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EMILIO RODRígUEz DEMORIzI | MúSICA y bAILE EN SANtO DOMINgO
Saber bailar fue siempre cosa celebrada. Unas pintorescas ensaladillas dominicanas de
principios del siglo pasado hablan de dos grandes bailadores de la época:
Nadie le gana en bailar
a Martínez, el francés…
qué bien que sabe bailar
el pitírico Negrete…
y de un mozalbete de aquellos años decía el costumbrista Luis Arturo bermúdez, en
1895, que “con el mismo estilo que bailaba un Zapateo mandaba un Carabiné”.
En la mejor sociedad se estilaba entonces celebrar bailes a escote, como lo recuerda don
José Cruz Limardo en las páginas de sus Memorias dedicadas a Santiago de los Caballeros,
donde vivió hacia 1815. “La gente, dice, es despierta, comunicativa y sumamente sociable.
A poco que estuve allí se me convidó para un escote, para un baile, y observé que era esta
una costumbre en la juventud. Cada domingo se hacía un baile a escote y el encargado de
él pasaba el lunes con la cuenta de gastos, que siempre eran cortos, a cada uno de los suscritores.
Alcanzaba a lo más a un fuerte”.
El Tío Perete, mozo en tiempos de la España boba y ya anciano en 1886, decía de su tiempo,
según recuerda Nemófilo en el periódico El Teléfono, en una de sus ediciones de marzo de
1889, que los bailes de su época eran modelos de moderación y de buen gusto:
la mujer podía lucir su gentil y esbelto talle, sus contornos estéticos, su diminuto pie en el majestuoso
minuet, en la difícil y agraciada contradanza. No se conocían las voluptuosas y pecaminosas
danzas que es lo único que se baila hoy desde que se comienza la fiesta hasta que termina. Ya
se ve que no existen maestros de bailes como en mis primeros juveniles años.*
también se abusaba entonces de la danza, a tal punto que fue necesario disponer medidas
como el artículo 24 del Bando de buen gobierno dictado por el Ayuntamiento de Santo
Domingo en 1820, concebido de esta suerte:
Sin licencia de los Alcaldes por escrito no habrá bailes de noche en las calles ni plazas públicas,
para lo que siempre se negará y sólo se permitirán en las casas de particulares las vísperas de
días festivos, en las pascuas o por razón de alguna fiesta del uso y costumbre del pueblo. La licencia
de los Alcaldes por escrito se presentará al Alcalde de barrio para que no consienta que los
bailes duren hasta más de la una de la noche y hará responsable del buen orden y tranquilidad
al vecino que mantuviere la diversión en su casa, bajo la pena de cuatro pesos de multa por cada
vez a los contraventores aplicados a pobres de San Lázaro y de la cárcel…
Esas prohibiciones fueron reproduciéndose en leyes posteriores. El Bando de Policía de
1845 prohibía hacer bailes y otras diversiones profanas con pretexto de fiestas de cruz, y
“cuando haya un enfermo en la inmediación”. también la Iglesia tenía sus disposiciones al
respecto. El Sínodo dominicano de 1878 prohibía a los ordenados in sacris asistir a bodas y
otras reuniones en que “hay regularmente bailes, canciones amatorias y juegos que desdicen
de la gravedad eclesiástica”. y en sus artículos 313 y 317 contenía las siguientes disposiciones
que hoy no tendrían mayor eficacia:
En particular condenamos, proscribimos y anatematizamos los criminosos y detestables bailes
que llaman de empresa, bajo pena de excomunión mayor.
*A mediados del siglo XVI andaban por Castilla “maestros de enseñar a bailar y danzar”. Bailar y danzar eran,
antiguamente, voces correlativas, pero no voces sinónimas como lo son hoy.
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