strong> atreverse a pensar que no hay razón para empezar con<br />

suspiros <strong>de</strong> conciencia, y mucho menos con los <strong>de</strong> una conciencia elegíaca, una simple narración<br />

<strong>de</strong> viaje. y como es posible que yo acabe por hacer almoneda <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as y sentimientos,<br />

empiezo a proporcionarme merca<strong>de</strong>res. Con ese fin allá va la narración rapada.<br />

Antes <strong>de</strong> la aurora, –puesto que dije: “en la alborada”–, me había levantado y puesto<br />

en la cubierta <strong>de</strong>l buque <strong>de</strong> vapor en que viajaba, a esperar la salida <strong>de</strong>l sol y la aparición<br />

<strong>de</strong> la tierra hacia don<strong>de</strong> me dirigía. No eran las cuatro <strong>de</strong> la mañana, y era el día 31 <strong>de</strong><br />

mayo.<br />

Una <strong>de</strong> las cosas en que se pue<strong>de</strong> conocer la enorme distancia a que están <strong>de</strong> la poesía<br />

intrínsecamente americana los poetas extrínsecamente europeos que (con excepciones, claro<br />

está) malpare a millares la tierra latinoamericana, es lo incapaces que esos señores se han<br />

mostrado <strong>de</strong> apreciar y sentir y ben<strong>de</strong>cir en versos vigorosos la atmósfera perfumada, la<br />

brisa <strong>de</strong>leitosa, el terral redivivente <strong>de</strong> nuestras Antillas. No siendo poeta, me es lícito entonar<br />

himnos silenciosos a lo que realmente es bueno, y siempre que me he aproximado a la<br />

Isla esclava (la poblada por unos colonos que podrían ser puertorriqueños), a la Isla heroica<br />

(la honrada por sus hijos los dominicanos), o a la Isla mártir (la redimida por los que saben<br />

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